En
esta ocasión, esperamos ampliar un poco más este abordaje del símbolo como conducta adaptativa
para superar las fracturas psíquicas generadas por un mundo que
se presenta hostil desde siempre.
Una definición
del símbolo como estrategia adaptativa
La fuerza de los símbolos radica en su capacidad para
producir múltiples significados. (Turner, 1967) El Símbolo es visto aquí como
una forma de conocimiento en la que las características de identificación de
una cosa se transfieren en un destello intuitivo, instantaneo y casi
inconsciente a otra cosa que, por su complejidad, no alcanzamos a comprender y
confiamos en poder hacerlo.
Según el historiador Mircea Eliade, el símbolo es una creación de la psique que logra expresar
exitosamente la coincidencia entre opuestos complementarios. Esta idea remite a
la etimología griega misma del término símbolo, (σύμβολον) que significa “lanzar juntos”. En la Gracia clásica
remitía a dos piezas diferentes y
complementarias (jamás opuestas) que eran reunidas para validar un
compromiso entre partes. El contrato se anotaba en un trozo de cerámica que era
arrojado para dar lugar a dos pedazos que se complementaban para validar
posteriormente el acuerdo. El concepto de símbolo elaborado por Eliade, remite
a esta acción de reunir y lanzar juntas partes complementarias para producir el
efecto de validación (Eliade, 1952)
Más tarde el antropólogo Víctor Turner se dedicaría largamente a
describir las razones por las que tanto los símbolos visuales como las conductas
expresadas en rituales, impulsan el bienestar y cierta sensación de equilibrio
en los grupos que los practican. Una de las primeras cosas que Turner reconoció
fue el carácter polisémico de los símbolos, y su capacidad para introducir una
experiencia personal, única e intransferible (Turner, 1967) [1]
Entonces, si tomamos en cuenta los exhaustivos estudios antropológicos que asocian al símbolo, no con el lenguaje sino con una conducta ritualizada, eso nos facilitara comprender que es muy probable que los primeros humanos descubrieron tempranamente el carácter transformador de la experiencia simbólica.
Conductas simbólicas para superar la fractura psíquica
En
la entrada anterior nos remitimos a la fractura psíquica que bien pudieron
experimentar los primeros grupos de homo
sapiens como consecuencia de la muerte violenta de un ser querido, así como
el estrés postraumático que los pudo haber paralizado e impedía continuar con
la búsqueda cotidiana de sustento. Se trataba de percepciones desconocidas
entre las especies homínidas anteriores a nosotros, quienes, aunque se sentían
tristes ante la pérdida de un miembro del grupo, como carecían del flujo
prefrontal, su cerebro robusto estaba preparado para reconocer inmediatamente
la tristeza por la ausencia de un ser querido, y asociarla rápidamente con
otras emociones similares de modo tal que pudieran superar el trauma en poco
tiempo.
Los
hallazgos neurocientíficos nos recuerdan que, en los animales, todo agrupamiento y reorientación de diferentes
emociones en la amígdala presenta un
carácter dado, mientras los humanos con corteza prefrontal, nos vemos constreñidos
a generar conductas novedosas de identidad y diferencia realizadas en un solo
acto, que permiten agrupar y reconocer los temores más profundos para continuar
con la vida cotidiana. Visto así,
las conductas para pintarse el cuerpo con ocre rojo si las interpretamos como
maneras de identificarse con la sangre derramada por el difunto, representan
una temprana y maravillosa creación de la psiquis que pudo permitir reconocer,
agrupar emociones confusas al mismo tiempo que distinguían el propio yo del
fallecido.
Entre
los sitios africanos que evidencian una ocupación humana que se hunde en la
estratigrafía profunda, se encuentra la cueva de Blombos, cerda de Ciudad del
Cabo, en Sudáfrica. Los estratos correspondientes a diferentes ocupaciones
humanas descubren distintos artefactos que representan un viaje directo al
pasado. El grupo de arqueólogos liderado
por Christopher Henshilwood, descubrió durante 2008 en los estratos
correspondientes a las ocupaciones humanas de hace 100.000 años, una serie de
elementos para moler y preparar ocre amarillo y rojo que fueron reutilizados
varias veces. Los arqueólogos destacan la trascendencia
del hallazgo porque indica un hito "en la evolución del complejo proceso
mental humano al mostrar que aquellos seres tenían la capacidad conceptual para
obtener, combinar y almacenar substancias que podían después ser utilizadas
para resaltar sus prácticas sociales", dice el líder de la investigación.
También es una muestra de una larga tradición de conocimientos de química, dado
que sabían perfectamente qué elementos mezclar y en qué orden para conseguir el
producto deseado, ya fuera pegamento para una punta de lanza, así como preparar
pintura para el cuerpo, lo que evidencia una tradición aprendida de larga data.
Los resultados fueron publicados por Science
(Henshilwood, 2011)
Llama
la atención que todos los elementos para preparar pintura se hallaban asociados
con herramientas líticas similares a las utilizadas por grupos neanderthales,
anteriores a nosotros. Esto en sí mismo nos debiera hacer pensar que los
primeros humanos comenzaron a tener necesidades diferentes y más urgentes que
la de generar nuevas herramientas de caza.
También
nos hace pensar que el uso de ocre rojo ya constituía una práctica consolidada
en nuestra especie. “El primer enterramiento humano indiscutible data de hace 100.000 años”
sostenía Philip Lieberman en 1993, al referirse a restos óseos humanos impregnados con ocre rojo, hallados
en las cuevas de Skhul y Qafzeh, en Israel.
Varios ajuares funerarios estaban presentes en el yacimiento, incluida
la mandíbula de un jabalí en los brazos de uno de los esqueletos. Al parecer, el
hallazgo de ajuares similares en lugares tan distantes como Sudáfrica y Medio
Oriente, nos remiten a prácticas consolidadas para identificarse y
diferenciarse con los seres queridos sin vida entre los grupos sapiens de hace
cien mil años, al menos según lo
muestran los registros encontrados hasta ahora. (Lieberman, 1993)
Este recorte temporal
sobre el uso de ocre rojo como conducta adaptativa para superar el trauma de la
muerte y recuperar el control de su propio yo, representa una inferencia sobre
algo que solo afecta a quienes como especie necesitamos hallar modos para
elaborar lo que en el resto de las especies se presenta dado, y una hipótesis fundamentada
en hallazgos disponibles.
Hasta hace unos pocos
años, se creía que nuestra especie había emergido hace 100.000 años, según la
evidencia de restos óseos humanos asociados con enterratorios. El registro de
entonces que daba fuerza al argumento que los enterratorios nacieron como
necesidad con nuestra especie. Pero
nuevos hallazgos fueron corriendo hacia atrás la línea del tiempo sapiens, como
los realizados en Herto (White et al, 2003) o
en Kibish, ambos en Etiopía (McDougall, et
al, 2005) que arrojan fechados que van desde los 160.000 a 195.000 AP. Estos
hallazgos confirmaban los estudios de biología molecular que nuestra especie
emergió hace 200.000 años. (Stringer, 2016)
Otros
hallazgos más recientes aún, sacudieron el tablero de la emergencia de nuestra
especie y las oleadas de migraciones fuera de África. Excavaciones en la cueva
de Fuyan (Sur de China) proporcionaron 47 dientes de atribución inequívoca a homo sapiens, con una antigüedad entre
80.000 y 120.000 AP (Liu et al, 2015)
Luego se descubrió el controvertido registro de Jebel Irhoud, Marruecos (Richter
et al, 2017) con artefactos líticos y
un diente fósil de difícil clasificación, fechados con una antigüedad de 300.000
AP.
Los estudios
sobre sentidos diferenciados del flujo neuronal, permiten inferir que, si
emergió la CPF, hubo cambios en el flujo, con la consecuente fractura psíquica por traumas
inevitables. Esta sensación de “estar roto por dentro” esconde la razón que
impulsó las primeras conductas simbólicas para expresar y reconocer en un solo
acto (“lanzar juntos”) sus temores ante la muerte violenta de seres queridos, y
así recuperar el control sobre su propia existencia.
¿Arte, o procesos
simbólicos de identidad y diferencia?
Es bastante habitual
que, cada vez que algún arqueólogo descubre objetos muy, muy antiguos,
llamativos por la belleza y precisión con que fueron hechos, como ocurrió con
las flautas y la figurilla de Hohle Fels (Alemania) no pocos académicos aventuren
reflexiones sobre el arte expresado en tales objetos (sin duda bellísimos) en
afirmaciones derivadas de la estética clásica, que luego terminan obstruyendo
cualquier intento de comprensión porque no consiguen desarrollar los motivos
reales que levaron a los creadores a expresarse del modo que lo hicieron.
(Salvetti, 2017) Cuando Andrew Curry (2012) reconoció que los hallazgos con más
de 40.000 años en Hohle Fels, fueron realizados por individuos que nadie
imaginaba capaces de realizar en etapas tan tempranas, inició un candente
debate sobre los orígenes y propósitos del arte con las siguientes preguntas “¿Eran
estas representaciones literales del
mundo que nos rodea? ¿O fueron obras
de arte creadas para expresar emociones o ideas abstractas?”
En verdad, creemos que
ni una cosa ni la otra. Para fundamentar otra mirada, prestemos atención a la
respuesta de nativos australianos de la actualidad cuando visitantes pusieron
en duda el carácter creativo de las ceremonias de repintado de arte rupestre,
que los nativos realizan regularmente en medio de danzas y cantos: “Si el arte está muerto
no nos importa a nosotros los aborígenes. Nosotros
nunca hemos concebido a nuestras pinturas rupestres como Arte… Debemos conducir esas imágenes de vuelta a la
tierra, danzando…Eso nos haría aprender la historia, poner nueva vida en
esas imágenes… La historia en nuestras
imágenes rupestres es directa. Es por ello que debemos cuidar las imágenes
para que la vida en la tierra pueda continuar” (Mowaljarlai y Vonnicombe, 1988, cursivas añadidas)
La respuesta actual de
los nativos quizás nos pueda hacer comprender que los humanos del paleolítico
tampoco sentían la necesidad de expresarse según parámetros del arte que la
filosofía clásica elaboraría de modo abstracto mucho después. En cambio, si nos
atenemos a la necesidad que tuvieron los humanos desde sus inicios de generar
artefactos y conductas para ganar adaptación psíquica y seguridad en sí mismos,
entonces quizás podamos comenzar a analizar caso por caso.
Por ejemplo, entre muchos artefactos
que se acumulan sin clasificar en los sótanos de los museos debido a
dificultades para definir si se tratan o no de expresiones simbólicas,
encontramos adornos personales y
cuentas de collar
realizados con caracoles perforados
hace 75.000 años (Henshilwood, 2005) o fragmentos de huevos de avestruz con
diferentes decoraciones de pintura y grabado, realizados hace 60.000 años y
resultan similares a los que siguen utilizándose como cantimploras africanas hasta el día de hoy
(Texier, 2010) Se trata de artefactos decorados con distintos diseños y
colores, cuya elaboración pone en evidencia la temprana y particular necesidad humana de identificarse
a sí mismo al tiempo que diferenciarse frente a un otro individual o grupal. Las
marcas particulares realizadas en cada cantimplora tuvieron ese propósito. No
podemos catalogarlas como hechas por arte o de puro aburridos.
Además de elementos para adorno o
identificación personal/grupal, se han hallado y analizado con técnicas sofisticadas
de acústica, elementos para producir sonidos que imitan el suave y resonante goteo
de las estalagmitas en las cuevas conocidos como litófonos (Glory,
1964; Dams, 1984; Dauvois y Reznikoff, 1988) El hallazgo de flautas con un fechado de más de 40.000
años AP (Conrad et al, 2009) expresa una tradición más antigua aún. La
identificación con el canto de pájaros del bosque, bien pudo movilizar la
utilización creativa de huesos de aves majestuosas para inventar un instrumento
que permita al ejecutante y desde su exhalación vital, imitar el exquisito
canto. Todas las creaciones representan formidables procesos de identificación
y diferencia con elementos del entorno mediante la generación personalizada de
música, además de evidenciar una larguísima observación del medio natural, que bien
pudo ofrecer a sus creadores y ejecutantes un manejo adecuado de sus temores y
superarlos con eficacia.
También resultan inclasificables desde
parámetros académicos abstractos que enmarcan tales hallazgos bajo el rótulo de
arte o magia, gran cantidad de figurillas femeninas que
demuestran en su factura una motrocidad fina exquisita, o las magníficas
pinturas de las cuevas de Chauvet, Francia, realizadas hace 36.000 años. Las
pinturas de Chauvet han estimulado estudios sobre la temprana identificación paleolítica con animales en movimiento, como muestra el
siguiente vídeo de Arte France:
Según avanzamos, el registro disponible nos remite a una identificación con manifestaciones de un entorno natural temido y al mismo tiempo, fascinante. ¿Qué otra cosa que no fuese identificarse con elementos del entorno pudo movilizar las clasificaciones totémicas, tan estudiadas por los antropólogos? Desde los inicios de nuestra especie hasta hoy, observamos, por ejemplo, la identificación de grupos nativos canadienses con la fuerza del oso, o con la visión aguda de la majestuosa águila, identificaciones todas que responden a la necesidad psíquica de integrarse y reconocer como propio el espacio circundante, donde tales procesos de identificación/diferenciación con un otro individual o grupal, no implican la adoración de tales animales, ni expresan creencias religiosas. (4) Más bien. los entendemos como procesos de identificación y diferencia que facilitan el manejo de sí mismo individual y grupal con el medio natural, legítimamente movilizados por el anhelo de seguir obteniendo alimento y abrigo a pesar del temor a las inclemencias naturales, con sus incertidumbres y peligros.
El registro fósil disponible nos revela la total ausencia de una abstracción racional pura, sino la expresión necesaria de una conducta que procura integrar diferentes áreas del cerebro, búsqueda que no responde a otra cosa que a la función clasificatoria de la corteza prefrontal que fluye entre diferentes datos de la experiencia, confirmando lo que describen las neurociencias recientes sobre el carácter ecológico del flujo tálamo-cortical sobre elementos previamente consolidados de la memoria.
[1] Asimismo, Turner rechaza la noción de sociedades estátiaos, así como el uso de abordajes
que requieran congelar los movimientos sociales para poder analizarlos. Sus
observaciones sobre la dinámica social, focalizan en los factores en la
formación de consensos para que un grupo participe de modo unificado y
desarrolle vínculos de compañerismo y lealtad en pos de determinadas metas y
valores compartidos. Turner sostiene que tales acciones conjuntas dan lugar a
la emergencia de una Communitas, término
que según su mismo autor describe, prefiere al secular Estructura, y le sirve para señalar las raíces religiosas o
sagradas que impregnan los valores supremos del grupo conformado en pos de
determinadas utopías, aunque el mismo se autoperciba como secular (Turner 1969
y 1974)
[2] El término símbolo
presenta una asombrosa variedad de significados dependiendo de las corrientes
teóricas, así como de las épocas y contextos de uso, abonando el camino para
perdernos en enredos conceptuales (Reynoso, 1987) Para aumentar la confusión,
ya desde la época clásica, Aristóteles vincula al símbolo con un signo
convencional, ya se trate de un estandarte, un santo y seña, un credo
confesional o cualquier expresión de sentimiento. Luego y para no ser menos,
Charles Peirce (1900) recupera la equivalencia aristotélica otorgando al
símbolo el significado de un signo convencional. Sin embargo, el psicoanalista
Donald Meltzer cuestiona que “las estructuras lingüísticas entre signos y símbolos tiendan a equipararse …
en los trabajos de gente como Saussure y Lacan” estableciendo una distinción
que en caso de desarrollarla nos apartaría del tema (Meltzer, 2001; ver también
Eliade, 1952)
[3]
Se recuerda que
categorías universales como el continuum Magia,
Ciencia y Religión fueron difundidas por los primeros antropólogos, entre ellos
Tylor y Frazer, y que tales categorías fueron ampliamente cuestionadas por
hallazgos posteriores de antropólogos de campo desde hace más de un siglo. Las
razones que se esgrimen para seguirlas utilizando como válidas en otras
disciplinas, como la psiquiatría, cuando se trata de categorías superadas por
la antropología moderna para el análisis científico de datos, abre un debate
epistemológico que escapa los propósitos de este trabajo.
[4] El documental Totem de la argentina Franca Gonzalez,
realizado en 2014, revela de modo magistral los sentimientos de identificación
totémica que aún hoy persisten entre los grupos kwakiutl respecto de animales
de su entorno natural, como el Oso. El film incluye entrevistas específicas donde
los nativos actualmente insisten en que la identificación con cualidades de
distintos animales que admiran, no debe confundirse con adoración religiosa a
los mismos. Los aborígenes canadienses fueron brutalmente perseguidos en siglos
pasados porque los misioneros europeos interpretaron su identificación como adoración,
pese a que ellos insistían en que solo buscaban identificarse con sus
cualidades formidables.
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