Registro de Campo N°2
Historia de un fracaso
"Son cosas que pasan" me dijeron mis compañeras y la profesora a cargo de las clases prácticas cuando les comenté mi problema.
¿A qué problema me refiero?
Esta entrada estará abocada al relato de cómo me vi confrontada con la dificultad de continuar con el registro de campo cuando el ámbito pensado originalmente finalmente no consistió mi ingreso formal al mismo y de cómo conseguí integrar la experiencia como parte de las prácticas de todo antropólogo. Como anticipé en mi Primer Registro de Campo, el éxito en aprobar la materia depende tanto de la presentación de registros de campo empíricamente contrastables acompañados del análisis metodológico de los mismos como de presentarlos dentro de los plazos acordados.
Historia de un fracaso
"Son cosas que pasan" me dijeron mis compañeras y la profesora a cargo de las clases prácticas cuando les comenté mi problema.
¿A qué problema me refiero?
Esta entrada estará abocada al relato de cómo me vi confrontada con la dificultad de continuar con el registro de campo cuando el ámbito pensado originalmente finalmente no consistió mi ingreso formal al mismo y de cómo conseguí integrar la experiencia como parte de las prácticas de todo antropólogo. Como anticipé en mi Primer Registro de Campo, el éxito en aprobar la materia depende tanto de la presentación de registros de campo empíricamente contrastables acompañados del análisis metodológico de los mismos como de presentarlos dentro de los plazos acordados.
El Status Liminar del antropólogo practicante
Desde el principio, apenas decidí el
ámbito para mis prácticas, estuve consciente de varios aspectos problemáticos
que dificultaban la legitimidad de mi incursión en el campo:
a) No estaba realizando mi tesis de licenciatura,
así que ni había realizado la presentación de un proyecto de investigación
formal, ni integraba un equipo de investigación que se encuentre trabajando el
tema, y menos contaba con dirección
sobre una tesis nunca proyectada como tal.
b) No estaba recibida de antropóloga,
así que formalmente no podía solicitar las entrevistas como tal
c) Uno de los requisitos para poder
culminar la carrera exitosamente es el de haber realizado trabajo en el campo,
marca registrada de la práctica antropológica.
Algunos desde otras disciplinas han resuelto el problema del acceso a un
campo social vedado de diferentes
maneras. Por ejemplo, hay quienes suponen que resulta legítimo obtener información “objetiva” de la
situación ocultando no solo su identidad sino sus intenciones reales, lo que en
este caso y respecto de una Comunidad Terapéutica hubiera sido tratar de ingresar al ambito restringido haciendome
pasar por alguien que tiene un pariente con alguna patología. Este método de
observación, si bien fue utilizado por sociólogos de la Escuela de Chicago
quienes directamente se hicieron pasar
por pacientes, es criticado por su absoluta falta de ética desde la reflexión
antropológica.
Personalmente y desde el mucho tiempo antes de iniciar mis propias
investigaciones, decidí llegado el
momento seguir la recomendación de Althabe de producir la distancia
desde la práctica misma. Es decir, soslayando cualquier ilusión de ingresar
desde tanto una identidad falseada como del ocultamiento de las reales
intenciones acompañadas de micrófonos y cámaras no explicitadas al grupo en cuestión, abordar el campo desde
la producción de la propia alteridad. Sabía que lo mejor sería compartir mi
carácter de estudiante que requiere de realizar ejercicios de campo,
Tenía bastante claro que durante mis prácticas debía articular dos
principios: el de la observación participante (limitada a
la interacción respetuosa del lugar de los terapeutas) y el de consentimiento
informado: procurar presentarme
como practicante de antropología, registrar la subjetividad pautada y
otorgarles la oportunidad de leer mis informes antes de presentarlos.
Sin embargo luego de haber pasado por la experiencia tengo que reconocer
que tal observación como la había leído
resultaba difícil de aplicar en algunas situaciones.
Su resolucíón terminé por integrarla como parte de la práctica misma.
Registro de Campo N° 2
Situaciones registradas:
. Correspondencia con diferentes miembros del programa de inserción social para confirmar entrevistas
.Visita al hospital Tobar García (entrevista con una de las
coordinadoras)
.Visita al Zoológico de Buenos Aires (entrevista con el director del
programa)
Fechas de los registros:
Correos previos: desde principios de agosto hasta fines de septiembre
Hospital: 15 de septiembre
Zoológico: 21 de septiembre
Tiempo en el campo:
Correos: indeterminado
Hospital: 2 horas y media
Zoológico: 2 horas
Análisis metodológico:
-Análisis de las posibles causas de confabulación grupal
-Concepto de implicación
antropológica de G. Althabe
-Reflexiones y nuevas reformulaciones
Transcripción de los correos y mensajes enviados
Aunque figuran en el escrito
original, en vista de los acontecimientos posteriores, no me pareció pertinente
incluirlos en este escrito pensado para su difusión pública, así que se los
debo.
Si bien me habían prevenido desde la
Cátedra que no resultaba nada fácil conseguir el permiso para entrevistar como
antropóloga practicante a los miembros de un programa de salud cualquiera,
desde el principio procuré al menos de intentarlo. Además no contaba con nadie conocido
dentro del ámbito terapéutico que me recomiende al grupo en cuestión.
Finalmente después de cuarenta y
cinco días de intensa correspondencia y largas esperas pude
concretar una cita de admisión.
En el Tobar García
Llegué temprano a la cita con la lic. P.[1]
El Hospital Carolina Tobar García
está a pocas cuadras de la Terminal de subtes y tren “Constitución” de la Ciudad de Buenos Aires.
Decidí recorrer a pie esa corta distancia con el propósito de conocer el
lugar. Eran las ocho de la mañana, muchos negocios todavía estaban cerrados,
aunque las calles hervían del movimiento de las personas que iban a trabajar.
Sin embargo, a pesar del movimiento, la abundancia de frentes grises y
hoteles alojamiento definen al lugar como un espacio signado por lo
transitorio. Sobre la avenida R. Carrillo al 300 circulan gran cantidad de
autos y colectivos. El Tobar García se encuentra contiguo al Borda
(Psiquiátrico para varones) y el Moyano (Psiquiátrico para mujeres)
En la inerminable vereda enfrentada a los terrenos ocupados por los
hospitales en cuestión, observo muros
que lindan con las vías del ferrocarril. Es extraño. Me doy cuenta que estoy
acostumbrada visualmente a la intervención gráfica de los muros que lindan con
las vías del tren. Las bandas de arte callejero sabemos que se disputan el
poder en paredes devenidas campos de batalla en otros barrios de la ciudad, y
sin embargo, este muro al frente de los psiquiatricos permanece sin intervenir
en absoluto. ¿Habrán sido disuadidos por el tráfico, o por la vigilancia
policial del hospital? Lo dudo, para estos grupos, burlar la vigilancia suele
resultar un estímulo. Me detengo en vanas especulaciones.
Una cosa es segura. Las bandas de arte callejero también siguieron de
largo.
Cruzo por el semáforo que está al frente del Hospital, el único en la
larga vereda.
Un enorme cartel de publicidad institucional anuncia que el Gobierno de la
Ciudad lo está remodelando. Una empalizada de madera y cobertura de media
sombra ocultan los trabajos del día.
“A sus pies rendido un león…”
Apenas ingreso al hall del Hospital algo me llama la atención de manera
agradable.
En medio del caos de la remodelación, la estampa de un gato sentado en la
entrada sobre una frazadita prolijamente doblada consigue transmitir una cuota
de serena e imperturbable tranquilidad.
No pude evitar preguntar “¿Cómo se llama el gato?” a tres oficiales de
vigilancia (dos “masculinos” y uno “femenino”) apostados detrás de una mesa de
entrada, pocos pasos al interior.
“Peralta” me contesta uno de ellos.
“Pues ese gato habla muy bien de ustedes” afirmo.
“Ya quisiera yo tener la vida del gato” dice el otro mientras la agente
saca una bolsa de balanceado del mostrador y me la muestra con una sonrisa.
De un vistazo veo el nombre de la licenciada P con las típicas letras de
molde encabezando el plantel. “¿Dónde puedo ubicarla?” Me indican la puesta del
despacho, pero ni siquiera son las 8.30, así que les pregunto si no molesta que
espere en recepción. Esto de paso me permite observar el movimiento. Pido
permiso para sentrme en uno de los taburetes.
El movimiento de ingreso es continuo. Algunos firman diferentes legajos de
asistencia. Me llama la atención la vestimenta informal, no veo a nadie con el
típico guardapolvos de hospital. Hasta que me sorprende uno vestido con traje
corbata y maletín.
“Buenos días…” saludan todos.
Después de un rato, el hombre del traje vuelve y pregunta a uno de los
oficiales “¿Llegó el Dr. Fulano?” No. Todavía no. Hace un gesto de disgusto y
se sienta en un banco. “¿Es visitador médico?” pregunto. Asienten . Es el único
individuo con traje.
“¿Puedo sacar fotos de los pasillos?” No, no está permitido
“¿Y de la cartelera de anuncios?” Tampoco.
Antes de recibir la tercera negativa, me puse a observar la cartelera y
registrar en la memoria algo que me llame la atención. No me animo a sacar la
libreta de notas. La medida, me dicen, es para proteger la intimidad de los
pacientes.
Ingresa un jovencito de unos once o doce años, con la mamá y saluda
afectuosamente a los oficiales. Se abalanza sobre uno de ellos y empieza a
golpearlo suavemente en el abdomen, mientras el oficial grita juguetonamente
“Auxilio, voy a llamar a la policía” Todos ríen. Cuando se retiran pregunto
“¿Es familiar?” No, es un pacientito que estuvo internado por demasiado tiempo.
Ingresa otra mujer jóven con un chiquito en brazos preguntando por los
cursos de computación. Le indican dónde dirigirse.
“¿Dan cursos aquí?” Si, dan cursos como parte del programa de
rehabilitación.
Así que vuelvo a la cartelera para
ver si observo algún otro detalle relacionado.
Me topo más allá con la advertencia
de los profesionales del lugar impresa en fotocopias pegadas con cinta.
Declaran su firmeza en mantener la continuidad institucional de políticas de
inclusión.
¿Habrán recibido presiones de cambio
por parte del Gobierno de la Ciudad?
El afiche no lo aclara. Junto con la
remodelación edilicia, ¿habrán recibido presiones para extender la remodelación
al ámbito de las políticas institucionales? Siguen mis especulaciones, pero
como quiera que fuese, el aviso expresa la firme disposición de continuidad.
Ahora bien, ¿permitirá esta política de inclusión algo tan inusual como
permitir a una practicante de antropología realizar entrevistas a miembros de
un programa de rehabilitación? Tenía que esperar para saber la respuesta.
Salgo a tomar fotos del frente del Hospital y una de Peralta (Eso sí está
permitido)
Luego de un rato, ingreso nuevamente al Hospital. Pregunto nuevamente
“¿Habrá llegado la Licenciada?” Parece que sí. Avanzo por los pasillos, golpeo
la puerta y una voz femenina dice “Adelante”.
La cita tan esperada
Una señora de mediana edad, también vestida de modo bastante informal está
sentada escribiendo delante de una computadora.
“¿Vivina?” Si. “Espere que termino
y la atiendo”
En verdad qué le dije exactamente no
recuerdo. Estaba bastante nerviosa y peor dormida, por la ansiedad absurda de
no escuchar el despertador y llegar tarde a mi cita al otro lado de la enorme ciudad.
Es curioso. Ya había hecho una incursión informal en el Zoo con los cuidadores
adultos, había intercambiado suficientes mensajes con otro de los miembros del
equipo quien en varios correos se ocupó de alentar mis expectativas respecto de
las posibilidades de realizar mis entrevistas con miembros del grupo y
posteriormente me derivó a esta licenciada con quien también me había
comunicado varias veces por correo. Pero una vez traspasado el umbral, tras
darme cuenta que en realidad esta entrevista era la primera de tipo personal y formal de mi práctica
antropológica, todo lo que tenía pensado decir simplemente se esfumó.
“Hable con el Dr. (Mengano)” me
contestó “Es la persona adecuada para conseguir el permiso de ingreso…. El ingreso
es problemático.” Lo dijo como al pasar. Después de todo si yo me encontraba
allí era porque entendía que tal ingreso no es cosa sencilla.
“¿Puede ingresar al Zoo de modo
particular?”
-Si.
-“¿Puede ir el martes a la mañana?”
-Si, claro que puedo.
Un par de días después recibí otro
correo: “Hola Vivina… El Dr la espera en el Zoológico a las 9,30. Por
cualquier cosa le paso su número de celular. Mucha suerte. Y no se olvide de ingresar
por la puerta principal y pagar el ticket”
Tenía confirmado el gran día.
A estas alturas, venía reformulando y
acotando el campo de la descripción etnográfica requerida.
Lo había redirigido hacia la
descripción de la Comunidad terapéutica y aquellos aspectos del programa
que ellos consideran pueden contribuir a la transformación psíquica de los
jóvenes que permiten su posterior reinserción social.
Estos eran los puntos que trataría de
explicitar en la entrevista arreglada con el director del programa pocos días
después.
Sin embargo, la experiencia misma se
encargaría de mostrarme que había actuado con una enorme dosis de ingenuidad.
Una entrevista crucial
Llegué a horario. Como el día que me
citaron era también el día de la primavera, había una gran cantidad de
familias, con los chicos en la puerta del Zoológico esperando entrar.
También se festeja el día del
Estudiante. Hay movimientos de vendedores ambulantes con alimentos, bebidas y
golosinas. Incluso se desarrollan preparativos para el recital de varias bandas
de música en los jardines de Palermo.
Estos festejos coinciden con un clima
de malestar. Varias escuelas públicas están tomadas por estudiantes desde hace
más de veinte días, y hasta los estudiantes de Filosofía y Letras se plegaron a
los reclamos de protesta.
La primera sorpresa. El Zoológico
abre a las diez. Mi cita es a las 9,30.
Veo contingentes que ingresan por
Sarmiento. Me acerco, averiguo. No. No puedo pasar aunque le explico
verbalmente los motivos de mi visita. Solo acceden los que están anotados de
antemano y yo, por supuesto, ni figuro.
Llego a la entrada principal a
esperar una eterna media hora.
Una vez adentro, me apresuro hacia el
lugar previamente acordado. En una vía lateral y separado por jardines, logro
identificar dentro de un grupo a quien se había comunicado por correo y
reconocí por la foto de perfil.
Me apresuro, me presento y conduce al Director con quien tenía la cita.
“Tuve que esperar a entrar con el publico” me disculpo, aunque personalmente
todavía lo entiendo como un malentendido. “¿Fulana no le dio un pase?” No, y
tampoco estaba anotada en la entrada de Sarmiento. Sin embargo ofreció
otorgarme un momento para lo cual me invita al sitio de la cita original, que centraliza las actividades del programa.
Me voy dando cuenta que sabe par qué estoy allí. Este supuesto mío se debe
a que el doctor mientras caminaba rápidamente me ofrece un libro donde figuran
todas las opiniones de cada uno de los miembros del programa. “Hace poco vino a
vernos un investigador extranjero. Hizo una tesis con los datos del libro. Ahí
tenés todo”
No sé si alcanza a escucharme que las
prácticas de campo requieren entrevistas de tipo personal.
Llegamos a una cabaña que recuerda
las construidas en las aldeas montañosas de la zona franco-suiza. Combina el
empleo de piedras al natural para la base y madera para el resto. Está pintada
de color verde claro, y decorada con guardas y diferentes motivos infantiles.
Dos plantas, techo a dos aguas con una pequeña torre que hace las veces de
mirador. Tres puertas de madera al frente, dos de ellas de doble hoja permiten
el acceso a la espaciosa planta baja, que en Europa en usualmente empleada para
proteger los animales al cuidado familiar.
La tercera puerta está flanqueada por
un desteñido cartel lavado por la lluvia y los años que identifica el
Programa. Al lado una escalera también
de madera que conduce a la planta alta. Un pequeño vestíbulo enfrenta a dos
puertas. Una de ellas pertenece a las oficinas.
“Aquí tengo el libro que quiero mostrarte.” La puerta está cerrada con
llave.”Ah, cierto, la llave la tiene Fulano, en un rato viene”.
“¿Podemos aprovechar a conversar mientras tanto?” le pregunto al bajar. Me acuerdo que una de mis preguntas
iniciales era respecto del origen del programa mientras me siento bajo un
árbol, cerca de las Jirafas , así que se la formulo.
Empieza a contarme. Primero se
recibió de médico, luego de psiquiatra y con posterioridad, de psiquiatra infantil.
Tuvo como compañeros a… y empieza a mencionar una catarata de nombres “disculpe
doctor, no los conozco”. También trabajó con la antropóloga X en la escuela Z. Tampoco la oí nombrar.
“Luego estuve trabajando varios años
con un grupo que hacía Terapia Ocupacional para adultos, en Lanús” Comentó que fue una experiencia sumamente
enriquecedora para él.
“¿Y cómo fue que se le ocurrió la
idea del Programa?” pregunté, y entonces pasó a detallarme:
“Fue en la época en que el Doctor
Romero (si, el mismo que sale en la tele) era Director del Zoológico, y yo
trabajaba en terapia infantil. Luego de hacer una visita con un grupo de
chicos, Romero se me acercó y preguntó: “¿Qué puede hacer el zoológico por
ustedes? ¿Qué podemos hacer juntos?”
El director del programa siguió: “Así
que empecé a recorrer el zoológico para ver si se me ocurría algo.”
Y vaya si se le ocurrió.
Recuerdo que refirió
que la idea le vino al leer el cartel del Cuidador de Elefantes: “Roberto,
cuidador de elefantes e hijo de cuidador tiene muchas cosas para contar”
Toda su experiencia acumulada como
pediatra, psiquiatra y terapista ocupacional confluyó en una sola idea
absolutamente novedosa:
“¿Qué pasaría si los chicos viene a
ver a los cuidadores?”
Despues de averiguar cuántos cuidadores estaban dispuestos a permitir que
chicos con patologás psiquiátricas los
ayuden con la alimentación de los animales, hubo varios que aceptaron.
¿Qué opinaron los cuidadores de la experiencia? A muchos cuidadores les
llamó la atención que los jóvenes estuviesen diagnosticados con patologías
psiquiátricas. Notaron poca o ninguna diferencia con otros jóvenes que
conocían.
Desde su experiencia de varios años
con el programa, su director puede afirmar que lo que contribuye a la remisión
de las patologías no es solo el trato con los animales, sino el vínculo que se
establece entre el paciente y el cuidador. “Aquí los chicos no están
caratulados como pacientes, sino como individuos”
También relata que recibió muchas críticas. “Decíán que no era digno poner
alos chicos a limpiar la (suciedad) de los animales” Sin embargo el siguó
insistiendo en que el foco estaba puesto en la oportunidad de trabajar y en el vínculo con el cuidador. Las críticas
persistieron hasta que encontraron una manera de medir de modo objetivo los
progresos que iban realizando los chicos, como es la disminución evidente
de las dosis de psicofármacos. Pese a que no fue fácil la
implementación local, el programa logró cierto reconocimiento en el exterior.
Le hago un comentario respecto de algo que leí en la página Web. “La
página es de (Fulano) Incluye artículos que no están relacionados con el
programa del Zoológico”me respondió de modo tajante. Al parecer, no debí
considerar lo que decía la pagina web como representativa del grupo.
“Cada uno de nosotros tiene sus ideas particulares acerca del
funcionamiento del Programa”concluyó.
¿Se deberá a solo una impresión mía percibir las dificultades
al interior del grupo que trata de armonizar un tipo de abordaje partiendo de
paradigmas diferentes?
El director se adelanta a mis pensamientos y agrega:
“Somos un grupo interdisciplinario. Cada uno tiene sus ideas personales”.
Y sus tiempos. En ese momento regresó quien estaba a cargo de la llave.
“Lo espero acá, doctor”
Volvió con el libro en la mano.
“¿Ves? Aquí al final está la bibliografía citada. Acá está todo. Leelo y
después charlamos.” Luego de abonarle el importe correspondiente, dio por concluída la charla.
Me despedí, disintiendo en mi interior.
Mucha de la información valiosa que me proporcionó, definitivamente no se
hallaba en el libro.
Análisis de las causas del
rechazo
La entera experiencia de casi dos meses de dilaciones para concretar entrevistas de campo con los miembros del
programa terapéutico según fuera relatada en este registro, tuve que darla por concluída.
Sin embargo y a pesar de todo resultó posible efectuar un análisis
antropológico de la experiencia, que permitiera no solo una evaluación de los
escasos datos obtenidos en una sola entrevista, sino que consiguiera integrarlos
al momento de reformular mi abordaje sobre una Comunidad Terapéutica
Por lo tanto a continuación y
utilizando los conceptos proporcionados por las diferentes cátedras previamente
cursadas, trataré de explicitar cuál fue desde el principio mi actitud respecto
del ingreso al campo mismo a partir de la noción de implicación de Althabe,
concepto clave que marca la diferencia con las prácticas de investigación
periodística signadas por la falta de ética y
con las que lamentablemente resulta confundida.
El problema del Status Liminar del antropólogo practicante
Algunos desde otras disciplinas han resuelto el problema del acceso a un
campo social vedado de diferentes
maneras.[1] Por ejemplo,
hay quienes suponen que resulta legítimo
obtener información “objetiva” de la situación ocultando no solo su
identidad sino sus intenciones reales, lo que en este caso y respecto de una
Comunidad Terapéutica hubiera sido tratar de
ingresar al ambito restringido haciendome pasar por alguien que tiene un
pariente con alguna patología. Este método de observación, si bien fue
utilizado por sociólogos de la Escuela de Chicago quienes directamente se hicieron pasar por pacientes, es criticado
por su absoluta falta de ética desde la reflexión antropológica.
Personalmente y desde el mucho tiempo antes de iniciar mis propias
investigaciones, decidí llegado el
momento seguir la recomendación de Althabe de producir la distancia
desde la práctica misma. Es decir, soslayando cualquier ilusión de ingresar
desde tanto una identidad falseada como del ocultamiento de las reales
intenciones acompañadas de micrófonos y cámaras no explicitadas al grupo en cuestión, abordar el campo desde
la producción de la propia alteridad. Sabía que lo mejor sería compartir mi
carácter de estudiante que requiere de realizar ejercicios de campo,
Tenía bastante claro que durante mis prácticas debía articular dos
principios: el de la observación participante (limitada a
la interacción respetuosa del lugar de los terapeutas) y el de consentimiento
informado: procurar presentarme
como practicante de antropología, registrar la subjetividad pautada y
otorgarles la oportunidad de leer mis informes antes de presentarlos.
Sin embargo luego de haber pasado por la experiencia tengo que reconocer
que tal observación como la había leído
resultaba difícil de aplicar en algunas situaciones, por lo que abordar
de la noción de implicación descripta por Althabe me resultó más adecuada para describir
lo que realmente me pasó: la necesidad de observación participante implicada en la
situación de campo.
Quizás gran parte de las dilaciones
y obstáculos que experimenté en mis intentos por formalizar las entrevistas a
los miembros de la Comunidad Terapéutica para conocer su propia subjetividad,
fuera posible adjudicarlas a la
desconfianza provocada por la falta de
ética de muchos sociólogos y periodistas quienes se valen de cualquier engaño y atropello con tal de
obtener alguna imagen o frase “objetiva” que soslayando su carácter construído
termine causando sensación en la opinión
pública.
En cambio, el concepto de implicación resulta sumamente operativo para los
antropólogos en el campo.
La implicación del Antropólogo
En vista de las dificultades que se presentan en el campo de los estudios
sociales para extender el concepto de observación objetiva, Althabe
propone a los antropólogos abordar el
campo reconociendo desde el principio su propia subjetividad.
Según Althabe, y soslayando cualquier ilusión de distanciamiento, sostiene
que “El antropólogo es proyectado, lo
quiera o no, sobre la escena local en la cual está obligado a participar “La implicación es una condición de acceso
al campo y por lo tanto es el marco de producción de saberes antropológicos…
(Por otra parte) … los intereses de conocimiento explicitados por el
antropólogo al comienzo de la investigación abren o cierran las puertas de
acceso al campo”(Althabe y Hernandez 2005: 80, 91, 82 y 86)
Se trata de una propuesta diferente al modelo clásico de observación-
participante que confiere carácter
científico a la producción antropólógica mediante extrapolar la observación
sobre sujetos humanos desde el marco
de experiencias aisladas de laboratorio.
En esta revisión del modelo clásico y para poder informar de manera
adecuada, Althabe porpone en cambio, incorporar la noción de implicación
fuertemente vinculada con la de comprensión tanto de los intereses de
conocimiento del antropólogo como de la dinámica del grupo que se pretende
investigar.
Esta implicación describe adecuadamente la situación insoslayable del
antropólogo, y confirma la imposibilidad de pasar desapercibido por el grupo
que se pretende observar participando de la situación cotidiana como si fuera
invisible. Tal situación es caracterizada por el hecho de que frente a ella, no
podemos alcanzar un saber objetivo. Uno siempre se encuentra implicado
subjetivamente en lo que pasa y su presencia ajena al grupo afecta las
actividades cotidianas, lo quiera o no.
“Para el investigador (implicado en una
situación donde no se acepta su presencia) la cuestión es relativamente simple:
o bien comprende lo que sucede e intenta
utilizar los escasos márgenes de maniobra que le quedan, o bien no
comprende y a partir de allí comienza una aventura solitaria que no puede más
que desembocar en la producción de una descripción ficcional” (Althabe y
Hernandez 2005: 74)
Creo haber
interpretado lo que sucedió tanto con respecto al rechazo de lo que era visto
como una intromisión que estorbaba las actividades del grupo, como las
intenciones reales bajo la propuesta “Léelo y después hablamos” que cerraba
definitivamente toda posibilidad de entrevistar a miembros del grupo en horarios y sitios convenientes a cada uno
y pretendiendo sustituirla con un mero
resumen escrito de los fundamentos del programa en una actividad no aprobada
por la cátedra de Metodología de campo.
Me di cuenta que la opción más digna que tenía
a mi alcance consistía en saludarlo
atentamente y empezar a pensar en otros ámbitos donde abordar vínculos sanadores con animales.
Al
cerrarse las puertas del Zoológico[2] para
relevar datos, empecé a buscar por Internet referentes empíricos alternativos
en los que la práctica de terapias con animales propicie la integración social.
Momentáneamente
estoy pensando en las posibilidades que brinda la Equinoterapia, pero todavía
desconozco sitios cercanos donde puedo acercarme, teniendo en cuenta mi experiencia
anterior que me recuerda la dificultad de entrevistar grupos terapéuticos.
Finalmente
las reflexiones de Althabe me proporcionaron un indicio para elegir un sitio
adecuado para continuar con mis ejercicios de antropología
Althabe y
Hernandez (2005) no solo nos advierten francamente que la presencia del
antropólogo perturba considerablemente las actividades cotidianas de todo grupo
profesional y es la razón para impedir su acceso al campo, sino que también nos
dice que el antropólogo solo es aceptado cuando su presencia resulta
beneficiosa al grupo en cuestión.
Pude
advertir que si uno de los problemas frecuentes del antropólogo practicante consistía frecuentemente en resolver las condiciones
éticas de acceso al campo, tal problema pudiera superarse mediante procurar el
ingreso a lugares públicos que cobren entrada a los mismos.
Así que
comencé a buscar algún lugar público que, pago entrada mediante, me permitiera
seguir relevando datos dentro de mi campo general de interés respecto de una
interacción con animales que resulte beneficiosa para los humanos.
La
reformulación de las preguntas de investigación y las notas de campo quedarán
para el próximo registro.
[1]
Dificultades de las que pude percatarme en el Tobar García apenas recibí una
serie de Noes “para proteger a los pacientes”
[2]
No es casual que haya tardado dos días en sentarme a escribir los registros
correspondientes hasta recuperarme de la confabulación grupal a la que había
sido sometida y que se hubiera evitado reconociendo francamente desde el
principio que mi presencia no era aceptada en lugar de alimentar
comunicaciones y citas dilatorias por
correo. No me resultó nada sencillo “barajar y dar de nuevo” Además me
encontraba en la mitad de la cursada y con graves peligros para terminar los
registros correspondientes..
[1]
Todos los nombres permanecerán en el anonimato
[2]
Dificultades de las que pude percatarme en el Tobar García apenas recibí una
serie de Noes “para proteger a los pacientes”
[3]
No es casual que haya tardado dos días en sentarme a escribir los registros
correspondientes hasta recuperarme de la confabulación grupal a la que había
sido sometida y que se hubiera evitado reconociendo francamente desde el
principio que mi presencia no era aceptada en lugar de alimentar
comunicaciones y citas dilatorias por
correo. No me resultó nada sencillo “barajar y dar de nuevo” Además me
encontraba en la mitad de la cursada y con graves peligros para terminar los
registros correspondientes..
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