Hola amigos.
En esta oportunidad doy inicio a una
serie de entradas dedicadas a la obra del artista Armando Reverón (1889-1954)
considerado el más importante pintor venezolano, y también quien sufriera de
las incomprensiones vinculadas con su enfermedad mental.
Hay un amplio consenso en Venezuela
respecto que Reverón escapa de las clasificaciones que ofrece el Manual
diagnóstico y estratégico de los trastornos mentales(DSMS) También
encontramos un acuerdo casi unánime entre los psiquiatras a partir de 1955
respecto que su obra no es producto de su perturbación.
El médico Artiles Huerta, quien como
joven médico residente acompañó a Reverón durante su última internación
psiquiátrica, comenta que la creacíón de toda una escenografía teatral de muñecas
de tela, y de artefactos realizados con elementos reciclados con los que el
artista interactuaba, como un ambiente que le permitió luchar con sus
padecimientos de salud mental en un entorno seguro. Los médicos que lo atendieron
sostienen que sus delirios y la tortura mental que padecía, derivaban de
enfermedades que afectaron el SNC:
“La historia merece reescribirse.
Estar enfermo no es ningún delito, es parte de la condición humana. Cualquier
persona puede sufrir algún inconveniente psiquiátrico y sobreponerse. Sin duda
alguna, el caso de Reverón es excepcional. A pesar de su enfermedad, nos legó
una obra monumental “y eso tiene un valor inconmensurable.
Inicio esta serie sobre el pintor con
una Galería de algunas de sus pinturas, organizadas según las realizara durante
su juventud, seguidas de la etapa Azul, la Blanca que lo hiciera conocido, y
finalmente, la etapa Sepia.
No puedo dejar de mencionar que mi
primer contacto con la obra de Reverón lo tuve de manos de mi padre, cuando
realicé un viaje a Venezuela durante mi adolescencia y él había recibido en su
Galería de Arte varias pinturas, entre las que se encontraba un enorme cuadro de este artista. Luego de separarse de mi
madre, mi viejo había decidido alejarse del mundo de la elaboración, venta y
distribución de específicos farmacéuticos, como se los llamaba en Venezuela, y
comenzar esta nueva etapa de su vida introduciéndose de lleno en el mundo del
Arte, con el que estaba familiarizado ya que mi abuelo era un prolífico pintor
aficionado y dos de mis tíos habían terminado la formación en Artes Plásticas
en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Mi padre solía hacer bromas al
respecto: “Como no sé pintar, soy crítico de Arte”
Así que recuerdo cuando mi padre vino
a la Argentina el año siguiente de separarse de mi mamá, para revalidar la
matrícula de Martillero Público, constancia fiel de uno de sus varios estudios
juveniles. Una vez reinstalado en su nueva ocupación en Venezuela, pudo
realizar varios viajes a Europa que le permitieron visitar los Grandes Museos y
comenzar a organizar Subastas de Antigüedades y Obras de Arte en Caracas, donde
también le fue bastante bien. Durante mi viaje tuve oportunidad de visitar por
primera vez la Galería de Arte que había abierto a fines de la década de los
años sesenta.
Recuerdo perfectamente que me llamo
poderosamente la atención un cuadro con las formas apenas perfiladas sobre un
fondo color marfil. La entera situación quedó fijada en mi memoria porque
cuando intrigada le pregunté a mi papá “¿De quién es?” todavía hoy recuerdo el eco del tono de voz de mi viejo, ubicado en el otro lado de la Galería:
Autorretrato realizado en 1910
Carúpano Oleo sobre M;adera (1918)
Los Baños de Macuto
La Cueva (1920, etapa Azul)
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