Un nuevo aniversario del 24 de marzo nos impone la reflexión sobre el necesario ejercicio de una memoria referida a hechos que jamás merecen olvidarse.
Memoria
social, entre Silencios y Olvidos
Introducción
Las
víctimas de cualquier Terrorismo de Estado, ¿olvidan o silencian? ¿Puede un
gobierno imponer el olvido por decreto? ¿Cuál es realmente la salida en estas
situaciones de tan difícil definición?
En
las páginas que siguen me propongo abordar estos temas espinosos con las
herramientas que proporcionan los trabajos Michael Pollak y Raymond Williams.
Para
reflexionar sobre experiencias dolorosas del pasado, las entrevistas llevadas a
cabo durante veinte años por el sociólogo Michael Pollak ofrecen un registro
invaluable respecto a cuáles son los factores que incidieron en la resistencia
psicológica de quienes lograron sobrevivir los infames campos de concentración
nazis en una Francia dividida. Su valioso hallazgo de puntos de referencia afectivos ofrece
una herramienta operativa de gran valor heurístico para dar cuenta del valor de
las emociones compartidas para sobreponerse a situaciones extremas.
Desde
las páginas del clásico texto de Williams, se procurará brindar alguna
reflexión respecto de cuál es la actitud institucional más adecuada cuando una
sociedad se ve obligada al dilema de
elegir entre el Silencio o el Olvido.
Michael
Pollak: Memoria y situaciones límite
¿Cómo
se construye la Memoria de sucesos para los que no hemos sido preparados
socialmente? ¿Bajo qué circunstancias se opta por el Silencio? ¿Cuáles son las
condiciones sociales que vuelven comunicables sus testimonios? Y sobre todo,
¿Cómo describir con pudor y dignidad los actos que han degradado y
humillado a las personas?
Para
abordar estos interrogantes imposibles de visibilizar, ante los investigadores
se cierne la posibilidad siempre abierta de recuperar las voces de pasado con
el propósito que se interpreten a sí
mismas, tarea a la que Michael Pollak le dedicó más de veinte años de su vida.
La
trama de su libro “Memoria, Olvido, Silencios”, se enhebra con el hilo conductor de estas
páginas para tejer la comprensión cognitiva sobre los procesos de la Memoria.
Pollak,
quien reconoce su perspectiva constructivista, recoge los testimonios de aquellos individuos
que han atravesado por situaciones límite, como los campos de
concentración nazis durante la Segunda
Guerra Mundial. Le interesa particularmente registrar la experiencia de mujeres
que han sido separadas de su medio familiar y social, para ser insertas en un
universo carcelario extremo, rodeadas por una población de diversos orígenes
nacionales y sociales. (Pollak, 1989:3-15)
El
análisis de Pollak se centra en los contextos sociales que legitiman y otorgan
autoridad pública a los testimonios, ya que los mismos se anclan en
situaciones socio-históricas que lo vuelven comunicable. Lo contrario también es cierto: en un
contexto de falta de comprensión social, la víctima opta por el silencio
con la consiguiente emergencia de lo que
el autor denomina “memorias subterráneas”. Esta memoria subterránea, lejos de
toda búsqueda de olvido, transmite sus
recuerdos en el ámbito familiar, o en pequeñas redes afectivas contribuyendo a
mantenerlos vivos durante años como
muestra de “resistencia”.
Pero
no se trata de la única manera para mantener vivos los recuerdos. Otros
individuos deciden silenciar su pasado mientras efectúan un trabajo de
reconstrucción de sí, en
constante compromiso entre lo que pueden confesarse a sí mismos y lo que puede
relatar a otros.
Y
ese es otro aspecto novedoso de los hallazgos de Pollak. Introduce dentro del abanico de
circunstancias personales, las de aquellos individuos que atravesaron por
situaciones que hoy denominaríamos como
mínimo “confusas”. Por ejemplo, el
silencio de judíos que colaboraron con los nazis para seguir con vida. O los
que fueron víctimas de los campos por
“motivos no políticos” como la homosexualidad. O el silencio de alsacianos que fueron forzosamente reclutados
por los nazis. Pollak describe que la
memoria en estos casos, en clara interacción con procesos sociales de
revisión histórica, atraviesa por distintas etapas. Desde una “memoria
avergonzada” hasta aquellas
circunstancias en que los individuos, a partir de un trabajo de reconstrucción de
sí mismos, pueden afirmarse a partir de un sentimiento de lo absurdo.
Este
carácter de un discurso interior que busca justicia merece diferenciarse del
discurso que meramente busca justificación pública., diferencia que se hace
evidente en los hechos. Mientras el primero procura una reparación sobre sí y
otros, el segundo cierra toda posibilidad de justicia bloqueando su acceso
para
otros como única vía de obtener impunidad para sí. Los hechos de
nuestra historia reciente no solo nos demuestran que jamás se arrepienten de lo
que hicieron, sino que justifican sus actos hasta el final, como ocurre con los
responsables del Terrorismo de Estado aquí en Argentina.
Quizás
muchos de nosotros recordemos las cuestionadas declaraciones del genocida
Videla (analizadas por Verbirsky para Página Doce, 2012) cuando terminó
admitiendo después de treinta años de
reclamos que “la figura del Desaparecido
era cómoda para eludir explicaciones”
(y por lo visto para seguir eludiéndolas) como claro ejemplo de la descarada búsqueda de impunidad que movilizó cada uno de sus actos, así como
de la actual ausencia de algún
mínimo resquicio de reparación, tanto por parte de él como del resto de
los criminales responsables del
Terrorismo de Estado.
Una
manera de tomar el pulso de lo que pasó, fue el método utilizado por Pollak para
encontrar alguna respuesta. Usando las herramientas que proporciona la Historia
Oral, descubre el valor que regularmente los sobrevivientes le otorgaron a de los “Puntos de Referencia” espaciales, (el
recuerdo de su lugar de origen) mientras atravesaban experiencias terribles. Tales
puntos de referencia espaciales también son mencionados por Halbwachs como
aquellas referencias que estructuran la Memoria.
En
sus registros orales Pollak descubre además
el valor de puntos de referencia afectivos, como la clase de
vínculos familiares o sociales que contaban las víctimas previamente a ser
conducidas a los campos, y que al
parecer constituían un factor diferencial en la
recomposición de las identidades después
de haber logrado sobrevivir. (Pollak
2006:9-15)
En
otros casos la experiencia traumática misma constituye un “punto de referencia” [1] un anclaje en la Memoria. Todas las entrevistas encuentran un núcleo resistente, un hilo conductor, “constatado hasta en la entonación” de
sus entrevistas grabadas, mediante el cual cada individuo intenta cierta coherencia
enlazando lógicamente los acontecimientos, en el largo trabajo de
reconstrucción de sí mismo y sus relaciones con los demás.
El
reconocimiento del valor de los Puntos de Referencia sociales,
afectivos y espaciales tal como fueron estudiados por Pollak, resultarán una
pieza clave para la definición del Mapa Cognitivo como aquellas referencias
tanto espaciales como temporales socialmente construidas y que permiten anticipar y decidir el tipo de
acción cotidiana.[2]
Memoria y… ¿Olvido?
Si
“conocemos el papel que jugaron las manipulaciones masivas de la memoria
en la aparición y mantenimiento de los regímenes totalitarios del siglo XX”
como nos recuerda el antropólogo Joel Candau ¿Qué ocurre cuando “el pasado no pasa y provoca
heridas en la memoria, llagas cruentas más o menos dolorosas”? (Candau 2002:75 y 76)
¿Puede
un Estado democrático imponer por decreto el Olvido de conflictos no
negociados?
Quizás
conceptos como Cultura Emergente dentro de un marco institucional puedan
proporcionar alguna respuesta en una “Cultura efectiva”.
Para
recordar cómo es analizada esta situación desde varias facetas que eliminan la
visión estática de la cultura,, el
escritor Raymond Williams describe en un texto ya clásico (Marxismo y Literatura) las complejidades de
todo proceso cultural, que dista mucho de limitarse a causas-efectos lineales;
“La complejidad de una cultura debe hallarse no solamente en sus procesos variables y en sus definiciones
sociales –tradiciones, instituciones, y formaciones- sino también en las interrelaciones dinámicas,
en cada punto del proceso que presentan ciertos elementos variables e históricamente
variados…”
“En el auténtico análisis (retrospectivo) es necesario reconocer en cada punto las complejas interrelaciones
que existen entre los movimientos y las
tendencias… Es necesario examinar cómo se relacionan con el proceso cultural total.” (Williams
1997:143)
Este
análisis del pasado reciente debería revelar aquellos elementos (significados y
valores) que, habiendo sido
formados efectivamente en el pasado, todavía se hallan en actividad
dentro del proceso total, y cuál es el lugar de las instituciones en la
incorporación o negación de dichos elementos.
Williams explica más detalladamente en qué
consisten estos elementos que recuerdan
las “memorias subterráneas” mencionadas por Pollak: se trata de elementos que a
pesar de no poder ser expresados, son vividos y practicados de
algún modo.
Se ha mencionado que Pollak analiza el papel
que distintos tipos de asociaciones o aún de un entorno familiar receptivo
tienen para mantener vivas las memorias
no expresadas públicamente. A este respecto, la caracterización de Williams de
elementos que proceden del pasado, es particularmente iluminadora:
“Toda cultura incluye elementos
aprovechables de su pasado… Ciertas experiencias,
significados y valores que no pueden ser expresados o sustancialmente verificados… son… vividos y practicados… Lo que
pretendo significar…ha sido formado
efectivamente en el pasado, pero todavía se halla en actividad dentro del proceso cultural… como un efectivo elemento del presente.”
(Williams 1997:144,145)
Se
sostiene que la particularidad de estas
experiencias del pasado estriba en que no pueden ser ni
expresadas ni verificadas pero se encuentran activas como elementos del
presente. La única salida que propone Williams es proporcionar un marco
institucional para aceptar el problema y reinterpretar el conflicto:
“Es en la incorporación
…a través de la reinterpretación, la
disolución, la proyección, la inclusión
..como el trabajo de la tradición selectiva se torna especialmente evidente…Un elemento cultural (que) proviene de un área fundamental del
pasado… habrá de ser incorporado
a la cultura… las confusiones y
conflictos, son negociados”” (Williams 1997:141,145)
Esta
negociación de “confusiones y conflictos”
es lo que permite la emergencia de algo nuevo:
“Por emergencia quiero significar, en primer término, los nuevos significados y valores, nuevas prácticas, nuevas relaciones y
tipos de relaciones que se crean continuamente….” (Williams 1997: 145-147)
Estas
palabras de Williams, escritas mucho antes que
comenzaran a llover en la Argentina las críticas debido al decreto para “cubrir con el misericordioso manto del
olvido” los abusos infames del Terrorismo de Estado mantienen no solo una
notable vigencia, sino que proporcionan con bastante claridad una respuesta
sobre cuál es el proceder adecuado. “Decretar el Olvido” solo puede responder a
los intereses de quienes en pos de
impunidad, pretenden que su
propia responsabilidad personal en los delitos infames resulte efectivamente
olvidada en un par de generaciones. Tal “olvido” nunca es justicia.
En
vez del olvido institucional de los valores culturales reprimidos, se pudo
observar que Williams en consonancia con Pollak recomiendan lo siguiente:
a) Preparar
un marco
institucional para que el conflicto en principio “sea reconocido”, algo
bastante diferente a decretar oficialmente el olvido. La fuente de tal
conflicto se encuentra enraizada en “ciertas
experiencias…que provienen de un área fundamental del pasado… que no pueden ser expresados o sustancialmente
verificados y son vividos o practicados… desde alguna formación cultural
anterior.”
b) Tal marco institucional para el reconocimiento del conflicto implica
tomar la iniciativa para incorporar lo silenciado mediante la
reinterpretación
o la inclusión con la clara pretensión
de negociar “las confusiones y
conflictos”
c) Una
vez iniciado el proceso de negociación de los conflictos silenciados, se abre
la oportunidad para la emergencia de nuevos significados y valores.
Se trata de “un reconocimiento que
resulta sumamente difícil describir
desde la óptica teórica, aunque la evidencia práctica es abundante”(Williams 1997: 143-147)
En
la Argentina durante los últimos años
hemos tenido oportunidad de venir observando los resultados de la
tensión y puesta en práctica de distintos modos de inclusión y renegociación de
los conflictos. Más allá de la propuesta teórica y en el largo y arduo trabajo
de reconstrucción de cada víctima, los puntos de referencia afectivos siempre
están en posibilidad de proporcionar el único anclaje válido de la experiencia
por terrible que haya sido.
[1] Se trata de una
afirmación que recientemente ha recibido sustento científico experimental. El Dr Jorge Medina, integrante del Instituto de Biología Celular y
Neurociencias, y Profesor de Fisiología de la Facultad de Medicina en la UBA,
afirma enfáticamente “Sin emoción, no hay memoria” atendiendo a los procesos
químicos cerebrales. (para más datos ver
Zibell 2009)
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