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martes, 9 de febrero de 2016

Abordajes poco convencionales IV - ¿Cuentos para enseñar Ciencia?


Con esta presentación culmina la serie dedicada a enfoques poco convencionales, caracterizada por la búsqueda constante para ofrecer una mirada diferente sobre las cosas.

Desde la época de los presocráticos griegos y sus primeros abordajes racionales para dar cuenta de los fenómenos cotidianos de un modo alejado de las respuestas mitológicas, llegamos a nuestra era donde hemos naturalizado al conocimiento científico como aquel que además de estar probado experimentalmente, es considerado como la verdad absoluta, y por lo tanto,  sin cuentos.
El abordaje científico clásico reconoce como requisitos fundamentales la observación de fenómenos aislados a partir de datos cuantificables y la experimentación para demostrar las regularidades de los fenómenos. Tales datos merecen presentarse dentro de una estructura lingüística cerrada de carácter lógico-lineal, donde la escritura otorga legitimidad a la inscripción académica de tales conclusiones.
Por lo tanto, no debería extrañar que los abordajes signados por la lógica lineal hayan sido de uso extendido para la enseñanza de Ciencia.
Sin embargo y por fortuna, algunos individuos vienen cuestionando desde hace tiempo este modo de presentar la ciencia a los niños y jóvenes,  procurando hacerla más divertida, amena, con resultados empíricamente demostrables. Quizás muchos recuerden las clases de matemáticas que viene realizando Adrián Paenza en nuestro país como prueba del interés que pueden despertar materias tradicionalmente consideradas como aburridas.
Además, no puedo menos que recordar a una de las mejores profesoras que tuve durante mi adolescencia. Hace más de cuarenta años enseñaba Historia Argentina en una Escuela Media Normal (pública y gratuita) del partido de San Martín en el Gran Buenos Aires. De una manera bastante novedosa para mí, esta profesora acostumbraba contextualizar cada suceso mencionado en el libro obligatorio de texto con datos desconocidos para nosotros que obviamente enriquecían el relato y de los que debíamos tomar nota cuidadosamente para rendir exitosamente los exámenes escritos. “La Procter” como solíamos llamarla (pido disculpas si no consigo escribir correctamente el apellido) insistía que no tenía sentido memorizar como loros fechas aisladas, ya que cada suceso histórico por lo general responde a intereses cruzados, para lo cual nos solía ofrecer jugosos datos históricos. Para muchos de mis compañeros era motivo de terror tener que dejar de lado el texto escrito (algo que incluía, por qué no decirlo, olvidarse de los vapuleados Resúmenes Lerú) y superar la versión lineal de Historia Argentina ofrecida como fuente básica. Atender las clases de la Procter requería aprender tempranamente a tomar rápidas notas comparativas. Todavía recuerdo el énfasis que ponía esta estupenda profesora para que entendiéramos que los documentos históricos describen un proceso complejo donde intervienen varios factores que no siempre se toman en cuenta, datos cuyo conocimiento aumenta la comprensión de lo que efectivamente pasó. 

Pero volviendo al día de hoy, en esta oportunidad pasaré a compartir con ustedes las investigaciones que están llevando a cabo un grupo de científicos.

Cuentos para la ciencia
Un equipo pedagógico de Exactas[i] se ha propuesto compartir la enseñanza de Ciencia en los colegios de una manera que se aleja de lo convencional.
Estos investigadores argentinos se encuentran actualmente dedicados a evaluar la eficacia de los relatos compartidos en forma de cuento como herramienta didáctica para mejorar, en este caso, las clases de Ciencias en la Escuela.
En el informa presentado por la revista NEX,  sus integrantes proceden a compartir su propuesta (que ellos denominan contextual) mediante un ejemplo procedente de la Epidemiología:  

“¿Cómo explicar el dramático brote de fiebre amarilla en Buenos Aires sin ubicar en ese tiempo la sangrienta guerra de la Triple Alianza, el escenario de esa lucha en zonas selváticas y una ciudad sin cloacas, con inquilinatos atestados de inmigrantes pobres y un verano cálido y húmedo? ¿Cómo prescindir del detalle de los contextos políticos e históricos para comprender por qué ahí, con esa población, en esa época y no en otra?”  La que formula las preguntas que anteceden es la Dra.Andrea Revel Chion, integrante del Grupo de Epistemología, Historia y Didáctica de las Ciencias Naturales (GEHyD) del Instituto CeFIEC.


Revel Chion es doctora en Ciencias Naturales con orientación en Didáctica de las Ciencias Experimentales y, como integrante del grupo de investigación, busca comprender los aportes que el formato narrativo –como aquellos viejos cuentos que nos contaban en la infancia– puede hacer para el aprendizaje de contenidos científicos escolares complejos.
Recordamos que en inglés, se distinguen dos términos history y story para describir dos conceptos diferentes pero relacionados íntimamente: el primer término remite al conjunto de sucesos ordenados en el tiempo con fuerte tinte lineal y objetivo, y el segundo a la forma de contarlos, de naturaleza fuertemente narrativa, holística  y anclada en la subjetividad.
Durante años el relato que prioriza el orden lineal de sucesos ha sido de opción preferente en el currículo escolar.
Chion recupera esta distinción hystory/storie, en la idea de construir, poner en marcha y evaluar science stories (que el grupo de Exactas denomina historias de la ciencia) para mejorar la docencia de historia de la Ciencia en las escuelas.
En este punto y como antropóloga me permito recordar que el término castellano que traduce mejor el  término storie  es cuento  en tanto remite a la presentación holística y subjetiva de los hechos presentados, algo que se acerca a los objetivos didácticos que persigue el equipo en el que interviene la Dra. Chion dirigido por Agustín Adúriz-Bravo
Sin embargo, observo que en el informe original otros miembros del equipo utilizan  el término narrativa de modo indistinto, y al menos en el sucinto informe presentado por NEX, el equipo no establece una distinción clara entre cuento, historia y narrativa para justificar su propuesta pedagógica en ciencia, quizás debido a que el término cuento se encuentra fuertemente vinculado en nuestra habla cotidiana con los relatos fabulosos y por lo tanto contrarios a la verdad científica.  
La propuesta del equipo para la enseñanza primaria otorga de manera válida considerable importancia al contexto, y los investigadores nos la describen mediante la elección de un tema que presenta múltiples aristas como lo es la enseñanza de nociones de Epidemiología.
“Particularmente nos enfocamos en…las dimensiones sociales, económicas, políticas, físico químicas y biológicas, insertado en una perspectiva histórica, ambiental y cultural de la salud. Esto… nos permite construir explicaciones plausibles de la emergencia y la reemergencia de las enfermedades del pasado y del presente, y dar cuenta de las razones por las cuales algunas enfermedades sitúan su origen en unas regiones y no en otras, en algunos tiempos históricos, y atacando a ciertos sectores sociales al tiempo que otros parecen eludirlas sin dificultades. Considerando que las emergencias se distancian del concepto clásico de epidemia, en el sentido de que la aparición es cualitativamente sorprendente, se impone la adopción de este enfoque”, explica la Dra. Revel Chion.
Este modelo complejo de entender la epidemiología requiere contribuciones disciplinares que los docentes no siempre adquieren durante su formación. Sin los aportes históricos, geográficos, económicos y biológicos entre otros, se corre el riesgo de retornar a visiones más limitadas y empobrecidas de la salud y la enfermedad.
“Es precisamente aquí donde las narrativas, con su natural bagaje variopinto de contenidos –igual que los cuentos de la literatura universal–, hacen su aparición exponiendo aquellos contenidos que exceden, normalmente, la formación de los profesores de biología”, afirma la investigadora. “Nos interesa identificar en qué medida la natural predisposición de la estructura cerebral humana para procesar información y transformar la experiencia en relatos, puede contribuir a comprender la información contenida en historias sobre la emergencia de enfermedades, retener los datos y acceder a ellos para la elaboración de explicaciones robustas”, agrega.
Los investigadores trabajan por un lado en la formación docente –tanto en el profesorado de la FCEyN como en el Instituto Superior del Profesorado, Joaquín V. González– y por otro en la Enseñanza Media.
 “En el primer ámbito perseguimos impactar en la formación de los futuros profesores de manera tal de que reconozcan a las narrativas como dispositivos potentes para la enseñanza de contenidos complejos. En el segundo caso pretendemos identificar qué características deben tener las narrativas (muy especialmente nos interesa los contextos que deben considerar), las formas de transmitirlas y las intervenciones previas, durante el relato y a su finalización, de manera tal de reconocer qué impactos (motivación, memorabilidad, acceso y manipulación de datos, construcción de explicaciones, etcétera) es posible ponderar. Investigamos, además, el lugar central que tiene la historia de la ciencia (entendida como disciplina académica) al aportar insumos para la construcción de las narrativas”, ahonda Revel Chion.
Los investigadores creen que abandonar la práctica de contar cuentos en el ámbito escolar, cosa que suele producirse al comienzo de la escuela primaria, no tiene justificaciones pedagógicas ni didácticas y sostienen que existe el prejuicio de creer que la práctica narrativa “infantiliza” y diluye la enseñanza produciendo hipotéticas pérdidas en el nivel académico.
A la hora de evaluar estas concepciones erróneas, Revel Chion es categórica: “radican fundamentalmente en un desconocimiento de los marcos teóricos que producen diferentes comunidades de didactas de las ciencias y de otros especialistas (lingüistas, epistemólogos, científicos cognitivos, investigadores en educación) que no solo reconocen su potencia en el nivel medio sino en el universitario, en el que identifican la presentación de casos complejos, vehiculizados en historias de la ciencia, como insumos ideales para la presentación y análisis de las problemáticas que exponen. El retorno de las narrativas en los diferentes niveles de formación puede contribuir sensiblemente a una educación científica de calidad”.

Como conclusión, el grupo comparte una de sus historias favoritas

La fiebre de la guerra
La siguiente es una historia sobre la epidemia de fiebre amarilla en la Argentina que los investigadores han contado a los estudiantes de escuela media.
Un soldado agotado y mal nutrido apura el paso para reencontrarse con su familia que lo espera en un conventillo del barrio porteño de San Telmo. Corre el verano del año 1871 y viene de luchar en una sangrienta guerra en la que tres países (Argentina, Brasil y Uruguay) se aliaron para atacar a Paraguay, fogoneados por el Imperio Británico. El impacto fue brutal, Paraguay perdió cerca del 80% de la población y fue obligada a pagar una altísima indemnización por guerra que lo sumió en una pobreza de la que aun no puede recuperarse.
Gran parte de las batallas tuvieron lugar en la selva y sus cercanías por lo que el soldado tuvo que soportar también la tortura incesante de las picaduras de los mosquitos. Trae de regreso en la sangre un virus agresivo que los mosquitos que lo picaron habían extraído antes de los monos aulladores. Lo recibe una Buenos Aires calurosa, insalubre, sin cloacas, con grandes zanjones y plagada de mosquitos. Uno de ellos lo pica y distribuye los virus que trae consigo entre su familia y a todos los que sucesivamente fue picando, todos están en peligro. La epidemia se desata rápidamente, el virus produce fiebre amarilla que mata en pocos días con síntomas aterradores: fiebre altísima, dolores en las articulaciones, de cabeza, de ojos, estomacales. Le siguen escalofríos, temblores, la piel se tiñe de amarillo por el daño hepático, se sufren vómitos negros (forma en que también se llamó por la época a la enfermedad), hemorragias, deshidratación, aceleración del pulso y la muerte. Todo en pocos días.
Los cementerios no pueden alojar a tantos muertos, por lo que en tiempo record se construirá el cementerio del Oeste, hoy la Chacarita. Los ricos huyen al Norte en lo que serían más tarde los elegantes Barrio Norte y Recoleta, construyen sus petit hoteles y abandonan sus antiguas casonas. La zona sur sobrevive como puede. La asimetría entre ambos barrios nunca se superó…cuando las autoridades finalmente comprendieron que una de las causas de la epidemia eran las aguas estancadas en donde los mosquitos colocaban los huevos, la primera zona que se benefició con las cloacas fue el Barrio Norte.
El pico de muertes se registra entrado ya el otoño, muy tarde para los mosquitos que requieren altas temperaturas para desarrollarse…algo los estaba ayudando a prolongar su ciclo vital…
Muchas de las casas de los pobres donde conviven varias familias no tienen cocina, por lo que calientan el ambiente y cuecen los alimentos con braseros, unos artefactos de hierro en cuyo interior se colocaban brasas: la ayuda que necesitaban los mosquitos para sobrevivir.
Se calcula que murieron unas 14.000 personas, la mayoría de ellos, los pobres y marginados que vivían en las zonas más insalubres de la ciudad y que tampoco pudieron huir. Fue un invierno inusualmente frío el que terminó con la epidemia.

Para finalizar comparto a modo de ilustración sobre este enfoque holístico que afortunadamente viene ganando terreno, el vídeo de la producción realizada por la TV pública argentina “La Patria a cuadros” por cuanto también incorpora el contexto histórico para comprender los sufrimientos causados por la fiebre amarilla que asoló Buenos Aires a fines del siglo XIX y fueran estampados en el óleo realizado por el artista Juan Manuel Blanes:


Informe recuperado del sitio:  www.nexciencia.exactas.uba.ar




[i] Exactas es un término coloquial argentino que remite a la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) 

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