Investigaciones recientes concluyen que el sentido de
flujo prefrontal que nos hace creativos es el mismo que nos impide superar el
dolor ante una perdida.
El flujo prefrontal-amígdala, puede obstruir (y de
hecho lo hace) los procesos tálamo-corticales de consolidación de la memoria
emocional cuando sufrimos un trauma que introduce la fractura psíquica: esa
sensación de estar roto por dentro que muchos de nosotros hemos experimentado
ante un dolor que no terminamos de aceptar y comprender.
En la entrada anterior, procuramos mostrar que la emergencia de la corteza frontal (CPF) implica la incorporación novedosa de procesos secundarios de flujo neuronal que nos permiten navegar al interior de nuestro cerebro para vincular diferentes áreas de conocimiento como ninguna otra criatura había hecho hasta entonces.
Sin embargo, investigaciones recientes, ofrecen
razones para concluir que, la misma mente que nos abre un mundo de
posibilidades creativas en la solución de problemas cotidianos, es la misma que
nos impide superar el dolor ante una perdida, y puede obstruir los procesos de
consolidación de la memoria emocional cuando sufrimos un trauma que produce la fractura psíquica. Si queremos saber cómo
revertir los procesos de fractura psíquica, se hace necesario conocer los
procesos robustos que se dan naturalmente en el cerebro animal.
Comenzaremos por recordar que en el homo sapiens, coexisten los procesos
primarios tálamo-corticales observados en el resto de los organismos, a los que
se añaden después los procesos secundarios de creatividad y reflexión, únicos
en la Naturaleza.
Con la Mente humana, que introduce la sensación de un yo que busca y genera
nuevas relaciones entre las cosas, nació la Psiquis.
La fractura psíquica
Las largas reflexiones filosóficas sobre la tragedia de la condición
humana, pueden haber hallado su impulso a través de los tiempos en que, junto
con la Mente y la Psiquis exclusivamente humanas, también nació la necesidad de
superar la fractura psíquica, esa sensación de estar roto por dentro que
muchos de nosotros hemos sufrido luego de atravesar un dolor que se eleva más
allá de nuestra comprensión.
Sobre este tema, las neurociencias de los últimos tiempos tienen mucha
luz para arrojar. Entre estos avances, los hallazgos del equipo israelí del
neurobiólogo Rony Paz (Paz et al., 2019), permiten
comprender con claridad los factores conducentes a malestar psíquico y falta de adaptación al medio derivados de
patologías neurológicas que también podemos reconocer como únicos del género
humano.
El Grupo de
Paz (2019) reunió largas observaciones sobre la actividad eléctrica neuronal de
humanos y primates en dos regiones:
La corteza prefrontal (CPF) donde se
producen funciones superiores como la toma de decisiones.
La amígdala, asiento anatómico del registro
emocional que condiciona las reacciones básicas para supervivencia.
Publicaron sus conclusiones luego de observar una diferencia evidente en los
procesos de consolidación de la memoria en el hipocampo, ya
que, mientras en los animales la consolidación aparece como dada, en los
cerebros homo sapiens tal consolidación se presenta obstruida por la
búsqueda, muchas veces febril, de factores y elementos que hubieran podido
evitar sucesos traumáticos de carácter irreversible.
En otras palabras,
el grupo de Paz concluye que muchas de las dificultades psíquicas humanas,
vinculadas con patologías tales como estrés postraumático, ansiedad y
depresión, para mencionar las más conocidas, se deben al flujo neuronal diferenciado del homo sapiens, derivado de la CPF. (Paz et al, 2019)
Esto es: el
mismo sentido de flujo que hace de nuestro cerebro eficiente, lo hace a fuerza
de perder robustez. Quizás entonces el
secreto para aprender a elaborar el duelo por diferentes pérdidas, dependa de imitar los procesos robustos de la
amígdala y el hipocampo animal.
Más adelante, avanzaremos sobre cómo los primeros
humanos inventaron modos de imitar tales procesos que en los animales están
dados.
¿Dónde reside el éxito
adaptativo
de la memoria animal de hechos traumáticos?
Hemos tenido oportunidad de ver en entradas anteriores
que el flujo neuronal en atractor fluye entre ambos hemisferios cerebrales
atendiendo a cierto orden de jerarquía, de modo tal que los elementos se
agrupan y reorganizan in vivo. (Pietrasanta et al, 2012; Wang et al, 2018; Beier et al, 2019; Lee et al, 2019: Wang et al,
2020)
Vale enfatizar que, entre los elementos que se
reagrupan y reorientan, también cuentan sensaciones agradables o desagradables,
que se organizan en la amígdala dependiendo
de la huella de neurotransmisores y hormonas que hayan sido expresadas. (Tye
et al, 2018, Paz et al, 2019) Tales procesos de reorientación en la
amígdala constituyen
el requisito previo a procesos de consolidación de memoria en el hipocampo durante períodos de reposo.
(Chang et al, 2018)
Este reagrupamiento de emociones fue ilustrado por el Instituto Pikower en el siguiente vídeo:
La evidencia reunida nos permite inferir que, cuando
las emociones no alcanzan a agruparse anatómicamente según similitudes y
diferencias, todo el organismo permanece en un estado de inseguridad y
confusión.
El Grupo de Silva observó experimentalmente que los traumas de larga data no se resuelven desde la corteza prefrontal, requieren del impulso tálamo-amigdalar (Silva et al, 2021)
Rituales
mortuorios:
¿Conductas para
expresar, reconocer y distinguir emociones?
Los hallazgos publicados en los últimos años, nos
permiten inferir que es muy probable que los primeros humanos, como
consecuencia de las funciones novedosas de la corteza prefrontal, hace poco más
de 100 000 años sintieron la necesidad física de “hacer algo” para superar la
angustia por la muerte violenta de sus seres queridos. Nuestros antepasados también
tuvieron claro desde el principio que había cosas que no estaban en condiciones
de hacer: La liberación de su angustia no pasaba por perseguir la muerte y eliminación
de todos los animales para recién entonces comenzar a sentirse seguros.
La siguiente figura quizás permita comprender que la fractura psíquica del yo es tan antigua como el
homo sapiens, y los primeros humanos pronto aprendieron a generar conductas que les permitieran expresar sus
emociones para identificase con el ser querido sin vida, y al mismo tiempo,
poder despedirse de él de modo adecuado.
Esperamos que el cuadro permita comprender que los
primeros humanos aprendieron a integrar las funciones motoras de las NvE para
movilizar las emociones fisiológicamente ancladas en el cuerpo mientras seguían
la guía de la corteza prefrontal, para crear nuevas conductas que les
permitieron la tan necesaria adaptación psíquica. (Salvetti 2015 y 2017)
Veamos ahora ejemplos prácticos de tales conductas
novedosas en la Naturaleza.
Conductas
simbólicas de identidad y diferencia
Si entendemos entonces, como sostiene el Grupo de Tye,
(2019) que “las perturbaciones del procesamiento emocional en la amígdala, se
encuentran en el núcleo de la mayoría de trastornos de salud mental” y que la
búsqueda de respuestas para revertir lo irreversible impide todo procesamiento
emocional saludable, entonces podemos arribar a una mejor comprensión del
carácter adaptativo de las conductas manifiestas en los enterratorios
tempranos.
Mientras que todo agrupamiento y reorientación de tipos de emoción en la amígdala animal presenta
un carácter dado, los humanos de hace 100.000 años, tuvieron que aprender a
generar conductas novedosas
de identidad y diferencia para superar sus temores más profundos y continuar
con su vida cotidiana. Visto así, las conductas para pintarse el cuerpo con ocre rojo
interpretadas como maneras de identificarse con la sangre derramada por el
difunto, representan una temprana y maravillosa creación de la psiquis que
permitió reconocer, agrupar emociones al mismo tiempo que distinguir su propio
yo del fallecido.
La propuesta realizada aquí, asume que quienes
generaron tales conductas superadoras del trauma, no tenían una mente infantil,
como supone el discurso psicoanalítico (Freud, 1927 y 1929) Los procesos de identificación con el ser querido
fallecido violentamente, introducían con un solo movimiento, procesos de consolidación del yo
que distingue las cosas y adquiere seguridad en sí mismo para manejar su propio
destino en un mundo hostil y peligroso. Estamos completamente seguros que, sin
tales maniobras adaptativas, los primeros humanos paralizados por la
incertidumbre, se hubieran muerto de hambre y extinguido desde sus mismos inicios.
En la próxima entrada esperamos ampliar un poco más
este concepto del símbolo como conducta adaptativa para superar las fracturas
psíquicas generadas por un mundo que se presenta hostil desde la noche de los
tiempos.
(Fragmento de
Arqueología del Símbolo, en
preparación por Vivina Perla Salvetti)
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[1] Hemos visto en la serie las Neuronas que nos hacen Humanos, que
las neuronas von ecónomo de proyección, impulsan conductas solidarias inteligentes
para supervivencia y mantenimiento de la vida del grupo como tal en el Homo Ergaster, elefantes, delfines y
ballenas.
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