¿Cómo se hace trabajo de campo? ¿Cómo se aprende y practica para
ser antropólogo? Aunque desde las primeras materias de la carrera nos veníamos
nutriendo y familiarizando con distintas etnografías y diferentes
abordajes y modelos, llega un momento en que todo aspirante a antropólogo debe
comenzar con sus propias prácticas preliminares, que bien pueden constituir un
antecedente de su propia tesis o no.
Entre mis recuerdos
hubo dos cosas que me llamaron la atención al inicio de la carrera. Una era el
pánico que referían mis compañeros para llevar adelante la tesis de
licenciatura, razón por la cual luego de casi diez años de estudios académicos
muchos terminan optando por hacer las materias didácticas y recibirse como
profesores de antropología, título igualmente
obtenido cursando los tres años de
profesorado. Junto con el fantasma de la Tesis, se alza el de las necesarias
prácticas de campo, que obviamente tenemos que realizar si hemos de llevar
adelante una investigación como antropólogos.
Tesis y prácticas de campo como definitorias del antropólogo y
como fantasmas que aterrorizaban
a muchos de mis compañeros me hicieron pensar desde los primeros años en la
necesidad de ir considerando no solo en temas posibles para una Tesis (si
hubiera querido ser profesora de antropología
hubiera optado por los trea años del profesorado) sino en algún ámbito adecuado para
prácticas de campo que no requiriera viajar a sitios lejanos y que cubriera los requisitos de la cátedra.
Finalmente me decidí por abordar el tema general de los
efectos que la compañía animal ejerce sobre los humanos, partiendo del
supuesto de que el vínculo resulta beneficioso para ambas partes. Como se
imaginarán, en mi familia y hasta donde recuerdo siempre hubo diferentes
mascotas, gatos, perros y hasta peces, todos conviviendo pacíficamente con
nosotros, o al menos no recuerdo que se agredieran o que causaran graves e
insalvables trastornos en mi casa. Además de las mascotas tradicionales, mis amigos saben por lo que les he contado de
mi infancia en Venezuela, de animales exóticos que le regalaban a mi papá en sus
viajes al Oriente, más específicamente en puestos sanitarios cercanos al delta del
Orinoco y que irremediablemente aceptaba como visitador médico que era durante
nuestra infancia. Hubiera sido difícil convivir con tantas y variadas mascotas
si no hubieran sido del agrado de mi
querido viejo. Todos eran aceptados e integrados al grupo familiar, y en el caso de crías rescatadas de la selva, devueltas allí una vez que alcanzaran cierta autosuficiencia, algo no muy difícil de corroborar en especies herbívoras.
El tema elegido, además resultaba pertinente porque expresaba una continuidad con la tradición
antropológica respecto de las clasificaciones totémicas.
Aunque una cosa resulta la idea original o hasta el proyecto
inicial y otra llevarlo a cabo. Una vez definido el tema general, debía
acotarlo, aprender a elaborar preguntas que conformara algún tema de
investigación. Finalmente supe
de un programa de inserción social mediante animales y me pareció un ámbito
adecuado donde conocer y comparar cómo se relacionan y vinculan profesionales
de la salud, jóvenes en situación de riesgo y las familias que los acompañan al
lugar.
Aunque tras largos y engorrosos trámites no conseguí ingresar al programa mencionado como antropóloga practicante, afortunadamente conseguí integrar los datos
disponibles relevados durante la cursada y no hizo falta que repitiera la
materia, otra experiencia usual entre los estudiantes de Metodologías de Campo.
Al no poder ingresar al único espacio inicial elegido previamente para relevar
datos comparativos respecto de diferentes grupos dentro del mismo ámbito, pude
encontrar otros ámbitos que igualmente permitieron la comparación necesaria con
los datos iniciales.
Finalmente pude realizar las prácticas de acuerdo con los
requisitos de la cátedra., y aprobar los ejercicios de campo con una muy buena calificación.
El valor de la
experiencia de campo
Si tengo que hablar por mi experiencia personal respecto de las prácticas de campo, diré que
las dificultades inherentes constituyen todo un aporte al ejercicio de la marca
registrada de todo antropólogo, pasible de llevar a cabo aún en sitios urbanos.
Definitivamente uno no sale igual de la experiencia.
En mi caso, terminé realizando una Tesis de
Licenciatura sobre un tema absolutamente diferente y abordando otras fuentes para los insustituibles datos de campo -muy distintos por cierto del tema y datos recabados como antropóloga
practicante- creo que siempre voy a recordar los sentimientos que me embargaron el día que realicé mis primeros
apuntes de campo, apuntes que apenas llegué a casa volqué en la más exhaustiva
descripción que pudiera realizar. Tal como recomendaban en la cátedra a cargo
de las prácticas, el secreto de una buena Etnografía estriba no solo en
aprender a tomar buenas notas, sino observar y registrar visualmente todo lo
que se pueda, y realizar una descripción etnográfica exhaustiva escribiéndola lo antes posible, cosa de no olvidar detalles.
En este aspecto no hay que dejarse engañar por los medios de
registro técnicos. Supe de compañeros que llevaban un grabador para las
entrevistas, pero presté atención a las recomendaciones. Me advirtieron que se
trata de una práctica que impide mantener el estado de alerta a todo cuanto
pasa. Además, una cosa es copiar a posteriori el material grabado (cuatro horas
de transcripción por cada hora grabada según la experiencia cuantificable) material que en sí mismo merece contextualizarse,
y otra es pasar en limpio las notas apenas uno llega y transcribir literalmente
aquellas frases importantes que nos llamaron la atención según las hubiésemos anotado. Lo mismo pasa con las cámaras de
video. Merecen contextualizarse. No hay atajos técnicos que sustituyan
exitosamente la antigua y eficaz libreta
de notas de campo durante la observación participante.
Otro dato a tener en cuenta: Hay que procurar llegar al campo con alguna hipótesis inicial,
pero estando conscientes de que es muy
probable que la misma deba requerir ajustes como resultado de los datos obtenidos
sobre terreno. (Algo que les aseguro aprendí por experiencia) Hay que mantener el equilibrio: Hay quienes
están dispuestos a forzar los datos con tal de hacerlos coincidir con la
hipótesis inicial, y están los que viven cambiando radicalmente de hipótesis
ante cualquier dato novedoso. La mejor metáfora que recuerdo al respecto es la
que nos recomendaba procurar una suerte de adecuación entre una puerta de
madera (los datos) y el marco teórico donde debe instalarse.
Si bien me acerqué al terreno con una hipótesis inicial a contrastar
que dependía del grupo elegido, me vi forzada a modificarla debido a que
finalmente no me fue permitido por el grupo terapéutico ni siquiera tener diferentes
conversaciones informales con los
profesionales que integran el programa
de reinserción social. Me vi forzada
a pasar por la experiencia nada grata de
sentirme sujeta de una confabulación grupal innecesaria si se hubieran
explicitado francamente desde el principio las razones legítimas para no
permitirme ni siquiera una breve entrevista que aborde la subjetividad de los
profesionales a cargo del programa terapéutico. No prestaron atención a los certificados
y solicitudes de colaboración por parte de la cátedra ni a mi pedido personal de que simplemente se
trataba de prácticas de campo para aprobar una materia como estudiante de
antropología.
Desconfianza, resquemores y la persistente sombra de “investigaciones periodísticas” con absoluta
falta de ética, propiciaron el rechazo hacia todo aquello que parezca una
intrusión en los ámbitos de trabajo.
Las notas que comparto permiten el seguimiento de mi
propuesta inicial, cómo llegué a ella, las
dificultades que surgieron y cómo las herramientas de la antropología me
permitieron validar y utilizar
posteriormente los datos relevados
inicialmente con el propósito de validar
otra propuesta en un ámbito bastante
diferente y que sin embargo cumpliera con los requisitos de la cátedra.
Los cuatro informes de campo requeridos por la Cátedra de
Metodologías de Campo (todos escritos con mi vieja máquina Olivetti) los
comparto a continuación luego de realizar su transcripción manual para
computadora, y ofrecerlos casi tal como los presenté originalmente. Las fotos que acompañan estas Notas de Campo me pertenecen a menos que se indique lo contrario.
Registro de Campo N° 1
Relato reconstruido en el día a partir de notas tomadas en el
momento sobre el terreno
Situación Registrada:
-Observaciones realizadas en el jardín Zoológico de la ciudad
de Buenos Aires.
-Incluye entrevistas informales y espontáneas con Cuidadores
Adultos empleados en el predio.
Fechas de las notas originales:
Domingo 29 de
agosto / domingo 5 de septiembre
Tiempo de exposición en
el terreno: 2 horas
en cada ocasión (de las 16 a las 18 horas) además de tres horas en Internet para recabar
información sobre el lugar. En total
suman siete (7) horas para la
selección de datos relevantes, sin contar el tiempo para su transcripción
escrita a-posteriori de las notas
sobre las observaciones realizadas sobre terreno.
Propuesta metodológica
Inicial
Hace varios años, un informe en el noticiero de la Tele
presentaba una nota acerca de un programa de integración social llevado a cabo
en el zoológico de Buenos Aires. Recuerdo que me llamó la atención como
emprendimiento dinámico y creativo. El programa de reinserción social está a
cargo del Hospital Infanto-juvenil Carolina Tobar García.
Los jóvenes incorporados al programa que se lleva a cabo en
el zoológico, si bien se encuentran afectados por diferentes patologías
psiquiátricas, dejan de lado su condición de “pacientes” para simplemente
acompañar a los cuidadores de animales del zoológico. La particularidad de esta
actividad está dada no solo por el papel sanador crucial del contacto con los
animales, sino que muchos de los cuidadores actuales son egresados exitosos del
programa en cuestión.
La descripción
etnográfica que me interesa encarar propone abordar el carácter del entorno social
particular en la remisión exitosa de las
patologías psiquiátricas, en un abordaje que respete las pertinencias
antropológicas
Como herramientas metodológicas que den cuenta del éxito
obtenido en la remisión y posterior reinserción social de los jóvenes, he
pensado al menos por ahora, en la Oralidad como sistema integrado por
diferentes lenguajes (verbal, corporal, gestual y espacial). Cada uno de estos
lenguajes ha sido abordado antropológicamente por separado desde hace más de 50
años.
La Hipótesis inicial que
me propongo contrastar es que la articulación de los diferentes lenguajes no
verbales que se ponen en juego en la interacción con los cuidadores y los
animales es lo que permitiría la
remisión de las patologías.
La idea surgió luego de ver varios micros en la tele
referidos al mencionado programa terapéutico
y después de observar las dificultades que tienen los terapeutas a cargo
para dar cuenta de las razones para el
éxito obtenido mediante la incorporación de animales en la terapia para el
tratamiento de trastornos infantiles. Como se sabe, el paradigma psicoanalítico
depende de “poner en palabras” el trauma como única vía válida de curación y
obviamente la relación con los animales excede el nivel de comunicación verbal.
Sin embargo, las particularidades del llamado lenguaje
gestual han sido muy estudiadas por antropólogos.
Además de las novedosas propuestas teóricas de Gregory
Bateson, el grupo interdisciplinario de Palo Alto impulsó las investigaciones
de Ray Birdwistell sobre las particularidades
de la asociación entre lenguaje y gestualidad, en la que intervienen
diferentes modos de percepción y comunicación (visual, olfativo, auditivo,
táctil, espacial y temporal)
Se trataba de abordajes que constituían un claro antecedente
que permitía considerar al vínculo que se establece entre los jóvenes y los
animales como una forma válida de comunicación.
Algunos de los interrogantes que guiaban mi primera visita al
campo fueron:
a) ¿Cómo habrá sido el proceso de creación de
este dispositivo terapéutico tan novedoso? (“¿Cómo se les ocurrió?”)
b) ¿Habrá algún modo de correlacionar alguna de
las formas de lenguaje no verbal con la remisión de patologías? ¿Tendré
oportunidad de describir casos puntuales?
c) ¿Estarán restringidos estos beneficios del
vínculo con animales únicamente a los jóvenes con patologías?
Con esas preguntas en mente, encaré una incursión preliminar
sobre el terreno.
Una Incursión sobre
Terreno
Como el tema general de mi investigación gira sobre el lugar
del entorno social en la remisión de patologías psiquiátricas, elegí como
ámbito particular un programa terapéutico que se lleva a cabo en el Zoológico
de Buenos Aires.
Se recuerda que este programa articula el tratamiento
psiquiátrico con la introducción de los jóvenes en el cuidado de animales y
guiados por cuidadores que a su vez son miembros que han conseguido su propia
remisión de las patologías por las que comenzaron a tratarse.
Uno de los supuestos antropológicos de los que parto define a
la oralidad como un sistema que integra diferentes tipos de mensajes
comunicativos, como el factor crucial que favorece la remisión de las
patologías.
La oralidad así entendida y puesta en práctica requiere del
empleo de términos verbales en la psicoterapia, pero también de la
decodificación de las expresiones gestuales y espaciales puestas en escena para
las prácticas del cuidado de los animales.
Tal como he mencionado tuve conocimiento de esta actividad a
partir de cortos televisivos, así que me contacté mediante la página Web con
uno de los profesionales a cargo y traté de explicarle en un correo electrónico
el objetivo de mi trabajo como practicante de antropología.
Mientras esperaba respuesta formal por parte de uno de los
directores, (además teniendo en cuenta que había una fecha acordada para la entrega
del primer informe de campo) me pareció una buena idea empezar a familiarizarme
con el espacio del Zoo de Buenos Aires,
y si se presentaba la oportunidad, abordar la subjetividad de cuidadores
adultos, quienes obviamente se encuentran fuera del programa terapéutico en
cuestión.[1]
Además es una hermosa tarde de domingo. Después del fallido
pronóstico que anunciaba la Tormenta de Santa Rosa (estamos a fines de agosto) un
cielo sin nubes ofrecía una abierta invitación a salir a disfrutar de un
agradable paseo acompañada de una libreta de notas en blanco y mi cámara de fotos doméstica.
El zoológico, aquí y
allá, antes y después
Si bien desde el punto de vista metodológico se espera que
uno trate de erradicar cualquier supuesto conceptual previo con el propósito de
abordar el conocimiento con la mayor objetividad posible, sin embargo no se
trata de un requisito respecto del espacio físico a explorar. Contar con datos
orientativos del terreno a conocer puede ser un buen punto de partida para
poder anticipar qué es lo que podemos
buscar y qué no. Antes de ingresar a terreno, las nuevas tecnologías permiten
comenzar a familiarizarse con el tema aún antes de salir de casa. Entre los
datos preliminares que aparecen en la página Web del Zoo de Buenos Aires, se encontraba la fecha
de su inauguración: el 30 de octubre de 1888.
Por otra parte, mi viejo diccionario Sopena de 1954 define
como “parque zoológico” al “lugar donde se conservan, cuidan y a veces se crían
fieras y otros animales no comunes (¿exóticos?) para aumentar el conocimiento de la zoología.
Me pareció bastante ascética la definición que oculta
relaciones de poder no visibles en el diseño.
Por eso no parece fortuito el sitio elegido para su
emplazamiento en la Buenos aires de 1888, ni que lo único que permanece del
cerco perimetral original fuera el arco de Triunfo.
Sobre terrenos expropiados a Rosas, en las afueras de la
ciudad e integrando lo que pasó a denominarse “Parque Tres de Febrero” (día de
la derrota del “Tirano”) el Zoo aparece como lugar donde el poder político de
turno, parte de una Argentina que busca homologarse con las potencias
imperialistas de Europa, muestra su poder y grandeza mediante la exposición
pública de varios tipos de fieras traídas desde Asia y África (cuanto más
lejos, mejor) y otros animales exóticos, que pasan sus cuidados días en diminutas jaulas elaboradas
con exquisitas rejas de hierro forjado
Clara victoria de la Civilización frente a la Barbarie.
Poco de eso había cambiado hasta los días de mi infancia,
hace unos 40 años. Recuerdo mis propias impresiones cuando mis padres
decidieron que era hora de volver a la Argentina. Mis hermanos y yo estábamos
recién llegados de Venezuela, y mis tíos consideraron que llevarnos a pasear al
Zoológico de Buenos Aires constituía una visita obligada para cualquier
visitante extranjero infantil (“lástima que esté abandonado”) a la que siguiera
la también infaltable vuelta en uno de los Mateos que esperaban su turno en la
vereda (“Che, qué caro está un paseíto tan corto”)
El único zoológico que habíamos conocido era el de Parque del
Este, en Caracas: Construido según criterios del siglo XX, los animales eran
mantenidos en una aislada reproducción de la Sabana africana (el clima tropical
ayudaba) rodeados por un foso que los separaba del público.
Como al único que conocía era el zoo de Caracas me llamaron la atención las
construcciones al interior del predio porteño, tal como aparece en la página
oficial de divulgación: “El Zoo presenta
manejo de fauna en un ambiente controlado con monumentos y recintos que
combinan diferentes estilos arquitectónicos”
Mis tíos en su momento nos mostraron el estilo hindú de las casas
para elefantes, los camellos tenían la suya con arcos árabes de herradura y la
de los monos reproduce un templo con muchas imágenes de simios. Sin embargo lo
que me impactó fue el sucio gris de las paredes y los letárgicos movimientos de
los animales. Ciertamente, en el año 1967 se encontraban en un franco estado de abandono.
Afortunadamente algo de eso cambió desde esos años. A
diferencia de mi primera visita, un
cuidador después me confirmó “Hace años se cerraron las antiguas jaulas de los
felinos y se los ubicó en recintos un poco más amplios” Algo es algo.
Sin embargo, más de un siglo después, el zoológico originalmente emplazado en el Parque Tres de febrero, terminó emplazado en el medio de una jungla de cemento
La superficie
original de 18 hectáreas sigue siendo la misma pero se ha resignificado. Las
concesiones privadas a la industria del entretenimiento infantil lograron
incorporar un paseo en barco sobre uno de los lagos ornamentales que justifican
la denominación de jardín zoológico. Además se puede ingresar en un Acuario a
cielo abierto, un Serpentario, al Cine en 3D y a una reproducción de la selva
subtropical.
Otra incorporación importante ha sido la Fundación Bioandina.
Su nombre fue tomado de la Fundación Bioandina de Venezuela “Con la intención
deliberada de que se generen otras Bioandinas en el resto de países andinos”
dice el folleto, para aumentar la eficacia de las tareas de cría, rescate y
conservación de especies en peligro. Los cuidados son otorgados tanto en las
Reservas como en los Parques Nacionales, así como en el zoológico porteño.
Actualmente el Zoo cuenta con ámbitos dedicados a la criopreservación de material
genético (proyecto ARCA) así como también a la asistencia para reproducción de
especies en peligro.
Entre las especies protegidas se encuentran el Cóndor andino,
varias aves rapaces, varios felinos americanos (como el yaguareté local) el
Taruka (un mini ciervo de 80 cm de alzada)
y el Aguará-Guazú (cánido de hábitos solitarios)
Y finalmente pero no
menos relevante, el Zoo cuenta con un área de relaciones institucionales que
elaboran diferentes programas de integración para ciegos, para comunidades
originarias y para jóvenes con patologías psiquiátricas.
Otro enorme
cambio que observé desde los días de mi primera visita y que ahora constituye
toda una atracción para los pequeños es su participación generalizada en la
alimentación de los animales herbívoros mediante el balanceado provisto desde
varios puestos distribuidos en todo el parque.
Averiguar desde
cuándo se permite tal conducta es un dato no menor dentro del tema general
que me he propuesto describir debido a
los beneficios que produce en los más pequeños la interacción con los mansos y
enormes animales
Mientras tanto,
sigo caminando rodeada de familias que pasean tranquilas, completamente ajenas
a mis reflexiones personales.
A vuelo de
pájaro
Mientras seguía
caminando, no pude menos que observar a
varias maras (liebres patagónicas de
gran tamaño) que tomaban sol, y otras que se movían tranquilas y sin problemas
entre la gente.
Casi sin darme
cuenta llegué hasta una cabaña con un guía apostado en la puerta y de una
manera absolutamente informal le pregunté por las maras y empezamos una charla
que duró cerca de una hora.
Antes de compartir aspectos relevantes de los temas tratados,
me parece oportuno describir lo que en el mapa que proporcionan en la oficina
de informes figura como “Cabaña Cóndor”. El sitio donde había arribado ofrece
información sobre el proyecto Cóndor y Aves rapaces previamente mencionado.
La cabaña es una réplica de los refugios de alta montaña, lo
que imaginariamente nos eleva al hábitat de estas majestuosas aves en peligro.
Tiene un típico techo a cuatro aguas, pero en lo que difiere de las
tradicionales es en la enorme puerta doble hoja que invita a pasar.
Una galería de gigantografías
detallan aspectos del programa, y distintos folletos explicativos son
ofrecidos al público. Dos televisores en cada una de las esquinas posteriores
reproducen distintos momentos de la Ceremonia de liberación de las aves a cielo
abierto, meta que corona el esfuerzo. En el centro de la cabaña, una mesa y una
réplica de cóndor sobre ella.
“Dígame por favor, ¿cómo es que las maras andan sueltas y tan
tranquilas?” El guía pasó a explicarme que se debe a que han pasado varias
generaciones de maras que conviven con el público, a partir de una política
particular de la Institución. El Zoo de Buenos Aires ha hecho de la interacción
con animales un foco importante de su atracción.
“¿Qué pasa con los carnívoros? ¿Piensan incluirlos en algún
momento?” No. “Tenemos una política de
respeto para con los carnívoros, inclusive el animal nunca ve a su cuidador.[2] Esto
no impide que se trate de proporcionales estímulos tales como pelotas,
pasarelas, todo tipo de artefactos estimulantes y alguna comida preparada
especialmente y que les guste mucho.
De los animales en general pasamos a los cóndores en
particular. Por tratarse de una estación que articula preservación con rescate
y reproducción, cuando reciben animales de origen incierto lo primero que se
hace es observarlos para deslindar el grado de “impronta humana” que portan
consigo.
Distinguir si las
heridas o la desnutrición que presentan se debe atenencia irresponsable o al
tráfico ilegal o si fueron ocasionadas por cazadores furtivos.
En el caso de
animales salvajes, la presencia de ijmpronta humana se considera un factor que
condiciona negativamente su reinserción al ámbito natural.
Resulta curioso
que en mi primera incursión en el campo para observar cómo afecta la
subjetividad de los cuidadores la interacción con los animales, me haya
detenido con quienes, para lograr la reinserción exitosa de ejemplares en su
hábitat, deben permanecer aislados de todo contacto humano.
Así que mi
pregunta de inicio merece reformularse: ¿Cómo es afectada la subjetividad del
cuidador cuando debe cuidar sin
interactuar?
Para poder
contestarla , el guía amablemente me presentó a uno de los encargados del
programa de protección, quien se hallaba en expectativa de un viaje a los pocos días para acompañar la Suelta de
Cóndores en la Patagonia.
“Es muy
emocionante el momento de verlos volar a cielo abierto por primera vez, Se
trata de aves que uno ha visto desde la incubadora, atento al desarrollo del
huevito, luego de alimentoarlos por medio de títeres y cuando están más
grandecitos, nos internamos junto con ellos en la Isla”. La Isla, me explicó es
un ámbito especial dentro del predio que combina el aislamiento de las aves con los humanos
mientras interactúan con otros miembros de su especie en similares condiciones,
y donde el cuidador de cada ave mantiene la premisa de evitar todo contacto directo.
“El estar aislado junto con ellas, permaneciendo en silencio durante horas,
hace que inevitablemente uno se escuche a sí mismo…”
Además del
silencio reflexivo ¿se involucrará subjetivamente el cuidador con las aves a su
cargo? Por lo menos, con el que dialogúé se entusiasma cuando habla de su
trabajo: “Es increíble cómo los pichones se hacen entender… Vos te das cuenta
de qué es lo que les pasa…” Este “darse cuenta” debe inscribirse. El protocolo
ordena el seguimiento diario en el Libro de Observaciones.
Por mi parte no
puedo dejar de observar que se registran necesidades totalmente objetivas pero
que han sido inferidas de manera totalmente subjetiva, y sin que haya mediado
interacción con las aves.
El cuidador ha
logrado decodificar el comportamiento avícola para atender adecuadamente sus
necesidades, y lo ha conseguido después de involucrarse subjetivamente con
ellas.
Cuando pregunto
dónde se han especializado, me llama la atención que tanto el guía como el
cuidador especializado provengan de ámbitos ajenos a la especificidad de la Cría
de Cóndores.
El cuidador es
biólogo marino, aunque se va formando en la práctica diartia, no descarta el
especializarse para poder seguir realizando con idoneidad esta actividad
particular que a todas luces, le apasiona.
El Guía por su
parte, declaró que tiene otras ocupaciones durante la semana y se dedica a
trabajar como tal en el Zoo los feriados y fines de semana. Es evidente que se
encuentra a sus anchas como divulgador. “Creo fundamental el papel de la educación para preservar a los
cóndores. Es necesario derribar creencias infundadas sobre su agresividad y
peligrosidad, que se han trasmitido boca a boca y hacen del Hombre su peor
enemigo”. Con una amplia sonrisa
concluye “Después de mucho tiempo, encontré mi verdadera vocación”.
La investigación sobre
el cuidado de animales y su relación con tamaño entusiasmo, recién empieza.
Análisis metodológico[3]
Entre los procesos elementales para la producción etnográfica
señalados por la Cátedra de Metodología de Campo se citan las diferencia entre
las notas
de campo (forzosamente acotadas y recortadas a lo que consideramos
digno de registrar), la descripción etnográfica y el análisis
etnográfico. Es bastante común confundir estos tres aspectos del
quehacer antropológico. Los materiales y etnografías con los que nos
familiarizamos en diferentes momentos de la carrera nos permiten deslindar los tres aspectos mencionados.
Sin embargo, hay otro aspecto no menos crucial que queda
abierto ante cada practicante de antropología y tiene que ver con el
juego de su propia subjetividad sobre el terreno. Otra cátedra, la de
Epistemología, que deslinda en qué consiste hacer antropología como ciencia y
qué no, me permitió atender a la
pertinencia de superar la ilusión de un abordaje objetivo de
la situación social elegida. Las valiosas exposiciones teóricas así como algunas de las anécdotas y
reflexiones de los experimentados antropólogos todavía resuenan en mi memoria,
y sin duda condicionaron la elección de mi propia disposición inicial cuando
llegara el momento de realizar mis prácticas
de campo que resultan insoslayables para cualquiera que pretenda ejercer la
antropología como profesión.
La persecución de objetividad en el abordaje de una situación
social merece distinguir entre los hechos concretos que ocurrieron y lo que
cada individuo a su vez percibe o siente respecto de los hechos en cuestión.
Mi primera incursión para obtener impresiones del campo
resultó favorecida por tratarse de información proporcionada desde individuos
especializados en su tema que se encontraban en un lugar de difusión pública
de sus tareas. Tanto el guía informativo como el biólogo de la “Estación Cóndor”
se encontraban a disposición del público que visita el zoológico los fines de
semana. Esta disponibilidad no solo
facilitó las entrevistas y el abordaje de la subjetividad de los involucrados,
sino que por supuesto, contribuyó a disminuir la tensión personal tanto por
parte de ellos como por parte mía, con todas mis emociones puestas en juego en
la primera de mis prácticas de campo como antropóloga.
Visto en retrospectiva, fue una buena forma de iniciar mis
incursiones desde una resolución de carácter absolutamente intuitivo[4]
[1] Tenía en mente relevar datos respecto de la
subjetividad de cuidadores adultos
dentro del tema general que considera el
modo en que animales y humanos se
relacionan. Se trataba de información pasible de contrastar y comparar con los
datos a obtener dentro del grupo dedicado a la inserción social, y
absolutamente válidos mientras esperaba respuesta por parte del grupo en
cuestión.
[2] Posteriormente
otro de los encargados del lugar me confirmó que se trata de políticas de
manejo propias de cada institución. Cuando le pregunté por un cuidador herido
por un carnívoro que había sido noticia,
me contó que ocurrió en el Zoo de Luján, que en cambio propicia el contacto del
cuidador con absolutamente todos los
animales. Según parece, el contacto
humano no asegura la desaparición del instinto agresivo.
[3] Su carácter reflexivo admite realizarlo con
posterioridad a la presentación original de mi
primer registro de campo.
[4] Resulta
inevitable recodar las palabras de Félix Schuster citando la relación hegeliana
entre los conceptos y la intuición.
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