Hola amigos.
En esta oportunidad es un placer compartir con ustedes fragmentos
de la conferencia que el Dr. Báez Finol, ofreció en el año 1955, en Caracas,
luego de la muerte de Armando Reverón.
Estuvo inédita hasta el año 1981, cuando fue publicada por
Francisco D´Antonio. Es un texto fundamental para aproximarse al período vivido
por Armando Reverón en el sanatorio San Jorge de Caracas, Venezuela.
Pero también, representa un hallazgo para aproximarnos a la mirada
culturalista en psiquiatría.
Tal como he compartido en otro trabajo, los culturalistas
constituyeron una corriente de psicoanalistas que prestaron atención a la
advertencia del antropólogo Edward Sapir respecto del carácter de las especulaciones antropológicas elaboradas
por Freud, particularmente las que esbozó a partir del texto Tótem y Tabú
en 1912.
Los culturalistas reconocieron la validez del método
psicoanalítico, pero rechazaron de plano las teorías especulativas freudianas.
En cambio, aplicaron en
profundidad el clásico método de inferencia clínica, descripto en el Corpus Hipocrático, a partir del cual la
experiencia vital y concreta de cada paciente se constituye en la fuente de
validación analítica.
Este grupo de médicos, que profundizó el método hipocrático, pronto se dio cuenta que la "herida narcisista" del discurso freudiano profundizaba en gran manera la angustia de los pacientes agudos.
Pero por lo que vale la pena revisar este abordaje particular es porque este grupo obtuvo gran éxito en psicoanalizar a psicóticos y conseguir la remisión de los síntomas, algo imposible según Freud.
El siguiente informe nos permite observar cómo el Dr Baez Finol
analizó la patología psiquiátrica de Reverón de una manera integral. Es decir,
presumiendo sus antecedentes de encefalitis, y tratando de interpretar la
conducta adaptativa del “Universo
reveroniano” para comprender el mundo que el paciente había construido.
Además, el registro objetivo del mundo propio del paciente le
permitió desde la clínica observar cómo tal universo se disipaba con la
remisión de las crisis psicóticas.
Me tomé la libertad de subrayar en negrita las frases que pueden
ofrecernos pistas sobre este tipo de psicoanálisis, que respeta al paciente,
procura no hacerle daño, y en cambio, ofrece soporte psíquico mediante
establecer una relación terapéutica con el paciente, con el firme propósito de
contener su angustia y contribuir a la superar las crisis.
El éxito obtenido mediante este abordaje psicoanalítico,
ampliamente documentado, introduce la reflexión sobre la enorme medicalización
de los problemas mentales en la actualidad., y cuestiona el carácter
irreversible de las categorías psiquiátricas descritas en el DSMS.
El modo en que tal manual resulta funcional a la rentabilidad empresaria
(compañías farmacéuticas, manicomios, y amigos de lo ajeno) es un tema que excede el tema de esta serie sobre Reverón.
Conferencia del Dr. José A. Báez Finol,1955
Dice Erasmo de Rotterdam en su libro El elogio de la locura,
que Homero, para ensalzar a Telémaco, lo llama frecuentemente “atolondrado” y
que los poetas griegos, en sus tragedias, daban a menudo este epíteto a niños y
a jóvenes, considerándolo de buen augurio; tal parece haber sido el caso de
nuestro Armando Reverón (a quien) alguien le dijera algo semejante y al referírselo
él a uno de sus maestros, este le replicara: “Te felicito, Armando, porque te
sacaron del montón”. Y en efecto aquel feliz augurio se vio completamente
realizado, cuando a través de los años Armando Reverón fue destacándose hasta convertirse
en un genial representante de nuestra pintura.
De manera, pues, que lejos de lesionar su personalidad haciendo
un bosquejo a vuelo de pájaro del proceso de su enfermedad, lo que pretendemos
es hacer conocer una parte interesante de la vida del artista. Hombre
interesante este Armando Reverón, y si recordamos lo que dijo López Ibor: “En
todo hombre interesante hay algo de dinamita”, este pensamiento se concreta en
Reverón, pues ha sido un auténtico revolucionario de nuestra pintura.
Conocemos en la literatura una lista de grandes hombres
mentalmente enfermos. Se discute todavía hablando del estado mental de Van
Gogh, si era un epiléptico o un esquizofrénico, pero es lo cierto que la
actividad más intensa de su vida parece haber sido la de su mayor productividad
psicótica. Todos estos ejemplos ponen directamente sobre el tapete la eterna
discusión sobre Genio y Locura, dónde termina lo normal y empieza lo
patológico.
En Reverón se daba el caso interesante de que cuando estaba psíquicamente perturbado,
cuando su enfermedad mental hacía esas tremendas crisis agudas alucinatorias, su
producción artística decrecía hasta llegar a hacerse completamente
nula; cuando comenzaba nuevamente su recuperación mental recobraba
paralelamente su extraordinaria sensibilidad plástica.
El deseo de trabajar en su arte era el signo más completo de su
recuperación anímica y era un hecho
cierto que de no sorprenderlo la muerte habría continuado creando nuevas obras
para su propio deleite y de los admiradores de su arte. En ninguna de esas
obras ni en las pintadas a raíz de su primera crisis mental aguda de 1945, ni
en las producidas en su última hospitalización, se observa signo alguno de
deterioro; todo lo contrario, hay un resurgimiento completo. En Reverón, lo
artístico y anímico eran cosas que marchaban paralelamente.
Esto explica en gran parte que, en todas sus composiciones, apuntes
y dibujos, no se advierta ningún rasgo de
flaqueza espiritual, ningún signo donde
podamos descubrir características de su estado de enfermedad mental.
Ninguno de sus cuadros fue hecho o ejecutado en trances agudos semejantes y por
esa razón no se advierte fenómeno alguno que pueda traducirnos en sus
diferentes cuadros su locura.
Tal la eterna discusión sobre Genio y Locura, el deslinde preciso
de dónde termina lo normal y empieza lo patológico.
Me parece difícil contestar ese problema y solo un examen cuidadoso de cada
caso particular nos podría dar la respuesta definitiva.
En nuestro Armando Reverón encontramos el dato proporcionado por
sus compañeros, que siempre poseyó una personalidad rara. Pero el hecho cierto
que no admite ningún género de duda es el de que Reverón, como Van Gogh,
padeció de perturbaciones mentales agudas que hicieron necesario un tratamiento
intensivo.
Estableciendo comparaciones entre uno y otro artista, no podemos
afirmar que la mayor productividad de Reverón coincidiera con sus etapas de
mayor enfermedad psíquica, como sucedía en Van Gogh.
Reverón poseía, como el gran Leonardo da Vinci, la escritura en
espejo, lo cual es considerado como una característica de los individuos
zurdos. Esto tiene importancia para demostrar que los dos hemisferios
cerebrales, aunque anatómicamente iguales, no son equivalentes y que en
Reverón, debido a su izquierdismo primitivo, hecho después ambidextro por
razones de educación, había un predominio del hemisferio derecho.
Cuando traté por primera vez a Armando Reverón en el año de 1945 tenía 56 años de edad.
Había ingresado a la clínica por dos razones importantes: la
primera, porque desde hacía meses venía
presentando trastornos de tipo mental agudo; y la segunda, porque se había
descuidado en la pierna derecha una tremenda ulceración que lo incapacitaba
totalmente para efectuar cualquier tipo de trabajo; incluso la movilización era
sumamente dolorosa. Había permanecido dos días y dos noches en la Escuela de
Artes Plásticas, aferrado a no dejarse ver por ningún médico ni a concurrir a
ninguna clínica; sin embargo, merced a los esfuerzos de su amigo de siempre,
Manuel Cabré, y de los hermanos Monsanto, Bernardo, Antonio, Edmundo, pudo Reverón
ser ingresado al sanatorio; cargado por estos amigos llegó al sanatorio, ya que
estaba imposibilitado para caminar. Su actitud era sociable y cordial hasta
donde puede ser sociable y cordial un ser humano con la tremenda miasis que se
había dejado nacer en el pie, dejando que las larvas proliferaran. Venía con
una actividad motora considerable y, a pesar de la lesión que presentaba en la
pierna, continuamente ejecutaba movimientos. Se mostraba exaltado, por momentos
irritable y observaba una conducta absolutamente desordenada.
Su lenguaje era completamente incoherente y la asociación de ideas
era tan desordenada que no se
comprendía lo que hablaba.
Como una muestra de la charla deshilvanada y absurda del Reverón
de aquella época, puede leerse en la historia lo siguiente:
(…) Todo por el centro, el doctor por en medio escribiendo y los
enfermos por los lados preguntando qué desean”. (...) “He hecho dos cruces para
demostrar cuatro y cuatro”. (...)
“Yo no sé por qué se cayó la cocina estaba acostumbrado del lado
de acá; el cuadro de los Monteroles significa que están hechos de una cosa como
si fuera el monte.
Se advierte fácilmente que las ideas no fluían de manera lógica y
coherente, sino completamente bloqueadas unas de otras.
En sus reacciones emocionales se notaba un estado de ánimo
agitado. Su actitud facial era la de un continuo de mímica.
Parcialmente desorientado en el tiempo, pues ignoraba la fecha y el día, pudo fácilmente decir que
estaba recluido en una clínica pero que no veía ningún enfermo, a pesar de los
varios que existían. Cuando se le preguntaba la razón que había tenido para
descuidar tanto su lesión del pie hasta el punto de haber dejado que
proliferaran incontables larvas, expresaba que era gran admirador de la
naturaleza y que esas larvas también tenían derecho a vivir.
A pesar de su gran desorden psíquico, Reverón salió de la clínica
tres meses después rejuvenecido
y regresando a Macuto, a donde se dio por entero a su labor.
Era muy parco al hablar de asuntos familiares y cada vez que se le
interrogaba se inhibía profundamente, y ese estado de inhibición relativa no lo
abandonó ni siquiera en los últimos momentos de su vida.
No fue lactado por la madre sino por una nodriza. A los dos años
fue llevado a Valencia.
El joven Reverón era sociable y juguetón en aquellos tiempos; con
sus compañeros se bañaba en el Cabriales y con flejes de barriles macheteaba
los peces dentro del río. Posiblemente esto lo llevó a contraer una fiebre tifoidea
alrededor de los doce o catorce años de edad y desde entonces experimentó un
cambio en su personalidad: se volvió retraído y le gustaba permanecer mucho
tiempo en su casa; el médico y sus padres opinaron que no volviera al colegio
porque el cerebro no andaba bien.
Haciendo una hipótesis retrospectiva, es muy probable que Reverón
haya presentado una inflamación del cerebro y de sus envolturas, una verdadera encefalitis que contribuye a explicar la personalidad rara que lo acompañará
después en el transcurso de su vida. Ya
para esa época rasgaba pedazos de sábanas y en ellos pintaba casitas y
paisajitos con agua de cola.
Es obvio decir que de esa primera estadía de Reverón en la clínica
(1945) salió física y psíquicamente recuperado; regresó nuevamente a su pintura y produjo una gran cantidad de
cuadros cuya calidad artística han podido admirar Uds. en la presente
exposición
Reverón se negó a pintar en el sanatorio y tan solo conservamos un dibujo a lápiz-tinta que hiciera de mi
persona. Se negó a pintar porque decía que él allí no había venido a pintar sino
a curarse, pero ya de regreso al rancho de Macuto agarró de nuevo los
pinceles con el entusiasmo de siempre.
En el enfermo mental común se observa generalmente una tendencia a
dibujar y a pintar, y la interpretación es valiosa para la mejor comprensión
del caso; en Armando Reverón sucedía lo diametralmente opuesto, pues al
enfermar se colapsaba su pintura.
Cuando Reverón ingresa por segunda vez a la clínica el 23 de
octubre de 1953, ya hacía tiempo que
venía enfermo, aproximadamente desde noviembre de 1952. Vivía en un estado de
completa dejadez y como poseía un carácter fuerte no permitía los cuidados de
aseo más elementales.
Juanita, la paciente y consecuente esposa del artista, hacía lo
que materialmente le era posible hacer, pero en realidad la situación de
Reverón era lamentablemente dantesca. En esa época yo había sufrido un accidente
desgraciado que me tenía inmovilizado en cama, pero una vez que pude agarrar mi
maletín fui a visitarlo y lo encontré profundamente alucinado
auditivamente: oía la voz de María Santísima y del Padre Eterno que le
ordenaban a dónde debía dirigir sus pasos. En vista de esa situación y a ruego
de Juanita, su amigo de siempre Manuel Cabré, su amigo y admirador Armando
Planchart y yo, en una mañana soleada del mes de octubre de 1953, fuimos a
buscarle.
Con una docilidad de la cual yo mismo quedé sorprendido, nos
vinimos en el Cadillac, manejando Armando Planchart, Manuel Cabré adelante, y
yo en la parte posterior del automóvil con Reverón. Verificaba ruidos con la
boca y hacía esfuerzos para echar afuera esa molestia interior, lo cual no
dejaba ciertamente de preocuparnos a los tres que veníamos acompañándolo.
Ejecutaba movimientos laterales constantes con los miembros superiores y
repetía de manera continua, ya hospitalizado: “Mientras yo tenga eso no puedo
dormir con la señora”. La charla coherente por momentos se hacía
completamente inconexa e incomprensible.
Para el día 23 de noviembre (luego
de un mes de internación) encontramos que el cuadro mental se ha modificado
favorablemente de manera considerable y estuvo cuatro días sin
verificar los ruidos estertóreos y soplidos con la boca; se le ha visto más
cuidadoso en su persona y se baña regularmente después de los tratamientos. Aprovechamos
la oportunidad de convencerlo para afeitarse la barba y el cabello, que
constituían para ese entonces el problema higiénico de mayor magnitud:
gatoso como estaba, se olvidaba de las nociones más elementales de aseo; cuando
comía, los desperdicios se esparcían por su enorme barba de “Padre Eterno”, como
él mismo solía llamarse, y eso produjo lesiones de dermatitis en la piel de la
cara.
Se ha considerado como una gran irreverencia haberle rasurado la
barba a Reverón, pero consideren Uds. si no fue una cosa necesaria y perentoria
hecha en beneficio de la salud del paciente. Por lo demás, él mismo se prestó
de mil amores y no hubo otra complicación a este respecto.
Su vida transcurría plácidamente dentro de la Institución y cuando
se le hablaba de regresar a Macuto preguntaba si lo estábamos corriendo; no
quería regresar sino cuando estuviera bueno.
A pesar de no haberse librado por completo de sus alucinaciones,
Reverón ya esbozaba una crítica sobre su estado y se daba perfectamente cuenta de
que esas sensaciones extrañas no eran normales, por lo cual decía: “A eso lo mejor es no hacerle caso”.
Concurría a menudo a las exposiciones verificadas en este museo y
en la exposición de Rafael Ramón González estuvo discutiendo los valores
pictóricos de sus distintos cuadros. Eso demuestra claramente una conservación
completa de los conocimientos adquiridos, aun en medio de la crisis aguda por
la cual todavía transitaba.
Es interesante hacer notar que Reverón, cuando se le sugería que pintara
algo, decía: “Hoy no tengo ganas, yo solo pinto cuando tengo ganas”, y así era
en efecto, de manera que actuando suavemente era la mejor manera de orientarlo.
Con toda la amplitud del caso, Reverón escogía sus modelos dentro
del personal y de los pacientes hospitalizados, observando que todo fuera
espontáneo de ambas partes. Y pudimos establecer que no solo el pintor mejoraba con
este sistema de terapéutica ocupacional basada en su propio arte, sino que
muchos de los modelos, estimulados porque se sentían importantes posando para
Reverón, también experimentaron una mejoría sensible de sus cuadros psíquicos.
Para el psiquiatra el concepto de lo mágico desempeña un papel particularmente
importante; el pensamiento mágico y la actuación mágica constituyen características
de un sinnúmero de estados mentales, el simple acto de pensar o de
gesticular es la traducción efectiva de conseguir un objetivo o de llevar a la
realidad un deseo o impulso determinado. Ello se observa muy claramente en
Reverón, quien antes de pintar se rodeaba de todo un ceremonial o
ritual predeterminado: usaba una vestimenta especial, parte de la cual han
podido ustedes observar en el ambiente reveroniano colocado a la entrada de la
presente exposición; ejecutaba una serie de movimientos, calzaba unas sandalias
especiales, y después de toda esa serie de preparativos atacaba el lienzo y
pintaba apasionadamente. Era casi como el ritual de un sacerdote ante
el altar sagrado.
Pero hay algo más en todo ese proceso de usar amarras apretadas alrededor
de la cintura, en los brazos y las piernas; con estos artificios sobrevenía
una falta de circulación sanguínea, lo que traía inmediatamente como
consecuencia un adormecimiento de los diferentes segmentos afectados, y esta forma
de anestesiarse, aunque fuera parcialmente, era la mejor manera que tenía de
alejarse de su propio yo, de ponerse insensible y de trasladar toda su esencia y presencia
a los confines de la propia tela.
Esa manera de pintar
girando continuamente en movimientos, acercándose para retirarse luego, tocar
el borde de la tabla para seguir dando pinceladas, no constituye otra cosa sino la
forma de objetivar su pensamiento presente en su personalidad.
Reverón hablaba de una manera simbólica y cada palabra
representaba un concepto, un contenido, un pensamiento; era una manera de hablar
neologística, pero en la cual traducía su manera de actuar y de pensar.
La existencia de un cuadro de hipertensión arterial nos
hizo ser sumamente cautos en el tratamiento.
Obligatoriamente prescribimos un régimen
medicamentoso y una dieta alimenticia adecuados, los cuales dieron resultado
apetecible, pues el paciente trabajaba en su pintura sin dar grandes
muestras de cansancio; esa mejoría le permitía igualmente salir con frecuencia acompañado
de un enfermero y muchas veces conmigo mismo. Otras, no quería salir para
ninguna parte esperando la visita de Juanita, quien regularmente lo visitaba.
Reverón fue durante toda su vida un carácter esquizoide y por ello entendemos una personalidad rara,
alejada de la realidad, aislado del trato normal con las personas, aunque sus contactos
con la realidad permanecieron superficialmente imperturbados.
(…..)
El carácter esquizoide como el de Reverón de vez en cuando hace
sus crisis de verdadera enfermedad,
de verdadera esquizofrenia como sus crisis del 45 y la última del 52.
Reintegrado nuevamente a la clínica, continuamos el tratamiento
psicoterápico preciso que veníamos efectuando.
El componente místico-religioso que tan presente había estado
desde su ingreso fue desapareciendo lentamente
hasta borrarse por completo, y esta mejoría definitiva de Reverón nos hizo
formular planes para llevarlo a Macuto dentro de poco tiempo. Pero el día 18 de
septiembre de 1954, a las 3:45 de la tarde, sufrió de un cuadro de hemorragia
cerebral de carácter grave que lo dejó sin vida tres horas después. Ya a las 6
y 43 minutos de la tarde Reverón se había apagado, pasando definitivamente a la
inmortalidad.
Diez días antes había visitado el Nuevo Circo (el Circo de Toros,
como él decía) porque deseaba pintar un cuadro, para lo cual necesitaba el
caballete grande, sus muñecas, los cuernos de un toro guardados allá en uno de
los caneyes del rancho, y la confección de un traje especial porque en la
composición figuraba una Manola a la usanza de Sevilla. Este fue el último cuadro que
vislumbraron sus pupilas y que no pudo realizar. Todo lo planeó perfecta y
artísticamente, y cuando seis días antes de sufrir la hemorragia cerebral
que le causara la muerte almorzó en mi casa, el tema durante todo el ágape fue
la corrida que iba a pintar en el Nuevo Circo.
Había olvidado por completo el contenido místico-religioso del
lenguaje presente cuando ingresara a la clínica, cuando era el “Padre Eterno”,
Juanita una virgen y oía las voces de los santos apóstoles ordenándole lo que
debía hacer. Todo hacía
prever que planeáramos su regreso a Macuto para el mes de octubre, pero no pudo
ser así y ahora nos queda el vacío de la inconformidad por la pérdida
de nuestro admirado amigo.
La Conferencia en su totalidad está disponible en la compilación
de Calzadilla “Los Laberintos de la Luz. Armando Reverón y los psiquiatras”
Hasta la próxima amigos!!!
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