Hola amigos.
En esta entrada se ofrece la segunda entrega de la serie sobre fraude
científico, donde el autor reflexiona sobre los factores que inciden para que
los científicos profesionales se sientan impulsados a saltar el umbral de la
deshonestidad.
Unas palabras
sobre los enlaces insertados para enriquecer el texto original. Se trata de un
par de vídeos a cargo del psicólogo conductista citado en el artículo original, Dan Ariely especializado en RRHH, y por lo visto, también en percepción social de la realidad .
Uno de los vídeos amplía la reflexión sobre el tema de hoy: cuando trabajamos, no siempre lo hacemos únicamente por el salario como recompensa.
El otro enlace nos introduce en un tema que también
fuera analizado por el antropólogo Gregory Bateson (1):
Cuando decidimos lo
hacemos en base a lo que percibimos, y convencidos que se trata de una decisión
autónoma.
El problema es cuando gente fraudulenta
(científica o no) se siente con derechos para falsear datos sobre la realidad que nos rodea.
Fraude
científico (II).
La difusa
frontera de la deshonestidad
por Joaquín Sevilla
Hay bromas clásicas, como la que circulaba
en fotocopias por los laboratorios antes de Internet, y consistía en un
glosario de frases típicas de artículos científicos junto con su supuesto
significado verdadero. Cosas del tipo “la muestra fue tratada con extremo
cuidado” significaría “solo se nos cayó al suelo tres o cuatro veces” o “un
resultado típico” que significaría “la única vez que salió así de bien”. (2) La
broma resulta graciosa entre las personas que escriben artículos científicos
porque de una u otra forma se encuentran reflejados en ellas.
Todos exageramos
un poco nuestros resultados a la hora de comunicarlos, o quizá no tan poco. ¿Es
esto fraude? La gran mayoría de la gente no considera fraude este tipo de
prácticas de ¿cómo decirlo? escritura creativa.
¿Y olvidar un punto en una
gráfica porque difería mucho de otros cien? ¿Es eso fraude? Solo un dato entre
cien, claramente disonante. Parece que la ley de los grandes números estaría de
nuestro lado. Aunque no sepamos qué se hizo mal, podemos suponer que en ese
caso hubo un fallo en el experimento y podemos descartarlo sin problemas.
¿Y
dos?
¿Y si fueran el 75% de los datos?
Figura 1. Las malas prácticas
científicas constituyen un continuo sin fronteras definidas. Presenta un umbral de lo aceptable tanto a nivel individual como social. Sin embargo, este umbral no es
fijo.
Entre las prácticas que sin ser
perfectas son claramente aceptables y la deshonestidad manifiesta existe un
continuo en el que no resulta sencillo establecer la frontera. Esta cuestión la ha
estudiado con profundidad el investigador de la Universidad norteamericana de
Duke, Dan Ariely. En sus estudios basados en el comportamiento (behavioral
economics) ha realizado una serie de experimentos sobre la deshonestidad, que aunque no surjan en el ámbito específico de la ciencia son aplicables al mismo (3).
Según estos trabajos, los mentirosos
compulsivos, personas abiertamente deshonestas, existen pero en una proporción
bajísima. La mayoría pensamos de nosotros mismos que somos personas honestas, y
nuestro comportamiento no debe entrar en contradicción con esa autoimagen de
rectitud. Por otro lado, hay muchas situaciones en las que, sin apenas riesgo,
tenemos al alcance de la mano algo que nos produce un beneficio significativo a
cambio de una pequeña falta.
Por un lado tenemos la autoimagen de
rectitud, y por otro la tentación del beneficio fácil y entre ambos polos se
establece una tensión que se resuelve con el establecimiento de un umbral de lo
aceptable, un cierto nivel de deshonestidad que podemos racionalizar que
resulta tolerable. Es aceptable tomar un lápiz del armario de material de la
oficina y llevárselo a casa, o una carpeta o unos folios. En cambio si se deja
un cesta con monedas, aunque tengan el mismo valor que los lápices, nadie se
lleva una moneda, no es aceptable, lo percibimos como un robo. Ariely describe
un montón de experimentos, realizados en algunos casos con grupos de miles de
personas, en los que se comprueba la existencia de ese umbral de la deshonestidad tolerable y, lo que es más interesante,
cómo ese umbral se modifica un poco al alza o a la baja en función de algunas
variables de entorno con las que juegan en los experimentos. Los comportamientos que más fácilmente van a entrar dentro
del margen de lo aceptable son los que se pueden justificar de una forma más
sencilla: el daño producido es muy pequeño, todo el mundo lo hace, etc.
Estos resultados de Ariely son
directamente transportables al caso de la honestidad del científico. La pequeña
falta de llevarse un lápiz del trabajo, que apenas es nada y todo el mundo lo
hace tiene su equivalente en el ocultamiento de resultados en las
publicaciones: aceptamos que no hace daño
a nadie y que todo el mundo lo hace, luego no plantea problemas a nuestra
autoimagen de científicos rectos.
Tenemos pues un primer criterio para
acercarnos al análisis del fraude científico: las malas prácticas se disponen en un continuo sobre el que existe un
umbral de lo aceptable socialmente admitido. El umbral no es
fijo, puede variar con el tiempo, con el grupo social (por ejemplo entre
diferentes disciplinas científicas) y por supuesto con el individuo concreto.
Consideraremos por tanto prácticas fraudulentas las que estén más allá del
umbral de lo aceptable.
Figura 2. Representación esquemática
de los dos polos del fraude científico propuesto por di Trocchio. Entre el científico que empuja el umbral de
lo aceptable movido por su deseo de corroborar una hipótesis y el que salta el
umbral en un atajo hacia méritos profesionales esquivos.
En el fraude científico se pueden
establecer dos categorías fundamentalmente diferentes, que se corresponderían
con las dos caras del científico que dan lugar a dos formas
distintas de rebasar el umbral de lo aceptable. Federico di Trocchio, tras un
extenso análisis de casos (4) estableció estas dos categorías de fraude.
La actividad del científico tiene dos
aspectos fundamentales: por un lado la
ciencia es una actitud vital, el deseo de conocer, de plantear preguntas y
encontrar respuestas; por otro lado la
ciencia es una profesión, una profesión muy exigente en ocasiones, que
requiere de la obtención de resultados con regularidad. Esta exigencia se
resume a menudo en la conocida frase “publicar o morir”.
La ciencia como actitud vital puede
dar lugar a un tipo de fraude en el que el umbral de lo tolerable se va
desplazando poco a poco de una burrada hacia lo deshonesto. El científico, obcecado por la
validez de su hipótesis, descuida el rigor de sus prácticas y se va deslizando
hacia el fraude progresivamente. En su mente el fin justifica los medios y
nunca pierde su autoimagen de honestidad.
Por otro lado, el científico como
profesional, en casos en que la amenaza de “publicar o morir” se percibe
peligrosa, puede sentirse impelido a saltarse el umbral de lo aceptable y caer
en malas prácticas abiertamente. A diferencia del caso anterior, en este la
ruptura del umbral es brusca y consciente.
Referencias.
(1)Bateson, Gregory (1982) Espíritu y Naturaleza. Editorial
Amorrortu, Buenos Aires
(2)
Parece ser que la primera versión procede de C.D. Graham, From Metal Progress
71, 75 (1957). Se pueden acceder a otros sitios con frases similares: http://www.science20.com/genomicron/guide_translating_scientific_papers_plain_english-28033
(3) “The Honest Truth About Dishonesty: How We Lie
to Everyone–Especially Ourselves” Dan Ariely, Harper Collins Publishers, 2012.
(4) Di Trocchio, Federico (1993) Las Mentiras de la Ciencia. Ed. Alianza
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