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martes, 9 de marzo de 2021

Emerge la Corteza Prefrontal (III) Procesos Simbólicos de Identidad y Diferencia

 


En esta ocasión, esperamos ampliar un poco más este abordaje del símbolo como conducta adaptativa para superar las fracturas psíquicas generadas por un mundo que se presenta hostil desde siempre.

Una definición del símbolo como estrategia adaptativa 

La fuerza de los símbolos radica en su capacidad para producir múltiples significados. (Turner, 1967) El Símbolo es visto aquí como una forma de conocimiento en la que las características de identificación de una cosa se transfieren en un destello intuitivo, instantaneo y casi inconsciente a otra cosa que, por su complejidad, no alcanzamos a comprender y confiamos en poder hacerlo.

Según el historiador Mircea Eliade, el símbolo es una creación de la psique que logra expresar exitosamente la coincidencia entre opuestos complementarios. Esta idea remite a la etimología griega misma del término símbolo, (σύμβολον) que significa “lanzar juntos”. En la Gracia clásica remitía a dos piezas diferentes y complementarias (jamás opuestas) que eran reunidas para validar un compromiso entre partes. El contrato se anotaba en un trozo de cerámica que era arrojado para dar lugar a dos pedazos que se complementaban para validar posteriormente el acuerdo. El concepto de símbolo elaborado por Eliade, remite a esta acción de reunir y lanzar juntas partes complementarias para producir el efecto de validación (Eliade, 1952)

Más tarde el antropólogo Víctor Turner se dedicaría largamente a describir las razones por las que tanto los símbolos visuales como las conductas expresadas en rituales, impulsan el bienestar y cierta sensación de equilibrio en los grupos que los practican. Una de las primeras cosas que Turner reconoció fue el carácter polisémico de los símbolos, y su capacidad para introducir una experiencia personal, única e intransferible (Turner, 1967) [1]

 Pero sin duda una de las reflexiones más logradas de Turner es aquella que remite al símbolo como una forma de ir de lo conocido a lo desconocido. Como “una forma de cognición en la que las cualidades identificadoras de una cosa se transfieren —en un relámpago de comprensión instantáneo, casi inconsciente— a alguna otra cosa que es, por su lejanía o complejidad, desconocida para nosotros” (Turner, 1974) Los símbolos, presentados en un espacio tanto lúdico como agónico, ofrecen la cualidad intransferible de transformar nuestra experiencia. [2]



Entonces, si tomamos en cuenta los exhaustivos estudios antropológicos que asocian al símbolo, no con el lenguaje sino con una conducta ritualizada, eso nos facilitara comprender que es muy probable que los primeros humanos descubrieron tempranamente el carácter transformador de la experiencia simbólica.





Conductas simbólicas para superar la fractura psíquica

En la entrada anterior nos remitimos a la fractura psíquica que bien pudieron experimentar los primeros grupos de homo sapiens como consecuencia de la muerte violenta de un ser querido, así como el estrés postraumático que los pudo haber paralizado e impedía continuar con la búsqueda cotidiana de sustento. Se trataba de percepciones desconocidas entre las especies homínidas anteriores a nosotros, quienes, aunque se sentían tristes ante la pérdida de un miembro del grupo, como carecían del flujo prefrontal, su cerebro robusto estaba preparado para reconocer inmediatamente la tristeza por la ausencia de un ser querido, y asociarla rápidamente con otras emociones similares de modo tal que pudieran superar el trauma en poco tiempo.

Los hallazgos neurocientíficos nos recuerdan que, en los animales, todo agrupamiento y reorientación de diferentes emociones en la amígdala presenta un carácter dado, mientras los humanos con corteza prefrontal, nos vemos constreñidos a generar conductas novedosas de identidad y diferencia realizadas en un solo acto, que permiten agrupar y reconocer los temores más profundos para continuar con la vida cotidiana. Visto así, las conductas para pintarse el cuerpo con ocre rojo si las interpretamos como maneras de identificarse con la sangre derramada por el difunto, representan una temprana y maravillosa creación de la psiquis que pudo permitir reconocer, agrupar emociones confusas al mismo tiempo que distinguían el propio yo del fallecido.


Dueños de su propio destino

Entre los sitios africanos que evidencian una ocupación humana que se hunde en la estratigrafía profunda, se encuentra la cueva de Blombos, cerda de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. Los estratos correspondientes a diferentes ocupaciones humanas descubren distintos artefactos que representan un viaje directo al pasado.  El grupo de arqueólogos liderado por Christopher Henshilwood, descubrió durante 2008 en los estratos correspondientes a las ocupaciones humanas de hace 100.000 años, una serie de elementos para moler y preparar ocre amarillo y rojo que fueron reutilizados varias veces. Los arqueólogos destacan la trascendencia del hallazgo porque indica un hito "en la evolución del complejo proceso mental humano al mostrar que aquellos seres tenían la capacidad conceptual para obtener, combinar y almacenar substancias que podían después ser utilizadas para resaltar sus prácticas sociales", dice el líder de la investigación. También es una muestra de una larga tradición de conocimientos de química, dado que sabían perfectamente qué elementos mezclar y en qué orden para conseguir el producto deseado, ya fuera pegamento para una punta de lanza, así como preparar pintura para el cuerpo, lo que evidencia una tradición aprendida de larga data. Los resultados fueron publicados por Science (Henshilwood, 2011) 


En cuanto al uso que darían a la mezcla de ocre, los arqueólogos no tienen certeza, pero bien pudo ser utilizado para decorarse -o protegerse- el cuerpo. Los arqueólogos de Blombos reconocen no tener, por el momento, rastros en el registro que den una pista al respecto. Sin embargo, las etnografías africanas describen el uso actual de ocre rojo para pintarse el cuerpo, y el antropólogo Víctor Turner
describió su uso entre grupos nativos para representar la sangre humana (Turner, 1967)

Llama la atención que todos los elementos para preparar pintura se hallaban asociados con herramientas líticas similares a las utilizadas por grupos neanderthales, anteriores a nosotros. Esto en sí mismo nos debiera hacer pensar que los primeros humanos comenzaron a tener necesidades diferentes y más urgentes que la de generar nuevas herramientas de caza.

También nos hace pensar que el uso de ocre rojo ya constituía una práctica consolidada en nuestra especie. “El primer enterramiento humano indiscutible data de hace 100.000 años” sostenía Philip Lieberman en 1993, al referirse a restos óseos humanos impregnados con ocre rojo, hallados en las cuevas de Skhul y Qafzeh, en Israel.  Varios ajuares funerarios estaban presentes en el yacimiento, incluida la mandíbula de un jabalí en los brazos de uno de los esqueletos. Al parecer, el hallazgo de ajuares similares en lugares tan distantes como Sudáfrica y Medio Oriente, nos remiten a prácticas consolidadas para identificarse y diferenciarse con los seres queridos sin vida entre los grupos sapiens de hace cien mil años, al menos según lo muestran los registros encontrados hasta ahora. (Lieberman, 1993)

Este recorte temporal sobre el uso de ocre rojo como conducta adaptativa para superar el trauma de la muerte y recuperar el control de su propio yo, representa una inferencia sobre algo que solo afecta a quienes como especie necesitamos hallar modos para elaborar lo que en el resto de las especies se presenta dado, y una hipótesis fundamentada en hallazgos disponibles.

Hasta hace unos pocos años, se creía que nuestra especie había emergido hace 100.000 años, según la evidencia de restos óseos humanos asociados con enterratorios. El registro de entonces que daba fuerza al argumento que los enterratorios nacieron como necesidad con nuestra especie.  Pero nuevos hallazgos fueron corriendo hacia atrás la línea del tiempo sapiens, como los realizados en Herto (White et al, 2003) o en Kibish, ambos en Etiopía (McDougall, et al, 2005) que arrojan fechados que van desde los 160.000 a 195.000 AP. Estos hallazgos confirmaban los estudios de biología molecular que nuestra especie emergió hace 200.000 años. (Stringer, 2016)

Otros hallazgos más recientes aún, sacudieron el tablero de la emergencia de nuestra especie y las oleadas de migraciones fuera de África. Excavaciones en la cueva de Fuyan (Sur de China) proporcionaron 47 dientes de atribución inequívoca a homo sapiens, con una antigüedad entre 80.000 y 120.000 AP (Liu et al, 2015) Luego se descubrió el controvertido registro de Jebel Irhoud, Marruecos (Richter et al, 2017) con artefactos líticos y un diente fósil de difícil clasificación, fechados con una antigüedad de 300.000 AP.

 Un nuevo hallazgo en la cueva de Misliya (Israel) agregó una nueva dimensión a la historia y migración de nuestra especie, con fósiles caracterizados como sapiens y una antigüedad entre 177.000 y 194.000 años. En la cueva se han encontrado también herramientas avanzadas y lascas afiladas de piedra que indicarían que sus habitantes eran cazadores bien pertrechados (hondas, proyectiles y hojas pétreas finamente moldeadas) para matar y descuartizar gacelas, ónices, jabalíes, liebres, tortugas y avestruces. También se hallaron vestigios de esteras hechas con material vegetal. Pero la cueva no presenta enterratorios ni rastros de uso de ocre rojo.  (Hershkovitz, et al, 2018)


¿Se pueden poner en duda la entonces ausencia en Misliya de conductas simbólicas para superar los traumas? Creemos que no.
Sostenemos que la ausencia de registro material de cualquier conducta ritualizada para superar el trauma humano ante la muerte, no debiera implicar que sus habitantes con CPF no hubieran desarrollado alguna forma particular de elaborar la muerte violenta de sus seres queridos.

Los estudios sobre sentidos diferenciados del flujo neuronal, permiten inferir que, si emergió la CPF, hubo cambios en el flujo, con la consecuente fractura psíquica por traumas inevitables. Esta sensación de “estar roto por dentro” esconde la razón que impulsó las primeras conductas simbólicas para expresar y reconocer en un solo acto (“lanzar juntos”) sus temores ante la muerte violenta de seres queridos, y así recuperar el control sobre su propia existencia.

 

¿Arte, o procesos simbólicos de identidad y diferencia?

Es bastante habitual que, cada vez que algún arqueólogo descubre objetos muy, muy antiguos, llamativos por la belleza y precisión con que fueron hechos, como ocurrió con las flautas y la figurilla de Hohle Fels (Alemania) no pocos académicos aventuren reflexiones sobre el arte expresado en tales objetos (sin duda bellísimos) en afirmaciones derivadas de la estética clásica, que luego terminan obstruyendo cualquier intento de comprensión porque no consiguen desarrollar los motivos reales que levaron a los creadores a expresarse del modo que lo hicieron. (Salvetti, 2017) Cuando Andrew Curry (2012) reconoció que los hallazgos con más de 40.000 años en Hohle Fels, fueron realizados por individuos que nadie imaginaba capaces de realizar en etapas tan tempranas, inició un candente debate sobre los orígenes y propósitos del arte con las siguientes preguntas ¿Eran estas representaciones literales del mundo que nos rodea? ¿O fueron obras de arte creadas para expresar emociones o ideas abstractas?

En verdad, creemos que ni una cosa ni la otra. Para fundamentar otra mirada, prestemos atención a la respuesta de nativos australianos de la actualidad cuando visitantes pusieron en duda el carácter creativo de las ceremonias de repintado de arte rupestre, que los nativos realizan regularmente en medio de danzas y cantos: “Si el arte está muerto no nos importa a nosotros los aborígenes. Nosotros nunca hemos concebido a nuestras pinturas rupestres como Arte… Debemos conducir esas imágenes de vuelta a la tierra, danzando…Eso nos haría aprender la historia, poner nueva vida en esas imágenes… La historia en nuestras imágenes rupestres es directa. Es por ello que debemos cuidar las imágenes para que la vida en la tierra pueda continuar” (Mowaljarlai y Vonnicombe, 1988, cursivas añadidas)

La respuesta actual de los nativos quizás nos pueda hacer comprender que los humanos del paleolítico tampoco sentían la necesidad de expresarse según parámetros del arte que la filosofía clásica elaboraría de modo abstracto mucho después. En cambio, si nos atenemos a la necesidad que tuvieron los humanos desde sus inicios de generar artefactos y conductas para ganar adaptación psíquica y seguridad en sí mismos, entonces quizás podamos comenzar a analizar caso por caso.

Por ejemplo, entre muchos artefactos que se acumulan sin clasificar en los sótanos de los museos debido a dificultades para definir si se tratan o no de expresiones simbólicas, encontramos adornos personales y cuentas de collar realizados con  caracoles perforados hace 75.000 años (Henshilwood, 2005) o fragmentos de huevos de avestruz con diferentes decoraciones de pintura y grabado, realizados hace 60.000 años y resultan similares a los que siguen utilizándose como cantimploras africanas hasta el día de hoy (Texier, 2010) Se trata de artefactos decorados con distintos diseños y colores, cuya elaboración pone en evidencia la temprana y particular necesidad humana de identificarse a sí mismo al tiempo que diferenciarse frente a un otro individual o grupal. Las marcas particulares realizadas en cada cantimplora tuvieron ese propósito. No podemos catalogarlas como hechas por arte o de puro aburridos.



Además de elementos para adorno o identificación personal/grupal, se han hallado y analizado con técnicas sofisticadas de acústica, elementos para producir sonidos que imitan el suave y resonante goteo de las estalagmitas en las cuevas conocidos como litófonos (Glory, 1964; Dams, 1984; Dauvois y Reznikoff, 1988) El hallazgo de flautas con un fechado de más de 40.000 años AP (Conrad et al, 2009) expresa una tradición más antigua aún. La identificación con el canto de pájaros del bosque, bien pudo movilizar la utilización creativa de huesos de aves majestuosas para inventar un instrumento que permita al ejecutante y desde su exhalación vital, imitar el exquisito canto. Todas las creaciones representan formidables procesos de identificación y diferencia con elementos del entorno mediante la generación personalizada de música, además de evidenciar una larguísima observación del medio natural, que bien pudo ofrecer a sus creadores y ejecutantes un manejo adecuado de sus temores y superarlos con eficacia.


También resultan inclasificables desde parámetros académicos abstractos que enmarcan tales hallazgos bajo el rótulo de arte o magia, gran cantidad de figurillas femeninas que demuestran en su factura una motrocidad fina exquisita, o las magníficas pinturas de las cuevas de Chauvet, Francia, realizadas hace 36.000 años. Las pinturas de Chauvet han estimulado estudios sobre la temprana identificación paleolítica con animales en movimiento, como muestra el siguiente vídeo de Arte France:



Según avanzamos, el registro disponible nos remite a una identificación con manifestaciones de un entorno natural temido y al mismo tiempo, fascinante. ¿Qué otra cosa que no fuese identificarse con elementos del entorno pudo movilizar las clasificaciones totémicas, tan estudiadas por los antropólogos?  Desde los inicios de nuestra especie hasta hoy, observamos, por ejemplo, la identificación de grupos nativos canadienses con la fuerza del oso, o con la visión aguda de la majestuosa águila, identificaciones todas que responden a la necesidad psíquica de integrarse y reconocer como propio el espacio circundante, donde tales procesos de identificación/diferenciación con un otro individual o grupal, no implican la adoración de tales animales, ni expresan creencias religiosas. (4) Más bien. los entendemos como procesos de identificación y diferencia que facilitan el manejo de sí mismo individual y grupal con el medio natural, legítimamente movilizados por el anhelo de seguir obteniendo alimento y abrigo a pesar del temor a las inclemencias naturales, con sus incertidumbres y peligros.

El registro fósil disponible nos revela la total ausencia de una abstracción racional pura, sino la expresión necesaria de una conducta que procura integrar diferentes áreas del cerebro, búsqueda que no responde a otra cosa que a la función clasificatoria de la corteza prefrontal que fluye entre diferentes datos de la experiencia, confirmando lo que describen las neurociencias recientes sobre el carácter ecológico del flujo tálamo-cortical sobre elementos previamente consolidados de la memoria.


[1] Asimismo, Turner rechaza la noción de sociedades estátiaos, así como el uso de abordajes que requieran congelar los movimientos sociales para poder analizarlos. Sus observaciones sobre la dinámica social, focalizan en los factores en la formación de consensos para que un grupo participe de modo unificado y desarrolle vínculos de compañerismo y lealtad en pos de determinadas metas y valores compartidos. Turner sostiene que tales acciones conjuntas dan lugar a la emergencia de una Communitas, término que según su mismo autor describe, prefiere al secular Estructura, y le sirve para señalar las raíces religiosas o sagradas que impregnan los valores supremos del grupo conformado en pos de determinadas utopías, aunque el mismo se autoperciba como secular (Turner 1969 y 1974)

 

[2] El término símbolo presenta una asombrosa variedad de significados dependiendo de las corrientes teóricas, así como de las épocas y contextos de uso, abonando el camino para perdernos en enredos conceptuales (Reynoso, 1987) Para aumentar la confusión, ya desde la época clásica, Aristóteles vincula al símbolo con un signo convencional, ya se trate de un estandarte, un santo y seña, un credo confesional o cualquier expresión de sentimiento. Luego y para no ser menos, Charles Peirce (1900) recupera la equivalencia aristotélica otorgando al símbolo el significado de un signo convencional. Sin embargo, el psicoanalista Donald Meltzer cuestiona que “las estructuras lingüísticas entre signos y símbolos tiendan a equipararse … en los trabajos de gente como Saussure y Lacan” estableciendo una distinción que en caso de desarrollarla nos apartaría del tema (Meltzer, 2001; ver también Eliade, 1952)

 

[3] Se recuerda que categorías universales como el continuum Magia, Ciencia y Religión fueron difundidas por los primeros antropólogos, entre ellos Tylor y Frazer, y que tales categorías fueron ampliamente cuestionadas por hallazgos posteriores de antropólogos de campo desde hace más de un siglo. Las razones que se esgrimen para seguirlas utilizando como válidas en otras disciplinas, como la psiquiatría, cuando se trata de categorías superadas por la antropología moderna para el análisis científico de datos, abre un debate epistemológico que escapa los propósitos de este trabajo.

[4] El documental Totem de la argentina Franca Gonzalez, realizado en 2014, revela de modo magistral los sentimientos de identificación totémica que aún hoy persisten entre los grupos kwakiutl respecto de animales de su entorno natural, como el Oso. El film incluye entrevistas específicas donde los nativos actualmente insisten en que la identificación con cualidades de distintos animales que admiran, no debe confundirse con adoración religiosa a los mismos. Los aborígenes canadienses fueron brutalmente perseguidos en siglos pasados porque los misioneros europeos interpretaron su identificación como adoración, pese a que ellos insistían en que solo buscaban identificarse con sus cualidades formidables.


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