Más allá de
circunstancias propias de su época como la amenaza nuclear o la carrera
armamentista, el pensador y psicoanalista Erich Fromm fue suficientemente
lúcido para notar que éstas no eran sino expresiones de causas en realidad
mucho más profundas y significativas. Es decir, que quizá los líderes de
entonces podían firmar acuerdos de desarme o de pacificación, pero mientras no
se resolvieran conflictos internos y profundos del ser humano, problemas como
la guerra o la devastación de la naturaleza continuarían existiendo.
En ese
sentido, Fromm no se equivocó.
Hoy, casi
ochenta años después de la publicación de sus obras mayores, es posible decir
que su diagnóstico es todavía válido y merece ser tomado en cuenta. Si hacemos
eco de sus ideas podemos decir que todavía hoy actitudes como el egoísmo, la compulsión de tener, la pobre idea
que el ser humano tiene de sí mismo (en un sentido existencial y filosófico),
entre otros aspectos donde se conjugan la formación psicológica y la vida en
sociedad, son causas de fondo que aún
hoy nos llevan a tener comportamientos nocivos o francamente
autodestructivos, tanto a nivel individual como colectivo.
Como
decíamos, al hablar del “hombre nuevo” (hombre en un sentido general, como ser
humano), Fromm trazó un panorama amplio de las condiciones necesarias para
generar un cambio auténtico en la forma de vida humana y, con ello, mejorar
significativamente nuestra relación con el mundo, la naturaleza y con el
planeta en general. Según Fromm, si el ser humano quiere no sólo sobrevivir,
sino además convivir en armonía con su entorno (con sus semejantes y con la
naturaleza), está llamado a desarrollar y cultivar las siguientes cualidades:
ü Disposición a renunciar a todas las formas de tener, para poder ser plenamente.
ü Sentir seguridad, tener un sentimiento
de identidad y confianza basado en la fe en lo que uno es, en la necesidad de
relacionarse, interesarse, amar, solidarizarse con el mundo que nos rodea, en
vez de basarse en el deseo de tener, poseer, dominar al mundo, y así volverse
esclavo de sus posesiones.
ü Aceptar el hecho de que nadie ni nada
exterior al individuo le da significado a su vida, sino que esta independencia
radical y la no cosidad pueden llegar a ser la condición de la
actividad plena dedicada a compartir e interesarse por sus semejantes.
ü Estar plenamente presente donde uno se
encuentra.
ü Sentir la alegría que causa dar y
compartir, y no acumular y explotar.
ü Amar y respetar la vida en todas sus
manifestaciones, sabiendo que no es sagrada la cosa ni el poder, ni lo que está
muerto, sino la vida y todo lo que contribuye a su desarrollo.
ü Tratar de reducir en la mayor medida
posible la codicia, el odio y los engaños.
ü Vivir sin adorar ídolos y sin engaños,
porque se ha alcanzado una situación en que no se requieren engaños.
ü Desarrollar la capacidad de amar, y el
pensamiento crítico, no sentimental.
ü Desprenderse del narcisismo y aceptar
las trágicas limitaciones inherentes a la existencia humana.
ü Hacer del pleno desarrollo de sí mismo
y del prójimo la meta suprema de vivir.
ü Saber que para alcanzar esta meta, es
necesaria la disciplina y respetar la realidad.
ü Saber que ningún desarrollo es sano si
no ocurre en una estructura, pero conocer también la diferencia entre la
estructura como atributo de la vida, y el "orden" como atributo de no
vivir, de la muerte.
ü Desarrollar la imaginación, no para
escapar de las circunstancias intolerables, sino para anticipar las
posibilidades reales, como medio para suprimir las circunstancias
intolerables.
ü No engañar, pero tampoco dejarnos
engañar por los otros; se puede admitir ser llamado inocente, pero no
ingenuo.
ü Conocerse, y no sólo el yo que uno
conoce, sino también el yo que no conoce, aunque tenga un conocimiento vago de
lo que no conoce.
ü Percibir la unión con la vida, y por
consiguiente renunciar a la meta de conquistar a la naturaleza, someterla,
explotarla, violarla, destruirla, y en vez de esto tratar de comprender y
cooperar con la naturaleza.
ü Gozar de una libertad no arbitraria,
sino que ofrezca la posibilidad de ser uno mismo, y no un atado de ambiciones,
sino una estructura delicadamente equilibrada que en todo momento se enfrenta a
la alternativa de desarrollarse o decaer, vivir o morir.
ü Saber que el mal y la destrucción son
consecuencias necesarias de no desarrollarse.
ü Saber que sólo muy pocos han alcanzado
la perfección en todas esas cualidades, y ser, sin la ambición
de "alcanzar la meta", reconociendo que esta ambición sólo es otra
forma de codiciar, de tener.
ü Ser feliz en el proceso de vivir cada
día más, sin importar el avance que el destino nos permita realizar, porque
vivir tan plenamente como se pueda, resulta tan satisfactorio que es difícil
preocuparse por lo que uno logra o no.
Sin duda hay
varios de estos postulados que merecerían una exposición mucho más detallada
(por ejemplo, los que conciernen al narcisismo o a la
obsesión de tener a la que nos orilla el sistema cultural y social en
el que vivimos). Para ello recomendamos al lector acercarse a la obra en su
conjunto, ¿Tener o ser?, pues estos puntos son en buena medida
síntesis o conclusiones provisionales de las ideas desarrolladas en los
apartados previos del libro.
Con todo,
aun en esta forma es posible vislumbrar el corazón de la propuesta de Fromm. En
términos generales puede decirse que Fromm apuesta de lleno y permanentemente
por la vida, es decir, por actuar siempre en función de todo aquello que
contribuya a la preservación y la proliferación de la vida, tanto de la propia
como de la que nos rodea.
Con espíritu
filosófico, Fromm intenta que reconozcamos todos esos hábitos, aspectos de
personalidad y patrones mentales y de conducta que únicamente contribuyen a
sostener y fomentar ciertas formas de malestar o, dicho de otro modo, que
de algún modo entorpecen el flujo libre de la vida. El egoísmo que mencionamos
anteriormente, el temor a vivir, el miedo a la libertad, la persistencia en la
ignorancia, la sumisión… en fin, la lista puede ser demasiado extensa,
pero curiosamente el remedio para todo ello es, desde la perspectiva de Fromm,
uno solo: el amor por la vida.
Si somos
capaces de entender en qué consiste realmente la vida –dejando de lado las
conceptualizaciones y relatos que el ser humano se ha hecho de ella a lo largo
de tantos siglos de existencia parcialmente consciente– quizá entonces nos
demos cuenta de que esta es una razón más que suficiente para intentar lo que
hasta ahora el miedo nos ha hecho creer imposible: probar nuevas formas humanas
de ser y estar en el mundo animadas por el entusiasmo de vivir más y, viviendo,
permitir que todo a nuestro alrededor también florezca.
El texto de
Fromm Tener y Ser está disponible en el siguiente enlace:
https://jesuitas.lat/uploads/tener-y-ser/ERICH%20FROMM%20-%201976%20-%20TENER%20Y%20SER.pdf
(Agradecemos a Pijama Surf)
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