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martes, 15 de marzo de 2016

Mala praxis científica II. La difusa frontera de la deshonestidad



Hola amigos. En esta entrada se ofrece la segunda entrega de la serie sobre fraude científico, donde el autor reflexiona sobre los factores que inciden para que los científicos profesionales se sientan impulsados a saltar el umbral de la deshonestidad.
Unas palabras sobre los enlaces insertados para enriquecer el texto original. Se trata de un par de vídeos a cargo del psicólogo conductista citado en el artículo original, Dan Ariely especializado en RRHH, y por lo visto, también en percepción social de la realidad . 
Uno de los vídeos amplía la reflexión sobre el tema de hoy:  cuando trabajamos, no siempre  lo hacemos únicamente por el salario como recompensa.
El otro enlace nos introduce en un tema que también fuera analizado por el antropólogo Gregory Bateson (1):
Cuando decidimos lo hacemos en base a lo que percibimos, y convencidos que se trata de una decisión autónoma.
El problema es cuando gente fraudulenta (científica o no) se siente con derechos para falsear  datos sobre la realidad que nos rodea.

Fraude científico (II).
La difusa frontera de la deshonestidad
por Joaquín Sevilla
Hay bromas clásicas, como la que circulaba en fotocopias por los laboratorios antes de Internet, y consistía en un glosario de frases típicas de artículos científicos junto con su supuesto significado verdadero. Cosas del tipo “la muestra fue tratada con extremo cuidado” significaría “solo se nos cayó al suelo tres o cuatro veces” o “un resultado típico” que significaría “la única vez que salió así de bien”. (2) La broma resulta graciosa entre las personas que escriben artículos científicos porque de una u otra forma se encuentran reflejados en ellas. 
Todos exageramos un poco nuestros resultados a la hora de comunicarlos, o quizá no tan poco. ¿Es esto fraude? La gran mayoría de la gente no considera fraude este tipo de prácticas de ¿cómo decirlo? escritura creativa. 
¿Y olvidar un punto en una gráfica porque difería mucho de otros cien? ¿Es eso fraude? Solo un dato entre cien, claramente disonante. Parece que la ley de los grandes números estaría de nuestro lado. Aunque no sepamos qué se hizo mal, podemos suponer que en ese caso hubo un fallo en el experimento y podemos descartarlo sin problemas. 
¿Y dos? 
¿Y si fueran el 75% de los datos?



Figura 1. Las malas prácticas científicas constituyen un continuo sin fronteras definidas. Presenta un umbral de lo aceptable tanto a nivel individual como social. Sin embargo, este umbral no es fijo.

Entre las prácticas que sin ser perfectas son claramente aceptables y la deshonestidad manifiesta existe un continuo en el que no resulta sencillo establecer la frontera. Esta cuestión la ha estudiado con profundidad el investigador de la Universidad norteamericana de Duke, Dan Ariely. En sus estudios basados en el comportamiento (behavioral economics) ha realizado una serie de experimentos sobre la deshonestidad, que aunque no surjan en el ámbito específico de la ciencia son aplicables al mismo (3).
Según estos trabajos, los mentirosos compulsivos, personas abiertamente deshonestas, existen pero en una proporción bajísima. La mayoría pensamos de nosotros mismos que somos personas honestas, y nuestro comportamiento no debe entrar en contradicción con esa autoimagen de rectitud. Por otro lado, hay muchas situaciones en las que, sin apenas riesgo, tenemos al alcance de la mano algo que nos produce un beneficio significativo a cambio de una pequeña falta.
Por un lado tenemos la autoimagen de rectitud, y por otro la tentación del beneficio fácil y entre ambos polos se establece una tensión que se resuelve con el establecimiento de un umbral de lo aceptable, un cierto nivel de deshonestidad que podemos racionalizar que resulta tolerable. Es aceptable tomar un lápiz del armario de material de la oficina y llevárselo a casa, o una carpeta o unos folios. En cambio si se deja un cesta con monedas, aunque tengan el mismo valor que los lápices, nadie se lleva una moneda, no es aceptable, lo percibimos como un robo. Ariely describe un montón de experimentos, realizados en algunos casos con grupos de miles de personas, en los que se comprueba la existencia de ese umbral de la deshonestidad tolerable y, lo que es más interesante, cómo ese umbral se modifica un poco al alza o a la baja en función de algunas variables de entorno con las que juegan en los experimentos. Los comportamientos que más fácilmente van a entrar dentro del margen de lo aceptable son los que se pueden justificar de una forma más sencilla: el daño producido es muy pequeño, todo el mundo lo hace, etc.
Estos resultados de Ariely son directamente transportables al caso de la honestidad del científico. La pequeña falta de llevarse un lápiz del trabajo, que apenas es nada y todo el mundo lo hace tiene su equivalente en el ocultamiento de  resultados en las publicaciones: aceptamos que no hace daño a nadie y que todo el mundo lo hace, luego no plantea problemas a nuestra autoimagen de científicos rectos.
Tenemos pues un primer criterio para acercarnos al análisis del fraude científico: las malas prácticas se disponen en un continuo sobre el que existe un umbral de lo aceptable socialmente  admitido. El umbral no es fijo, puede variar con el tiempo, con el grupo social (por ejemplo entre diferentes disciplinas científicas) y por supuesto con el individuo concreto. Consideraremos por tanto prácticas fraudulentas las que estén más allá del umbral de lo aceptable.



Figura 2. Representación esquemática de los dos polos del fraude científico propuesto por di Trocchio.  Entre el científico que empuja el umbral de lo aceptable movido por su deseo de corroborar una hipótesis y el que salta el umbral en un atajo hacia méritos profesionales esquivos.

 En el fraude científico se pueden establecer dos categorías fundamentalmente diferentes, que se corresponderían con las dos caras del científico que dan lugar a dos formas distintas de rebasar el umbral de lo aceptable. Federico di Trocchio, tras un extenso análisis de casos (4) estableció estas dos categorías de fraude.
La actividad del científico tiene dos aspectos fundamentales: por un lado la ciencia es una actitud vital, el deseo de conocer, de plantear preguntas y encontrar respuestas; por otro lado la ciencia es una profesión, una profesión muy exigente en ocasiones, que requiere de la obtención de resultados con regularidad. Esta exigencia se resume a menudo en la conocida frase “publicar o morir”.
La ciencia como actitud vital puede dar lugar a un tipo de fraude en el que el umbral de lo tolerable se va desplazando poco a poco de una burrada hacia lo deshonesto. El científico, obcecado por la validez de su hipótesis, descuida el rigor de sus prácticas y se va deslizando hacia el fraude progresivamente. En su mente el fin justifica los medios y nunca pierde su autoimagen de honestidad.
Por otro lado, el científico como profesional, en casos en que la amenaza de “publicar o morir” se percibe peligrosa, puede sentirse impelido a saltarse el umbral de lo aceptable y caer en malas prácticas abiertamente. A diferencia del caso anterior, en este la ruptura del umbral es brusca y consciente.



Referencias.
(1)Bateson, Gregory (1982) Espíritu y Naturaleza. Editorial Amorrortu, Buenos Aires
 (2) Parece ser que la primera versión procede de C.D. Graham, From Metal Progress 71, 75 (1957). Se pueden acceder a otros sitios con frases similares: http://www.science20.com/genomicron/guide_translating_scientific_papers_plain_english-28033
(3) “The Honest Truth About Dishonesty: How We Lie to Everyone–Especially Ourselves” Dan Ariely, Harper Collins Publishers, 2012.
 (4) Di Trocchio, Federico (1993) Las Mentiras de la Ciencia. Ed. Alianza


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