ADVIRTIENDO LAS SEÑALES DE MALTRATO PSICOLÓGICO EN LA VIDA COTIDIANA
Según
la psiquiatra y terapeuta francesa Marie-France Hirigoyen, existe la
posibilidad de destruir a alguien sólo con palabras, miradas, mentiras,
humillaciones o insinuaciones, un proceso de maltrato psicológico en el que un
individuo puede conseguir hacer pedazos a otro. Es a lo que denomina violencia
perversa o acoso moral.
Si
bien el acoso moral permite describirse dentro de distintos tipos de vínculos
(familiares, laborales. o hasta religiosos) en esta oportunidad se resumen
aspectos que la Dra Hirigoyen describe dentro de la pareja.
El
acoso moral propiamente dicho se desarrolla en dos fases: la primera es la fase
de seducción perversa por parte del agresor, que tiene la finalidad de desestabilizar
a la víctima, de conseguir que pierda progresivamente la confianza en sí misma
y en los demás; y la otra, es la fase de violencia manifiesta.
El
primer acto del depredador siempre consiste en paralizar a su víctima para que
no se pueda defender. Pretende mantener al otro en una relación de dependencia
o incluso de propiedad para demostrarse a sí mismo su omnipotencia. La víctima,
inmensa en la duda y en la culpabilidad, no es capaz de reaccionar.
Todos
estos constituyen una serie de comportamientos deliberados por parte del
agresor destinados a desencadenar la ansiedad de la víctima, provocando en ella
una actitud defensiva, que, a su vez, genera nuevas agresiones.
La
estrategia perversa no aspira a destruir al otro inmediatamente; prefiere
someterlo poco a poco y mantenerlo a su disposición, conservando el poder
para controlarlo. Intenta, de alguna manera, hacer creer que el vínculo de
dependencia es irremplazable y que es la víctima quién lo solicita.
Esta
perversidad no proviene de un trastorno psiquiátrico, sino de una fría
racionalidad que se combina con la incapacidad de considerar a los demás como
seres humanos.
El
acosador utiliza una serie de métodos para desestabilizar al otro, como por
ejemplo: burlarse de sus convicciones, ideas o gustos; ridiculizarlo en
público; dejar de dirigirle la palabra; ofenderlo delante de los demás;
privarlo de cualquier posibilidad de expresarse; mofarse de sus con sus puntos
débiles; hacer alusiones desagradables, sin llegar a aclararlas nunca; poner en
tela de juicio sus capacidades de juicio y decisión, etc.
La
agresión propiamente dicha es constante y se lleva a cabo sin hacer ruido,
mediante alusiones e insinuaciones, sin que podamos decir en qué momento ha
comenzado ni tampoco si se trata realmente de una agresión. Se presenta
continuamente y en forma de pequeños toques que se dan todos los días o varias
veces a la semana, durante meses e incluso años. Basta que la víctima revele sus debilidades para que el perverso las explote inmediatamente contra
ella.
El
mensaje de un perverso siempre es voluntariamente vago e impreciso y genera
confusión. Son precisamente estas técnicas indirectas las que desconciertan al
interlocutor y hacen que éste tenga dudas sobre la realidad de lo que acaba de
ocurrir.
Un
verdadero perverso no suelta jamás su presa. Está persuadido de que tiene
razón, y no tiene escrúpulos ni remordimientos.
Pero
sin duda, el arte en el que el perverso destaca por excelencia es el de
enfrentar a unas personas con otras, el de provocar rivalidades y celos. Esto
lo puede conseguir mediante esas alusiones que siembran la duda, mediante
mentiras que colocan a las personas en posiciones enfrentadas, o simplemente
hace correr rumores que, de una manera imperceptible, herirán a la víctima sin
que ésta pueda identificar su origen.
El
establecimiento del dominio sume a las víctimas en la confusión: o no se
atreven a quejarse o no saben hacerlo. Éstas describen un verdadero
empobrecimiento, una anulación parcial de sus facultades y una amputación de su
vitalidad y de su espontaneidad. Aunque sientan que son objeto de una
injusticia, su confusión es tan grande que no tienen ninguna posibilidad de
reaccionar.
A la
hora de afrontar lo que les pasa, las víctimas se sienten solas. ¿Cómo hablar
de ello a personas ajenas a la situación? ¿Cómo describir una mirada cargada de
odio o una violencia que tan sólo aparece en lo que se sobreentiende y en lo
que se silencia?
En
cambio, la fase de odio o violencia, empieza con toda claridad cuando la
víctima reacciona e intenta obrar en tanto que sujeto y recuperar un poco de
libertad. A partir de este momento abundarán los golpes bajos y las ofensas,
así como palabras que rebajan, humillan y convierten en burla
todo lo que pueda ser propio de la víctima.
En
esta etapa el perverso puede intentar que su víctima actúe contra él para poder
acusarla de malvada y violenta. Lo importante siempre es que la víctima parezca
responsable de lo que ocurre. Ésta al principio se justifica, y luego se da
cuenta de que cuanto más se justifica, más culpable parece.
Vencer
a este tipo de perversos, o esperar que cambien es prácticamente imposible. En
todo caso, la víctima debe analizar el problema "fríamente",
empezando por dejar de lado la cuestión de culpabilidad.
Para
ello primero debe abandonar su ideal de tolerancia absoluta y empezar a
reconocer que alguien a quien ama presenta un trastorno de personalidad que
resulta peligroso para ella y que debe protegerse.
Otro
de los pasos esenciales consiste en dejar de justificarse. Todas las cosas que
hagamos o digamos el perverso tiene la rara habilidad de volverlas en contra
nuestra.
También
la víctima debe estar prevenida que cualquier cambio de actitud tenderá a
provocar un aumento de las agresiones y de las provocaciones. El perverso,
convencido de que tiene la razón tratará siempre de culpabilizarnos, por lo que
esperar un cambio de actitud por parte de él es prácticamente imposible.
Y
bastante ingenuo por cierto
No hay comentarios:
Publicar un comentario