"El tiempo es una de las cosas
esenciales de las que tratan las historias.
Contar una historia preserva al narrador del olvido; cada historia
construye la identidad del narrador y el legado que dejará al futuro.
Contar una historia es levantarse en armas contra la amenaza del tiempo" (Alessandro Portelli, Funciones del Tiempo en Historia Oral)
Hola amigos.
A 40 años del último golpe militar en la Argentina, me pareció adecuado
compartir con ustedes una entrevista publicada por el equipo de Exactas. La
narración está realizada con métodos que recuerdan los utilizados por la
Historia Oral, de hecho los audios de la entrevista de Pedraza están disponibles en la Página de
Nex Ciencia.
La
entrevista permite entonces la reconstrucción de una época desde las emociones
vividas por quien era un joven ingresante universitario, cuyas imágenes son compartidas por quienes recordamos que el Golpe Militar sencillamente agudizó y profundizó la persecución ideológica iniciada en democracia por la Triple AAA.
Si me permiten , creo que este es un ámbito y el momento adecuado para compartir mis propias recuerdos sobre esos días oscuros previos al derrocamiento del gobierno democrático de Isabel Perón. Eran días en los que se comenzaba a comentar por lo bajo del
secuestro violento en horas de la noche de jóvenes de quienes que no volvía a
saberse más, como ocurrió con el hermano de una compañera del colegio de monjas
que vivía a la vuelta de mi casa. Recuerdo que todos sabíamos que “se lo habían
llevado” pero ella simplemente no hablaba del asunto, manteniendo con vergüenza
un silencio que lamentablemente se
extendería a muchas familias argentinas en los años por venir.
Para ese
tiempo mis dos hermanos mellizos, cursaban la escuela pública y militaban en
la JP. Recuerdo la ilusión con que fueron a Ezeiza a recibir a Perón y su pánico cuando se vieron envueltos en una confusa e incomprensible
balacera de la que se salvaron de milagro. En esos días, como vivíamos a un par de cuadras del Colegio de mis hermanos, trajeron como parte de su militancia sin pedirle permiso a mi mami varias cajas de volantes que escondieron en su dormitorio, pero
mi mamá, asustada por el clima que se venía viviendo, descubrió
las cajas bajo la cama y sin preguntar nada sencillamente las llevó al fondo y les prendió fuego.
En ese clima
de temor y represión que vivíamos en democracia (nunca está de más enfatizarlo cuando observamos rémoras de violenta e inconcebible represión policial ocurridas semanas atrás) me vienen a la memoria otro de las imágenes que resisten el paso del tiempo.
Recuerdo la reacción visceral de mi
mamá apenas se enteró por un vecino que una manifestación
en frente del colegio estaba siendo fuertemente intervenida por la policía armada y sin pensarlo salió a
buscar a mis hermanos. Sencillamente no pensó en las consecuencias personales,
simplemente respondió al impulso de querer protegerlos o en caso que quisieran
detenerlos estar cerca para hacerse responsable de ellos como menores de edad.
Parte del discurso que circulaba por lo bajo en esos días sostenía que los
subversivos respondían a padres que no los educaban ni cuidaban adecuadamente. Al rato mi madre volvió con los ojos enrojecidos
por el gas pimienta, y bastante angustiada porque no había podido encontrarlos
en la manifestación.
Por fortuna, pocos minutos después mis dos hermanos
regresaron como si nada: habían conseguido refugiarse en "La Biblioteca", conocido bar de estudiantes, apenas se enteraron
que venían a reprimirlos.
Mi pobre vieja,
con los ojos enrojecidos durante varias horas, tuvo que padecer además las bromas de mis hermanos por
tratarlos como niños.
Los melli, con apenas catorce años, se
sentían Hombres para defender la Democracia.
Tanques de Guerra en la Universidad
Entrevista al profesor Pedraza
Juan Carlos Pedraza
es matemático. Luego de aprobar el examen ingresó a la Facultad en 1976. Por
esas infaustas casualidades debía presentar la documentación justo el 24 de
marzo. Cursó su carrera, se recibió y fue docente durante la dictadura. Al
cumplirse cuatro décadas del último golpe cívico militar de la Argentina,
Pedraza recuerda el día que vio tanques de guerra frente al Pabellón I de
Ciudad Universitaria, describe el terror que se vivía a diario y define las
políticas de memoria como una “clave de supervivencia”.
- ¿Cuándo
ingresaste a la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA?
- Empecé en el fatídico año de
1976. Un día como hoy, hace 40 años, daba el examen de ingreso después de haber
hecho un curso en febrero, todavía durante el gobierno de Isabel Perón. Y justo
el día que tenía que traer los papeles para completar la documentación era el
24 de marzo. Por razones obvias no pude cumplimentar el trámite ese día.
- Me
gustaría que me des más detalles acerca del examen de ingreso que había que dar
para ingresar a Exactas.
- En aquel entonces todavía
había cupo y un curso muy breve durante el mes de febrero. En ese momento, el
examen era sólo de matemática. En mi carrera iban a entrar 80 personas nada
más. Me acuerdo de ese número fatídico porque te generaba una enorme angustia.
Para que quede claro: no alcanzaba con aprobar, había que estar entre los 80
mejores. Yo venía de una escuela de Mataderos y muchos de los temas que se
veían en el examen de ingreso eran totalmente nuevos para mí. Fue angustiante,
sobre todo que uno estaba al lado de compañeros que venían de escuelas mejores
y a los que todo les parecía un paseo. Era muy discriminatorio. Lo cierto es
que era una etapa en la cual una familia vivía como un riesgo que un hijo
adolescente fuera a la universidad. Y después del Golpe muchísimo más, era una
angustia permanente.
- Previo a
tu ingreso en Exactas, ¿qué información manejabas acerca de la situación
represiva que se vivía?
- Yo tenía mucha información
porque tengo dos hermanos mayores que también pasaron por esta facultad. Mi
hermana mayor es bióloga y mi hermano tuvo un paso fugaz por Exactas. Dejó en
el 74 cuando estuvo cerrada por la intervención de Alberto Ottalagano. Yo
hablaba mucho con mis hermanos mayores en todo ese proceso previo al Golpe.
Toda esa etapa la viví muy de cerca.
- Entonces,
das bien el examen de ingreso a Exactas y tenías que presentar la documentación
justo el 24 de marzo. ¿Qué hiciste ese día?
- Tuve una pelea fuerte en mi
casa porque en mi inconsciencia quería venir de todas maneras pero mis viejos
no me dejaron salir. Vine unas semanas después y recuerdo claramente la imagen
de un par de tanques de guerra en la entrada del Pabellón I y mucha presencia
militar. El colectivo llegó hasta Güiraldes y pegó la vuelta, nos tuvimos que
volver. Tiempo después pude completar los trámites. El clima había cambiado
para peor porque recuerdo que durante los trámites del examen de ingreso, a
pesar de la intervención de Ottalagano, había militantes caminando por las
colas, las agrupaciones hacían sus propagandas. Eso ya no estaba. La
recomendación era no relacionarse con nadie o hacerlo con muchísimo cuidado.
Ese fue el clima que reinó a lo largo de toda mi carrera. Uno aprendió a vivir
en ese clima. A veces pienso que la Facultad se volvió un lugar más seguro que
el afuera simplemente porque uno aprendió mejor los códigos. El riesgo mayor
estaba en la calle. Llegar tarde a tu casa, ese era el verdadero terror. En la
facultad uno aprendía a moverse en ese clima. Mucho más adelante, en el año 80, cuando yo ya era docente ayudante se
demoró el pago de salarios y los docentes nos empezamos a organizar,
hicimos una nota y ya se empezó a hablar, en voz baja, de la idea de generar un
gremio para empezar a defender los derechos de los docentes. Proceso que,
más adelante, derivaría en la creación de la AGD. Ahí me di cuenta de que no
conocía a nadie más que a un entorno muy pequeño del Departamento de
Matemática. Y que empezar a caminar la facultad era conocer lugares que no
había visitado en cuatro años. Cruzar la puerta donde terminaba Matemática
y empezaba Meteorología ya era un mundo nuevo. Uno tal vez pasaba
caminando por un pasillo hacia el ascensor pero no se detenía ante nadie o ante
nada porque tenía incorporado ese comportamiento como un acto de prudencia en
esa época represiva.
- ¿Cómo
era venir a cursar en un día común?
- En el Pabellón I, igual que
en el II, estaba instalada la policía. Ocupaba lo que ahora es la Biblioteca
Noriega. Esa era la comisaria y en la puerta siempre había dos o tres policías
de guardia que revisaban sistemáticamente todo lo que uno entraba: mochilas,
libros, buscando no se qué. A veces demoraban a algún compañero y había que
estar atento para pedirle a algún profesor que intercediera porque en la mayoría
de los casos eran malos entendidos o ignorancia del policía de turno frente a
algún libro en otro idioma o de la editorial MIR que, como era soviética,
generaba sospechas en algún policía que le hacía pasar un mal rato a un
compañero.
- Escuchar
hoy que había una comisaría dentro del Pabellón I parece algo que es imposible
que haya ocurrido alguna vez en Exactas ¿Cómo se convivía con eso?
- Uno lo iba naturalizando. Y
por eso digo que uno aprendía los códigos internos. Acá no se hablaba de otros
temas más allá del fútbol o del último disco de rock. Otro tipo de conversación
se hacía afuera de la Facultad. Siguiendo esos códigos uno se sentía más
tranquilo a pesar de que, en determinadas clases, aparecía gente que uno no
sabía quiénes eran, ni qué hacían escuchando al profesor. El tipo no debía
entender nada tomando apuntes sobre espacios vectoriales. Parecía medio
gracioso pero, visto en perspectiva, era terrible. Uno sospechaba que eran
agentes. Los iban cambiando pero uno lograba distinguirlos porque éramos pocos
y nos conocíamos todos. Puede ser que haya habido infiltraciones más
sistemáticas que se nos hayan pasado pero en general los descubríamos. Eran muy
berretas.
- Da la sensación de
que uno de los objetivos de la dictadura era que alumnos y docentes sintieran
que existía un control permanente.
- Exacto. El mensaje familiar y
el que sobrevolaba todo el contexto social era “no te metas en nada” porque era
de altísimo riesgo. Yo, por las conexiones que tenían mis hermanos, sabía de
casos. Y eso te generaba mucho miedo. Por eso te decía que el afuera era mucho
peor que el adentro porque siempre me daba pánico, cuando llegaba tarde a mi
casa, no que me asaltaran, el miedo era que te parara la policía o el ejército
que era todavía peor. Y, en esas circunstancias, se sabía que podía ser la
última vez que te vieran.
- ¿Viviste
durante tus años de cursada algún tipo de acción represiva violenta en la
Facultad?
- Sólo situaciones más bien
anecdóticas. Recuerdo que, por los años 80, empezó a circular una revista por
los distintos departamentos que se llamaba Interacción hecha,
básicamente, por estudiantes de Física. Era una publicación netamente
científica si bien era también un intento de resistencia porque era una
producción clandestina, no estaba autorizada. En una ocasión, demoraron a un
par de chicos que llevaban esas revistas y tuvimos que pedir ayuda a Santaló y
a Balanzat (que era el director del Departamento). Ellos llamaron a la
comisaría y lograron la libertad de esos dos chicos. En ese momento tuvimos
mucho miedo de que se los llevaran de la Facultad porque ahí uno perdía el
control. Después, situaciones directas que haya visto, no; que haya sabido sí,
de compañeros que dejaban de venir. Se decía “le fue mal”, “dejó” y uno sabía
que no había dejado, que eran otras circunstancias. Uno podía hacer poco o
hacía poco, no sé.
- ¿Esa información cómo
circulaba entre estudiantes y docentes? ¿Cómo se enteraban?
- En mi caso llevaba como una
doble vida. Yo era muy prudente dentro de la Facultad y de esas cosas me iba enterando
por mi hermana o en conversaciones en una casa, donde uno se sentía más
protegido. Nunca era tema de conversación dentro de la Facultad. Siempre
parecía que la mesa de al lado podía escuchar.
- ¿Cuál era la
situación en términos académicos? Particularmente la matemática era vista como
subversiva por los militares que prohibieron algunos de sus contenidos.
- En la Facultad se vivía como
algo gracioso, incluso los profesores más conservadores se lo tomaron a la risa
y se opusieron a ese tipo de sospechas absurdas. El Departamento de Matemática
creo que tuvo ventajas respecto de otros departamentos porque la gestión de
Manuel Balanzat y la impronta de Santaló le dieron una mayor apertura, dentro
de lo que se podía esperar en aquella época. Por eso, en lo académico, creo que
la situación del Departamento fue privilegiada, a pesar de que hubo personajes
de miedo, como Trejo (César, Decano de Exactas durante una etapa de la
dictadura) y algunos otros. Pero todo eso creo que fue más grave entre
el 74 y el 76 que durante la dictadura misma.
- ¿Con el correr del
tiempo se fueron relajando los controles represivos?
- Sí, de hecho en el 81
empezamos a generar las primeras asambleas. Al principio poníamos los carteles
mirando hacia los costados, pero después nos reuníamos entre 30 y 40 personas
en alguna de las aulas. El 30 de marzo del 82, dos días antes de la guerra de
Malvinas, hubo una marcha muy importante de la CGT a Plaza de Mayo, yo fui solo
y me sorprendí de encontrar a un montón de gente de la Facultad que no me la
imaginada en esa marcha. Y ahí me di cuenta de todo el silencio que habíamos
vivido y que había quedado instalado. Era la época del “se va a acabar” y ahí
empezamos a tomar conciencia de que desde acá se podía hacer algo. Realmente se
produjo un relajamiento del control social. Después, durante la guerra de
Malvinas se vivió un período que fue difícil porque la guerra dividió aguas
incluso en el campo popular y ahí volvimos a sentir miedo de hablar. Pero,
luego de la guerra, empezó un proceso que se hizo imparable. Yo creo que fue el
principio del fin.
- ¿Está presente hoy en
los estudiantes esta memoria de lo ocurrido durante la dictadura?
- No se puede generalizar. No
es que los que estábamos hace 40 años pensábamos todos lo mismo, ni que ahora
el grado de conciencia de los estudiantes sea todo igual. Veo estudiantes muy
movilizados, muy conscientes de su papel en la sociedad como estudiantes y como
futuros científicos y veo otros que no. Pero bueno, yo creo que mantener viva
la memoria de lo que ocurrió en la dictadura es un trabajo constante de todos,
particularmente de los que vivimos esa época, de los que tenemos más
información. El otro día firmaba una designación de un docente y su fecha de
nacimiento era 1984. Hay una diferencia muy grande entre haber
vivido el terror y leerlo en los libros de historia. Por eso, es un
deber nuestro estar constantemente machacando la memoria. Y hoy, en este nuevo
contexto, donde parece que nos tenemos que preparar para confrontar con
intereses similares en nuevos escenarios y donde va a haber que generar nuevas
estrategias y ser muy inteligentes, yo creo que este rescate de la memoria más
que una necesidad es una obligación moral. Es una clave para supervivencia no
dejar que estas cosas se olviden.