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miércoles, 15 de abril de 2015

Mis Notas de Campo II por Vivina P. Salvetti




Registro de Campo N°2

Historia de un fracaso
"Son cosas que pasan" me dijeron mis compañeras y  la profesora a cargo de las clases prácticas cuando les comenté mi problema. 
¿A qué problema me refiero? 
Esta entrada estará abocada al relato de cómo me vi confrontada con la dificultad de continuar con el registro de campo cuando el ámbito pensado originalmente finalmente no consistió mi ingreso formal al mismo y de cómo conseguí integrar la experiencia como parte de las prácticas de todo antropólogo. Como anticipé en mi Primer Registro de Campo, el éxito en aprobar la materia depende tanto de la presentación de registros de campo empíricamente contrastables acompañados del análisis metodológico de los mismos como de presentarlos dentro de los plazos acordados. 

El Status Liminar del antropólogo practicante
Desde el principio, apenas decidí el ámbito para mis prácticas, estuve consciente de varios aspectos problemáticos que dificultaban la legitimidad de mi incursión en el campo:
a)      No estaba realizando mi tesis de licenciatura, así que ni había realizado la presentación de un proyecto de investigación formal, ni integraba un equipo de investigación que se encuentre trabajando el tema, y menos contaba con  dirección sobre una tesis nunca proyectada como tal.
b)    No estaba recibida de antropóloga, así que formalmente no podía solicitar las entrevistas como tal
c)     Uno de los requisitos para poder culminar la carrera exitosamente es el de haber realizado trabajo en el campo, marca registrada de la práctica antropológica.
Algunos desde otras disciplinas han resuelto el problema del acceso a un campo social  vedado de diferentes maneras. Por ejemplo, hay quienes suponen que resulta legítimo  obtener información “objetiva” de la situación ocultando no solo su identidad sino sus intenciones reales, lo que en este caso y respecto de una Comunidad Terapéutica hubiera sido tratar de  ingresar al ambito restringido haciendome pasar por alguien que tiene un pariente con alguna patología. Este método de observación, si bien fue utilizado por sociólogos de la Escuela de Chicago quienes directamente  se hicieron pasar por pacientes, es criticado por su absoluta falta de ética desde la reflexión antropológica.
Personalmente y desde el mucho tiempo antes de iniciar mis propias investigaciones,  decidí llegado el momento seguir la recomendación de Althabe de producir la distancia desde la práctica misma. Es decir, soslayando cualquier ilusión de ingresar desde tanto  una identidad falseada  como del ocultamiento de las reales intenciones acompañadas de micrófonos y cámaras no explicitadas  al grupo en cuestión, abordar el campo desde la producción de la propia alteridad. Sabía que lo mejor sería compartir mi carácter de estudiante que requiere de realizar ejercicios de campo,
Tenía bastante claro que durante mis prácticas debía articular dos principios: el de la observación participante (limitada a la interacción respetuosa del lugar de los terapeutas) y el de consentimiento informado:  procurar presentarme como practicante de antropología, registrar la subjetividad pautada y otorgarles la oportunidad de leer mis informes antes de presentarlos.
Sin embargo luego de haber pasado por la experiencia tengo que reconocer que tal observación como la había leído  resultaba difícil de aplicar en algunas situaciones.
Su resolucíón terminé por integrarla como parte de la práctica misma.

 Registro de Campo N° 2

Situaciones registradas:
   . Correspondencia con diferentes miembros del programa de inserción social para confirmar entrevistas
    .Visita al hospital Tobar García (entrevista con una de las coordinadoras)
    .Visita al Zoológico de Buenos Aires (entrevista con el director del programa)
Fechas de los registros:
  Correos previos: desde principios de agosto hasta fines de septiembre
   Hospital: 15 de septiembre
   Zoológico: 21 de septiembre
Tiempo en el campo:
    Correos: indeterminado
  Hospital: 2 horas y media
  Zoológico: 2 horas
Análisis metodológico:
-Análisis de las posibles causas de confabulación grupal
-Concepto de implicación antropológica de G. Althabe
-Reflexiones y nuevas reformulaciones
Transcripción de los correos y mensajes enviados
Aunque figuran en el escrito original, en vista de los acontecimientos posteriores, no me pareció pertinente incluirlos en este escrito pensado para su difusión pública, así que se los debo.
Si bien me habían prevenido desde la Cátedra que no resultaba nada fácil conseguir el permiso para entrevistar como antropóloga practicante a los miembros de un programa de salud cualquiera, desde el principio procuré al menos de intentarlo. Además no contaba con nadie conocido dentro del ámbito terapéutico que me recomiende al grupo en cuestión.  
Finalmente después de cuarenta y cinco  días  de intensa correspondencia y largas esperas pude concretar una cita  de admisión.

En el Tobar García

Llegué temprano a la cita con  la lic. P.[1]
El Hospital Carolina Tobar García  está a pocas cuadras de la Terminal de subtes y tren  “Constitución” de la Ciudad de Buenos Aires.
Decidí recorrer a pie esa corta distancia con el propósito de conocer el lugar. Eran las ocho de la mañana, muchos negocios todavía estaban cerrados, aunque las calles hervían del movimiento de las personas que iban a trabajar.
Sin embargo, a pesar del movimiento, la abundancia de frentes grises y hoteles alojamiento definen al lugar como un espacio signado por lo transitorio. Sobre la avenida R. Carrillo al 300 circulan gran cantidad de autos y colectivos. El Tobar García se encuentra contiguo al Borda (Psiquiátrico para varones) y el Moyano (Psiquiátrico para mujeres)
En la inerminable vereda enfrentada a los terrenos ocupados por los hospitales en cuestión, observo  muros que lindan con las vías del ferrocarril. Es extraño. Me doy cuenta que estoy acostumbrada visualmente a la intervención gráfica de los muros que lindan con las vías del tren. Las bandas de arte callejero sabemos que se disputan el poder en paredes devenidas campos de batalla en otros barrios de la ciudad, y sin embargo, este muro al frente de los psiquiatricos permanece sin intervenir en absoluto. ¿Habrán sido disuadidos por el tráfico, o por la vigilancia policial del hospital? Lo dudo, para estos grupos, burlar la vigilancia suele resultar un estímulo. Me detengo en vanas especulaciones.

Una cosa es segura. Las bandas de arte callejero también siguieron de largo.
Cruzo por el semáforo que está al frente del Hospital, el único en la larga vereda.
Un enorme cartel de publicidad institucional anuncia que el Gobierno de la Ciudad lo está remodelando. Una empalizada de madera y cobertura de media sombra ocultan los trabajos del día.


“A sus pies rendido un león…”
Apenas ingreso al hall del Hospital algo me llama la atención de manera agradable.
En medio del caos de la remodelación, la estampa de un gato sentado en la entrada sobre una frazadita prolijamente doblada consigue transmitir una cuota de serena e imperturbable tranquilidad.


No pude evitar preguntar “¿Cómo se llama el gato?” a tres oficiales de vigilancia (dos “masculinos” y uno “femenino”) apostados detrás de una mesa de entrada, pocos pasos al interior.
“Peralta” me contesta uno de ellos.
“Pues ese gato habla muy bien de ustedes” afirmo.
“Ya quisiera yo tener la vida del gato” dice el otro mientras la agente saca una bolsa de balanceado del mostrador y me la muestra con una sonrisa.
De un vistazo veo el nombre de la licenciada P con las típicas letras de molde encabezando el plantel. “¿Dónde puedo ubicarla?” Me indican la puesta del despacho, pero ni siquiera son las 8.30, así que les pregunto si no molesta que espere en recepción. Esto de paso me permite observar el movimiento. Pido permiso para sentrme en uno de los taburetes.
El movimiento de ingreso es continuo. Algunos firman diferentes legajos de asistencia. Me llama la atención la vestimenta informal, no veo a nadie con el típico guardapolvos de hospital. Hasta que me sorprende uno vestido con traje corbata y maletín.
“Buenos días…” saludan todos.
Después de un rato, el hombre del traje vuelve y pregunta a uno de los oficiales “¿Llegó el Dr. Fulano?” No. Todavía no. Hace un gesto de disgusto y se sienta en un banco. “¿Es visitador médico?” pregunto. Asienten . Es el único individuo con traje.
“¿Puedo sacar fotos de los pasillos?” No, no está permitido
“¿Y de la cartelera de anuncios?” Tampoco.
Antes de recibir la tercera negativa, me puse a observar la cartelera y registrar en la memoria algo que me llame la atención. No me animo a sacar la libreta de notas. La medida, me dicen, es para proteger la intimidad de los pacientes.
Ingresa un jovencito de unos once o doce años, con la mamá y saluda afectuosamente a los oficiales. Se abalanza sobre uno de ellos y empieza a golpearlo suavemente en el abdomen, mientras el oficial grita juguetonamente “Auxilio, voy a llamar a la policía” Todos ríen. Cuando se retiran pregunto “¿Es familiar?” No, es un pacientito que estuvo internado por demasiado tiempo.
Ingresa otra mujer jóven con un chiquito en brazos preguntando por los cursos de computación. Le indican dónde dirigirse.
“¿Dan cursos aquí?” Si, dan cursos como parte del programa de rehabilitación.
Así que vuelvo a  la cartelera para ver si observo algún otro detalle relacionado.
Me topo más allá con la advertencia de los profesionales del lugar impresa en fotocopias pegadas con cinta. Declaran su firmeza en mantener la continuidad institucional de políticas de inclusión.
¿Habrán recibido presiones de cambio por parte del Gobierno de la Ciudad?
El afiche no lo aclara. Junto con la remodelación edilicia, ¿habrán recibido presiones para extender la remodelación al ámbito de las políticas institucionales? Siguen mis especulaciones, pero como quiera que fuese, el aviso expresa la firme disposición de continuidad.
Ahora bien, ¿permitirá esta política de inclusión algo tan inusual como permitir a una practicante de antropología realizar entrevistas a miembros de un programa de rehabilitación? Tenía que esperar para saber la respuesta.
Salgo a tomar fotos del frente del Hospital y una de Peralta (Eso sí está permitido)
Luego de un rato, ingreso nuevamente al Hospital. Pregunto nuevamente “¿Habrá llegado la Licenciada?” Parece que sí. Avanzo por los pasillos, golpeo la puerta y una voz femenina dice “Adelante”.

La cita tan esperada
Una señora de mediana edad, también vestida de modo bastante informal está sentada escribiendo delante de una computadora.
“¿Vivina?” Si.  “Espere que termino y la atiendo”
En verdad qué le dije exactamente no recuerdo. Estaba bastante nerviosa y peor dormida, por la ansiedad absurda de no escuchar el despertador y llegar tarde a mi cita al otro lado de la enorme ciudad. Es curioso. Ya había hecho una incursión informal en el Zoo con los cuidadores adultos, había intercambiado suficientes mensajes con otro de los miembros del equipo quien en varios correos se ocupó de alentar mis expectativas respecto de las posibilidades de realizar mis entrevistas con miembros del grupo y posteriormente me derivó a esta licenciada con quien también me había comunicado varias veces por correo. Pero una vez traspasado el umbral, tras darme cuenta que en realidad esta entrevista era la primera  de tipo personal y formal de mi práctica antropológica, todo lo que tenía pensado decir simplemente se esfumó.
“Hable con el Dr. (Mengano)” me contestó “Es la persona adecuada para conseguir el permiso de ingreso…. El ingreso es problemático.” Lo dijo como al pasar. Después de todo si yo me encontraba allí era porque entendía que tal ingreso no es cosa sencilla.
“¿Puede ingresar al Zoo de modo particular?”
-Si.
-“¿Puede ir el martes a la mañana?”
-Si, claro que puedo. 
Un par de días después recibí otro correo: “Hola Vivina… El Dr la espera en el Zoológico a las 9,30. Por cualquier cosa le paso su número de celular. Mucha suerte. Y no se olvide de ingresar por la puerta principal y pagar el ticket”

Tenía confirmado el gran día.


A estas alturas, venía reformulando y acotando el campo de la descripción etnográfica requerida.
Lo había redirigido hacia la descripción de la Comunidad terapéutica y aquellos aspectos del programa que ellos consideran pueden contribuir a la transformación psíquica de los jóvenes que permiten su posterior reinserción social.
Estos eran los puntos que trataría de explicitar en la entrevista arreglada con el director del programa pocos días después.
Sin embargo, la experiencia misma se encargaría de mostrarme que había actuado con una enorme dosis de ingenuidad.

Una entrevista crucial
Llegué a horario. Como el día que me citaron era también el día de la primavera, había una gran cantidad de familias, con los chicos en la puerta del Zoológico esperando entrar.
También se festeja el día del Estudiante. Hay movimientos de vendedores ambulantes con alimentos, bebidas y golosinas. Incluso se desarrollan preparativos para el recital de varias bandas de música en los jardines de Palermo.
Estos festejos coinciden con un clima de malestar. Varias escuelas públicas están tomadas por estudiantes desde hace más de veinte días, y hasta los estudiantes de Filosofía y Letras se plegaron a los reclamos de protesta.
La primera sorpresa. El Zoológico abre a las diez. Mi cita es a las 9,30.
Veo contingentes que ingresan por Sarmiento. Me acerco, averiguo. No. No puedo pasar aunque le explico verbalmente los motivos de mi visita. Solo acceden los que están anotados de antemano y yo, por supuesto, ni figuro.
Llego a la entrada principal a esperar una eterna media hora.
Una vez adentro, me apresuro hacia el lugar previamente acordado. En una vía lateral y separado por jardines, logro identificar dentro de un grupo a quien se había comunicado por correo y reconocí por la foto de perfil.
Me apresuro, me presento y conduce al Director con quien tenía la cita.
“Tuve que esperar a entrar con el publico” me disculpo, aunque personalmente todavía lo entiendo como un malentendido. “¿Fulana no le dio un pase?” No, y tampoco estaba anotada en la entrada de Sarmiento. Sin embargo ofreció otorgarme un momento para lo cual me invita al sitio de la cita original,  que centraliza las actividades del programa.

Me voy dando cuenta que sabe par qué estoy allí. Este supuesto mío se debe a que el doctor mientras caminaba rápidamente me ofrece un libro donde figuran todas las opiniones de cada uno de los miembros del programa. “Hace poco vino a vernos un investigador extranjero. Hizo una tesis con los datos del libro. Ahí tenés todo”
No sé si alcanza a escucharme que las prácticas de campo requieren entrevistas de tipo personal.

Llegamos a una cabaña que recuerda las construidas en las aldeas montañosas de la zona franco-suiza. Combina el empleo de piedras al natural para la base y madera para el resto. Está pintada de color verde claro, y decorada con guardas y diferentes motivos infantiles. Dos plantas, techo a dos aguas con una pequeña torre que hace las veces de mirador. Tres puertas de madera al frente, dos de ellas de doble hoja permiten el acceso a la espaciosa planta baja, que en Europa en usualmente empleada para proteger los animales al cuidado familiar.
La tercera puerta está flanqueada por un desteñido cartel lavado por la lluvia y los años que identifica el Programa.  Al lado una escalera también de madera que conduce a la planta alta. Un pequeño vestíbulo enfrenta a dos puertas. Una de ellas pertenece a las oficinas.
“Aquí tengo el libro que quiero mostrarte.” La puerta está cerrada con llave.”Ah, cierto, la llave la tiene Fulano, en un rato viene”.
“¿Podemos aprovechar a conversar mientras tanto?” le pregunto al bajar. Me acuerdo que una de mis preguntas iniciales era respecto del origen del programa mientras me siento bajo un árbol, cerca de las Jirafas , así que se la formulo.
Empieza a contarme. Primero se recibió de médico, luego de psiquiatra y con posterioridad, de psiquiatra infantil. Tuvo como compañeros a… y empieza a mencionar una catarata de nombres “disculpe doctor, no los conozco”. También trabajó con la antropóloga X en la escuela Z.  Tampoco la oí nombrar.
“Luego estuve trabajando varios años con un grupo que hacía Terapia Ocupacional para adultos, en Lanús”  Comentó que fue una experiencia sumamente enriquecedora para él.
“¿Y cómo fue que se le ocurrió la idea del Programa?” pregunté, y entonces pasó a detallarme:
“Fue en la época en que el Doctor Romero (si, el mismo que sale en la tele) era Director del Zoológico, y yo trabajaba en terapia infantil. Luego de hacer una visita con un grupo de chicos, Romero se me acercó y preguntó: “¿Qué puede hacer el zoológico por ustedes? ¿Qué podemos hacer juntos?”
El director del programa siguió: “Así que empecé a recorrer el zoológico para ver si se me ocurría algo.”
Y vaya si se le ocurrió.
Recuerdo que refirió que la idea le vino al leer el cartel del Cuidador de Elefantes: “Roberto, cuidador de elefantes e hijo de cuidador tiene muchas cosas para contar”
Toda su experiencia acumulada como pediatra, psiquiatra y terapista ocupacional confluyó en una sola idea absolutamente novedosa:
“¿Qué pasaría si los chicos viene a ver a los cuidadores?”
Despues de averiguar cuántos cuidadores estaban dispuestos a permitir que chicos con  patologás psiquiátricas los ayuden con la alimentación de los animales, hubo varios que aceptaron.
¿Qué opinaron los cuidadores de la experiencia? A muchos cuidadores les llamó la atención que los jóvenes estuviesen diagnosticados con patologías psiquiátricas. Notaron poca o ninguna diferencia con otros jóvenes que conocían.
Desde su experiencia de varios años con el programa, su director puede afirmar que lo que contribuye a la remisión de las patologías no es solo el trato con los animales, sino el vínculo que se establece entre el paciente y el cuidador. “Aquí los chicos no están caratulados como pacientes, sino como individuos”
También relata que recibió muchas críticas. “Decíán que no era digno poner alos chicos a limpiar la (suciedad) de los animales” Sin embargo el siguó insistiendo en que el foco estaba puesto en la oportunidad de trabajar  y en el vínculo con el cuidador. Las críticas persistieron hasta que encontraron una manera de medir de modo objetivo los progresos que iban realizando los chicos, como es la disminución evidente de  las dosis  de psicofármacos. Pese a que no fue fácil la implementación local, el programa logró cierto reconocimiento en el exterior.
Le hago un comentario respecto de algo que leí en la página Web. “La página es de (Fulano) Incluye artículos que no están relacionados con el programa del Zoológico”me respondió de modo tajante. Al parecer, no debí considerar lo que decía la pagina web como representativa del grupo.
“Cada uno de nosotros tiene sus ideas particulares acerca del funcionamiento del Programa”concluyó.
¿Se  deberá a  solo una impresión mía percibir las dificultades al interior del grupo que trata de armonizar un tipo de abordaje partiendo de paradigmas diferentes?
El director se adelanta a mis pensamientos y agrega:
“Somos un grupo interdisciplinario. Cada uno tiene sus ideas personales”.
Y sus tiempos. En ese momento regresó quien estaba a cargo de la llave.
“Lo espero acá, doctor”
Volvió con el libro en la mano.
“¿Ves? Aquí al final está la bibliografía citada. Acá está todo. Leelo y después charlamos.” Luego de abonarle el importe correspondiente, dio  por concluída la charla.
Me despedí, disintiendo en mi interior.
Mucha de la información valiosa que me proporcionó, definitivamente no se hallaba en el libro.

Análisis de las causas del rechazo
La entera experiencia de casi dos meses de dilaciones para concretar  entrevistas de campo con los miembros del programa terapéutico según fuera relatada en este registro,  tuve que darla por concluída.
Sin embargo y a pesar de todo resultó posible efectuar un análisis antropológico de la experiencia, que permitiera no solo una evaluación de los escasos datos obtenidos en una sola entrevista, sino que consiguiera integrarlos al momento de reformular mi abordaje sobre una Comunidad Terapéutica
Por lo tanto a continuación  y utilizando los conceptos proporcionados por las diferentes cátedras previamente cursadas, trataré de explicitar cuál fue desde el principio mi actitud respecto del ingreso al campo mismo a partir de la noción de implicación de Althabe, concepto clave que marca la diferencia con las prácticas de investigación periodística signadas por la falta de ética y  con las que lamentablemente resulta confundida.

El problema del Status Liminar del antropólogo practicante
Algunos desde otras disciplinas han resuelto el problema del acceso a un campo social  vedado de diferentes maneras.[1] Por ejemplo, hay quienes suponen que resulta legítimo  obtener información “objetiva” de la situación ocultando no solo su identidad sino sus intenciones reales, lo que en este caso y respecto de una Comunidad Terapéutica hubiera sido tratar de  ingresar al ambito restringido haciendome pasar por alguien que tiene un pariente con alguna patología. Este método de observación, si bien fue utilizado por sociólogos de la Escuela de Chicago quienes directamente  se hicieron pasar por pacientes, es criticado por su absoluta falta de ética desde la reflexión antropológica.
Personalmente y desde el mucho tiempo antes de iniciar mis propias investigaciones,  decidí llegado el momento seguir la recomendación de Althabe de producir la distancia desde la práctica misma. Es decir, soslayando cualquier ilusión de ingresar desde tanto  una identidad falseada  como del ocultamiento de las reales intenciones acompañadas de micrófonos y cámaras no explicitadas  al grupo en cuestión, abordar el campo desde la producción de la propia alteridad. Sabía que lo mejor sería compartir mi carácter de estudiante que requiere de realizar ejercicios de campo,
Tenía bastante claro que durante mis prácticas debía articular dos principios: el de la observación participante (limitada a la interacción respetuosa del lugar de los terapeutas) y el de consentimiento informado:  procurar presentarme como practicante de antropología, registrar la subjetividad pautada y otorgarles la oportunidad de leer mis informes antes de presentarlos.
Sin embargo luego de haber pasado por la experiencia tengo que reconocer que tal observación como la había leído  resultaba difícil de aplicar en algunas situaciones, por lo que abordar de la noción de implicación descripta por Althabe me resultó más adecuada para describir lo que realmente me pasó: la necesidad de observación participante implicada en la situación de campo.
Quizás gran parte  de las dilaciones y obstáculos que experimenté en mis intentos por formalizar las entrevistas a los miembros de la Comunidad Terapéutica para conocer su propia subjetividad, fuera posible adjudicarlas  a la desconfianza provocada  por la falta de ética de muchos sociólogos y periodistas quienes se valen de  cualquier engaño y atropello con tal de obtener alguna imagen o frase “objetiva” que soslayando su carácter construído termine causando sensación en  la opinión pública.
En cambio, el concepto de implicación resulta sumamente operativo para los antropólogos en el campo.

 La implicación del Antropólogo
En vista de las dificultades que se presentan en el campo de los estudios sociales para extender el concepto de observación objetiva, Althabe propone  a los antropólogos abordar el campo reconociendo desde el principio su propia subjetividad.
Según Althabe, y soslayando cualquier ilusión de distanciamiento, sostiene que “El antropólogo es proyectado, lo quiera o no, sobre la escena local en la cual está obligado a participar “La implicación es una condición de acceso al campo y por lo tanto es el marco de producción de saberes antropológicos… (Por otra parte) … los intereses de conocimiento explicitados por el antropólogo al comienzo de la investigación abren o cierran las puertas de acceso al campo”(Althabe y Hernandez 2005: 80, 91, 82 y 86)
Se trata de una propuesta diferente al modelo clásico de observación- participante  que confiere carácter científico a la producción antropólógica mediante extrapolar la observación sobre sujetos humanos  desde el marco de  experiencias aisladas de laboratorio.
En esta revisión del modelo clásico y para poder informar de manera adecuada, Althabe porpone en cambio, incorporar la noción de implicación fuertemente vinculada con la de comprensión tanto de los intereses de conocimiento del antropólogo como de la dinámica del grupo que se pretende investigar.
Esta implicación describe adecuadamente la situación insoslayable del antropólogo, y confirma la imposibilidad de pasar desapercibido por el grupo que se pretende observar participando de la situación cotidiana como si fuera invisible. Tal situación es caracterizada por el hecho de que frente a ella, no podemos alcanzar un saber objetivo. Uno siempre se encuentra implicado subjetivamente en lo que pasa y su presencia ajena al grupo afecta las actividades cotidianas, lo quiera o no.
 “Para el investigador (implicado en una situación donde no se acepta su presencia) la cuestión es relativamente simple: o bien comprende lo que sucede e intenta utilizar los escasos márgenes de maniobra que le quedan, o bien no comprende y a partir de allí comienza una aventura solitaria que no puede más que desembocar en la producción de una descripción ficcional” (Althabe y Hernandez 2005: 74)
Creo haber interpretado lo que sucedió tanto con respecto al rechazo de lo que era visto como una intromisión que estorbaba las actividades del grupo, como las intenciones reales bajo la propuesta “Léelo y después hablamos” que cerraba definitivamente toda posibilidad de entrevistar a miembros del grupo  en horarios y sitios convenientes a cada uno y pretendiendo sustituirla  con un mero resumen escrito de los fundamentos del programa en una actividad no aprobada por la cátedra de Metodología de campo.
 Me di cuenta que la opción más digna que tenía a mi alcance  consistía en saludarlo atentamente y empezar a pensar en otros ámbitos donde abordar  vínculos sanadores con animales.  

Al cerrarse las puertas del Zoológico[2] para relevar datos, empecé a buscar por Internet referentes empíricos alternativos en los que la práctica de terapias con animales propicie la integración social.
Momentáneamente estoy pensando en las posibilidades que brinda la Equinoterapia, pero todavía desconozco sitios cercanos donde puedo acercarme, teniendo en cuenta mi experiencia anterior que me recuerda la dificultad de entrevistar grupos terapéuticos.
Finalmente las reflexiones de Althabe me proporcionaron un indicio para elegir un sitio adecuado para continuar con mis ejercicios de antropología
Althabe y Hernandez (2005) no solo nos advierten francamente que la presencia del antropólogo perturba considerablemente las actividades cotidianas de todo grupo profesional y es la razón para impedir su acceso al campo, sino que también nos dice que el antropólogo solo es aceptado cuando su presencia resulta beneficiosa al grupo en cuestión.
Pude advertir que si uno de los problemas frecuentes del antropólogo practicante consistía frecuentemente en resolver las condiciones éticas de acceso al campo, tal problema pudiera superarse mediante procurar el ingreso a lugares públicos que cobren entrada a los mismos.
Así que comencé a buscar algún lugar público que, pago entrada mediante, me permitiera seguir relevando datos dentro de mi campo general de interés respecto de una interacción con animales que resulte beneficiosa para los humanos.
La reformulación de las preguntas de investigación y las notas de campo quedarán para el próximo registro.









[1] Dificultades de las que pude percatarme en el Tobar García apenas recibí una serie de Noes “para proteger a los pacientes”
[2] No es casual que haya tardado dos días en sentarme a escribir los registros correspondientes hasta recuperarme de la confabulación grupal a la que había sido sometida y que se hubiera evitado reconociendo francamente desde el principio que mi presencia no era aceptada en lugar de alimentar comunicaciones  y citas dilatorias por correo. No me resultó nada sencillo “barajar y dar de nuevo” Además me encontraba en la mitad de la cursada y con graves peligros para terminar los registros correspondientes.. 





[1] Todos los nombres permanecerán en el anonimato

[2] Dificultades de las que pude percatarme en el Tobar García apenas recibí una serie de Noes “para proteger a los pacientes”
[3] No es casual que haya tardado dos días en sentarme a escribir los registros correspondientes hasta recuperarme de la confabulación grupal a la que había sido sometida y que se hubiera evitado reconociendo francamente desde el principio que mi presencia no era aceptada en lugar de alimentar comunicaciones  y citas dilatorias por correo. No me resultó nada sencillo “barajar y dar de nuevo” Además me encontraba en la mitad de la cursada y con graves peligros para terminar los registros correspondientes..

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