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lunes, 30 de noviembre de 2015

Kon Tiki, hacia mares de leyendas. por Vivina Perla Salvetti


Muchas veces me pregunto por qué las historias de viajes vienen fascinando a generaciones desde hace siglos. Quizás nos atraigan porque desde que aparecimos como especie en la tierra necesitamos migrar sobre ella hasta alcanzar y superar límites insospechados en busca de algo tan elemental como el sustento cotidiano, en lugar de lamentarnos esperando la muerte por permanecer en un espacio que no ofrece oportunidades. Emprender el duro viaje a tierras desconocidas no representa una decisión sencilla, y para mí constituye toda una demostración de coraje, valor y autosuficiencia, aunque muchos civilizados desde hace siglos consideren como atrasados, molestos o hasta delincuentes a pueblos que procuran vivir para forjarse un destino mejor.
Por la misma razón solemos olvidar que historias y leyendas de este tipo alimentaron la imaginación y fortalecieron la identidad de quienes las escuchaban junto al calor del fuego desde hace muchísimo tiempo. Y cuándo hace relativamente poco los humanos decidieron asentarse en un territorio y dar inicio a la civilización, las historias de viajeros y exploradores nos siguen recordando el valor y la habilidad de quienes se atreven a dejar las comodidades de un sitio seguro para expandir las fronteras del conocimiento.

Por lo tanto, es un placer compartir con ustedes la noticia que recibí del grupo de arqueólogos del Perú. Hace pocos días, zarpó del Callao una nueva expedición Kon-Tiki integrada por dos balsas  como las utilizadas durante el Imperio Inca y realizadas conforme a parámetros de la arqueología experimental. Durante unos cinco meses, las balsas Túpac Yupanqui y Rahiti Tane navegarán más de 5.000 kilómetros, la primera con destino a Polinesia y la segunda hacia la isla de Pascua.
El nombre del emperador inca Túpac Yupanqui fue elegido para una de las balsas porque las crónicas españolas del siglo XV refieren que el emperador llegó a la Polinesia, por lo que el viaje busca demostrar que es posible replicar la hazaña con balsas que en esta ocasión incluyen timones de madera de similares características a los descubiertos recientemente en sitios precolombinos.
La expedición se encuentra a cargo del noruego Torgeir Higraff. Además de procurar demostrar una vez más las habilidades de navegación alcanzadas por pueblos antiguos, se propone relevar datos sobre el estado del océano Pacífico en el viaje a Polinesia una y a la isla de Pascua la otra en el marco de la 22° Convención de la ONU sobre el Cambio Climático.
“Es la primera vez que una expedición hará este trayecto, que incluye la ruta de retorno, porque queremos ver cómo podían navegar los antiguos peruanos contra el viento en condiciones muy simples”, aseguró la noruega Kari Dahl, capitana de 36 años del Rahiti Tane (Sol Naciente), que zarpó hacia la isla de Pascua.


El legado de la balsa Kon Tiki
En 1947, Thor Heyerdahl, aventurero noruego y etnógrafo, junto a su equipo abandonaron el puerto de Callao en una balsa hecha por ellos mismos. Navegando a través del Pacífico, trataron de demostrar que era posible el contacto marítimo entre la Polinesia y nativos prehispánicos de América del Sur.
Heyerdahl también quería demostrar que las antiguas culturas de América Latina eran más sofisticadas en el mar de lo que dictaba la opinión convencional. Navegando hacia el oeste con la corriente de Humboldt, la expedición Kon-Tiki llegó a su destino después de más de 100 días en la extensión de agua que cubre un tercio del mundo.
En 2006, 60 años después, Higraff  a cargo de la  expedición Tangaroa emprendió el mismo viaje,  llegando a la Polinesia en 30 días menos. Ahora, en 2015, Higraff lo hará una vez más, pero esta vez con dos balsas. Además del destino a Polinesia y la otra irá también a la Isla de Pascua y ambas emprenderán la vuelta.
Al igual que en la expedición inicial Kon Tiki, la Armada Peruana ha dado un considerable apoyo al proyecto mediante proporcionar el SIMA (Servicios Industriales de la Marina SA) como  espacio para construir las balsas. 
La Marina de Guerra del Perú también ha dado cabida a los miembros de la expedición y los muchos voluntarios de la Escuela Naval en La Punta.




Timones incas al mando
Entre las expediciones de Heyerdahl y las de Hagriff surgió un hallazgo notable. Arqueólogos y antropólogos descubrieron que los tablones de madera que encontraron en diferentes ruinas incas y pre-incas eran de hecho primitivos timones, conocidos por los nativos como Guaras.
Con la incorporación de estos timones en el diseño de las balsas se busca demostrar que los navegantes prehispánicos lejos de limitarse a “dejarse llevar” por las corrientes marinas contaban con capacidad de maniobra sobre el mar.
Por lo tanto, durante el viaje de regreso las balsas incorporarán de modo experimental las Guaras para navegar contra el viento. Si tienen éxito, van a demostrar que las culturas latinoamericanas prehispánicas pudieron haber navegado libremente los mares.

                                    El equipo a cargo del proyecto de investigación, a pleno
Navegando por la ciencia
Esta expedición es notable también por otra razón.
Además de incorporar a una mujer como capitana para una de las balsas, la expedición cuenta con Cecilie Mauritzen, oceanógrafa noruega especialista en cambio climático y a cargo del equipo de investigación científica.
Bajo su mando, los equipos medirán la contaminación en el océano y estudiarán cómo el cambio climático está afectando a los mares. Esto implica la medición de temperaturas, de oxígeno, de dióxido de carbono y los niveles de microplásticos disponible en los océanos.
Los buques de investigación rara vez atraviesan esta parte del Pacífico; por tanto, la segunda expedición Kon-Tiki se encuentra en una posición privilegiada para hacer descubrimientos únicos con respecto al estado del océano más grande del mundo.
Como mencioné al principio, estos descubrimientos se realizarán simultáneamente con la 22ª Convención de la ONU sobre el Cambio Climático. Desde finales de noviembre a diciembre, el mundo va a tratar de lograr un acuerdo universal y vinculante sobre el clima. Por tanto, la expedición ayudará a poner los océanos en la agenda de la ONU, algo que precisa desesperadamente considerando que los océanos del mundo no tienen representación permanente en dicho organismo.

Agradezco tanto  el material como las imágenes proporcionadas por el grupo de arqueólogos del Perú que hicieron posible compartir esta información con ustedes.

Para el seguimiento del viaje vía internet los invito a la página oficial  del Kon-Tiki II

lunes, 23 de noviembre de 2015

¿"Hecho" el cuento? o ¿"Echo" el cuento? Oralidad, narradores y cuenteros, por Vivina Perla Salvetti


No se anticipen amigos, las preguntas del título no remiten a una posible falta de ortografía.

La entrevista realizada al cuentero venezolano –como a él le gusta que le digan- Luis Cedeño se presenta como la ocasión ideal para reflexionar cómo términos conocidos aún en un mismo idioma pueden estar acompañados a significados absolutamente diferentes.

Como muchos de ustedes ya conocen, nací y pasé todita mi infancia en Venezuela, lo suficiente como para considerarla la patria de mis recuerdos y donde suelo viajar en sueños cuando necesito de fuerza de ánimo para enfrentar determinados embates de la vida. Mis amigos venezolanos entonces no me dejarán mentir cuando refiero que en Venezuela “echar el cuento” tiene una connotación bastante diferente a lo que se conoce aquí en Argentina como “hacer el cuento”, algo que además arroja un poquito de luz sobre las preguntas del encabezado.

Por otra parte, los estudiosos de la tradición oral reconocen que muchas veces durante la transmisión de un cuento el emisor lo hace suyo, tan suyo que introduce modificaciones, interpreta significados o crea una variante, porque el relato oral es abierto, “para que quien pueda añadir o enmendar si quisiese” pueda continuar en la co-creación, según invitaba Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (1283-1350) y autor del Libro del Buen Amor obra maestra medieval.

            


Algo de ese significado abierto y subjetivo propio de la tradición oral podemos encontrar en la  frase “Te echo el cuento” que forma parte del habla cotidiana de los venezolanos. Es utilizada para describir o relatar algún hecho o situación, donde el emisor  quiere dejar bien en claro que se trata de su versión de las cosas, cómo él la ve y sobre todo, cómo las cree.

En cambio, aquí en Argentina, toda referencia a cuento, inexorablemente se relaciona con inventos, fabulaciones o engaños. Este significado del término cuento es utilizado en frases como  “el cuento del tío” o simplemente “le hizo el cuento”, para referirse a que alguien perpetró un engaño con malicia.
Quizás este significado argentino del cuento vinculado al engaño, al menos para mí, esconde la razón para que los llamados cuentacuentos locales se esfuercen por apegarse al texto escrito para no apartarse ni un ápice de él. El cuento argentino, según parece, quedará redimido de su halo maldito en la medida que se ajuste al texto escrito debidamente autenticado.

Pero yo me crié en Venezuela, y quizás por eso me gustan más las continuidades con las tradiciones de transmisión  oral.  Para mí, aunque viva en Argentina, contar un cuento cualquiera requiere conocerlo, respetar su argumento general, pero atreverse a digerirlo y elaborarlo lo suficiente como para conectarse con las emociones propias que uno quiere volcar ante un público eventual. 
Entonces y solo entonces uno “echa el cuento” tal como le sale de las tripas, y los oyentes podrán estar seguros que si bien el relato no resulta un calco del original, los sentimientos vinculados al mismo son auténticos y reales. Como antropóloga me conmueve imaginar que contar historias junto al fogón formó parte de la experiencia que nos hizo humanos miles y miles de años antes que se inventara la escritura, cuando el cuerpo tenía permiso para expresar sus temores en entorno seguro. Con mis recuerdos a cuestas procuro recrear una atmósfera particular, y me siento satisfecha cuando algún amigo me interrumpe para hacer una pregunta sobre el relato que toma como verídico, como si le costara creer que se trata de un cuento.




Bueno amigos, espero que luego de exponer sucintamente esta diferencia entre “hacer el cuento” argentino y “echar el cuento” venezolano puedan entender y disfrutar un poco más lo que opina Luis Cedeño al respecto.
La entrevista original fue realizada para el diario venezolano Notitarde, el 19 de abril de 2008.


“Fundamentalmente vivo porque a eso he venido”


"Nací en 1953. Tengo cincuenta y cinco años. Me gusta nombrar que nací en un barrio. Me gusta decirlo por lo que pasó ahí conmigo. Cosas muy bellas. Fui feliz allí. Estudié en la escuela La Salle, la gratuita. Lo acentúo porque también pasaron cosas bellas allí. Conocí la de Guaparo y me gustaba la gratuita. Los religiosos. Mi mamá un día me tomó por la mano y me dijo: "Usted va para la Normal "Simón Rodríguez" a estudiar para maestro". Me gradué y soy maestro. Me gustan la bicicletas de reparto y tuve una. Me gustó atender una bodega y la atendí. Me gusta barrer patio y mi casa tiene uno. Quise tener un maletín viejo, de médico, para echar cuentos y mi hermano me lo consiguió. Estudié en la universidad, pasé por ella y me gradué. Soy esposo de Marlene y papá de Surrú y Mariana. Me gusta decir que soy maestro más que licenciado. Complací y complaceré gustos de la vida. He andado como a mí me gusta andar. Fundamentalmente vivo porque a eso he venido".

De esta forma se presentó Luis Cedeño cuando se le pidió que resumiera su curriculum para esta entrevista tras treinta años como Cuentacuentos, aunque el gusta que le digan Cuentero. Ganó el premio del concurso de cuento radial Panchito Mandefúa, de la Casa de las Letras patrocinado también por la radio universitaria 104,5 FM con la historia "Radio Cuento".

Para escribirlo le pidió a su esposa que le prestara el espacio de la cocina por una tarde. Allí acomodó los peroles e improvisó una emisora. Puso la mesa en el centro y en el medio colocó la licuadora que cumplió el rol micrófono. Después de actuarlo lo escribió.

¿Cómo fue esa vivencia trasladada al papel?
En el traslado de la palabra a la literatura hay un espacio de tiempo, unas normas de orden gramatical y un tiempo para el dibujo de las letras que hace que no seamos exactos.

¿Cuál es la diferencia entre el cuenta cuentos y el cuentero?
El cuenta cuentos, por lo general, busca los cuentos en libros. Los lee, les hace alguna modificación y los echa. Siempre les va a incorporar algo que tiene el cuerpo. Yo nunca he podido contar un cuento así. Me sé muchos cuentos de esos porque soy un lector. Yo lo que puedo hacer es conversar sobre cuentos que he leído, contar su historia, su anécdota. Yo voy haciendo cuentos... Y también me nutro de lo que oigo, en las camionetas. Escucho unas cosas que superan tanto la imaginación que es allí cuando comienzo a armar hasta que creo que están listos para contarlos a los demás. Primero tengo que convencerme a mí mismo para que los que me escuchen lo gocen. Mi vanidad  -porque creo que la tengo- se llena cuando alguien se me acerca y me hace una pregunta racional sobre alguna de las historias que he contado.

¿Qué cuento se le ocurre?

Un hombre que tenía dos orejas muy grandes. La oreja izquierda era como del tamaño de una sala de conferencias. Eso es lo que yo recuerdo. Y la oreja derecha como del tamaño del edificio de Notitarde. Ese hombre, sentado frente a su casa, cuando soplaba el viento, la cabeza le daba a un lado y otro, de acuerdo a como soplaba el viento, por el tamaño de las orejas. Unos niños que lo vieron se le acercaron y le preguntaron si escuchaba por la oreja izquierda.
El dijo que sí.
-¿Y qué oye?- le preguntaron.
-Estando, por ejemplo en San Diego, puedo oír lo que están hablando en la plaza Bolívar de Maracay.
Todos los niños se le encaramaron arriba, se le pusieron cerca de la oreja y escucharon hasta los perros ladrando de la plaza Bolívar de Maracay. 
Entonces, otro niño le dijo: “Y si usted oye tanto por qué no escucha lo que hablan en la plaza Bolívar de Caracas”.
El dijo: “Sí, lo oigo”.
Puso la oreja hacia Caracas y escucharon él y los niños lo que allí ocurría. 
Otro niño llegó y le dijo “¡Ah! usted se la echa señor¿Por qué usted no escucha lo que hablan en la China?”.
Entonces el hombre le dijo: “Sí, lo escucho. Búsquense una guafas y unos mecates”. Los niños bajaron, se montaron de nuevo; le amarraron la oreja, la templaron y pusieron la oreja hacia un cerro. El les dijo que del otro lado quedaba la China. Así escucharon muchas voces de chinos que no entendieron.

-¡Señor! ¿Y por la oreja derecha que es más grande?
-Por esa yo no oigo nada.

De esta forma Luis Cedeño va diciendo que a los niños se les ocurrió hacer un conuco, sembrar caraotas, ají y pimentón; después idearon un río que saltó con agua clara; una casa, un hombre y una mujer que se dieron un largo beso que abrió las ventanas y las puertas para dar paso al aire y a los pájaros y los muchos niños que llegaron rompiendo la soledad.

¿Lo acaba de inventar?
No, lo he echado, pero los cuentos que se echan son libres y adquieren una atmósfera. Ahorita, lo he echado, y no sé por qué, con nostalgia. Se mantiene una esencia que es "lo no dicho", que es lo que uno percibe de una palabra aunque ella no lo denota. Lo que perdura es la esencia, lo demás son formas, gestos, recursos que se usan, que pueden cambiar.

¿Dónde le nació el oficio de cuenta cuentos o cuentero?
Se inició en la escuela rural de Güigüe donde trabajé.

¿Era consciente de su don?

No. Yo estaba dando clases y estaba contando los cuentos de lo que ahora sé que se llama recurso pedagógico. Yo me doy cuenta de eso después. En el momento yo estaba contando los cuentos correlacionados con el contenido programático. En los recesos los niños me pedían que les echara algunos cuentos y lo hacía. Así comencé. Pero se dio la relación que empezaron a decir “el maestro Luis cuenta cuentos, si quieren lo llaman y lo invitan”. De esta forma me llevaron a algunos lugares y empecé a contar lo que me sucedía en clase, con mis alumnos. Hubo un momento, no sé cuál, en el tiempo, que soy un cuenta cuentos.

¿Cuándo empezó a agregar objetos a sus cuentos?

Toda mi vida he sido muy escenográfico. Toda mi vida me ha gustado usar sombrero y cargar cosas en el cuerpo. Cuando quiero contar, el cuento me consigue con la escenografía. Entonces yo la incorporo.

¿Disfruta echar cuentos o ver a la gente escuchándolo?

Cuando me olvido del espectáculo comienza el goce, el cuento en el que creo cuando lo echo, nunca dudo, y cuando veo al público atento a mi actuación, siento que el cuento hace que yo me ponga al servicio de él, porque él requiere de mí y yo no puedo traicionar el cuento. Hay un acto como mágico.

Lo disfruto y el público aplaude, aunque a veces se queda reflexivo. Me gusta cuando la gente se olvida del esquema ese de aplaudir apenas termina una actuación. Si alguna vez hago teoría sobre la oralidad comenzaré por allí, sobre esa conciencia que despierta el cuento y la palabra.



                                                                                  Hasta la próxima amigos!


martes, 17 de noviembre de 2015

La Antropología Médica Crítica y Eduardo Menendez



Antropología médica clínica y antropología médica crítica ¿Cuáles son sus  similitudes y sus diferencias?
Tanto esta entrada como la anterior están dirigidas a ofrecer respuestas orientativas a partir de la mirada de dos profesionales con larga experiencia, uno médico y otro antropólogo.
En la entrada anterior tuvimos oportunidad de conocer al médico y profesor de historia y epistemología Federico Pérgola, quien como señaláramos oportunamente, ha desarrollado una mirada particular sobre la Antropología Médica pero en su corriente Clínica, en tanto dirige sendas elaboraciones teóricas sobre la necesidad de humanizar la relación médico-paciente, tan desvalorizada por la biomedicina actual.
Con respecto a la Antropología Médica Crítica,  comparto con ustedes el enlace de un artículo fundamental escrito por el antropólogo argentino Eduardo Menendez, residente en México y pionero en esta especialidad de Antropología Médica en su corriente Crítica.  
El mismo se encuentra seguido de una breve reseña que hice de un artículo escrito en 1996 por el mismo autor, cuando critica la noción engañosa de responsabilidad individual respecto de la elección del llamado “Estilo de vida” por tratarse de algo imposible de aislar del contexto socio-histórico de los sujetos.

Menendez ha desarrollado un modelo devenido ya en clásico que le ha servido para describir la hegemonía del saber biomédico así como la consecuente reacción anti-hegemónica por parte de  individuos considerados subalternos, lo que le permite aplicar  los conceptos de Gramsci referidos a diferentes procesos tradicionales de autocuración a los que saberes biomédicos no confieren validez alguna

Recordamos que Gramsci propuso que a partir de los saberes propios, inclusive modificados por los saberes hegemónicos, las clases subalternas pueden generar no sólo propuestas de resistencia sino contrahegemónicas, en particular a nivel de los aspectos más sencillos y reiterados de la vida cotidiana. 
Menendez clasificó así  los procesos sociales como una dialéctica  hegemónica-contrahegemonica de salud-enfermedad y atención-prevención que se caracterizan por ser parte central y constante de la vida cotidiana y claramente dependientes del contexto socio-histórico donde se hallan insertos.


Comparto entonces a continuación el sitio on line para descargar el PDF del trabajo de Eduardo Menendez “Antropología Médica. Una genealogía más o menos autobiográfica” que fuera publicado en la Gazeta de Antropología durante 2012:





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Reseña del artículo de E. Menendez (1996)
“Estilos de vida, riesgos y construcción social. 
        Conceptos similares y significados diferentes

El reconocimiento de la complejidad de los problemas considerados prioritarios por la epidemiología, tales como el control de la natalidad, la desnutrición o la mortalidad infantil condujeron a la necesidad de articular las ciencias médicas y las sociales para favorecer un abordaje realmente estratégico
Menendez recuerda que Mosley en 1988 recomendaba la necesidad de incorporar estudios antropológicos para identificar las variables críticas de interés. Sin embargo, a continuación reconoce que antropología y medicina constituyen profesiones diferentes, con campos de producción y aplicación de conocimiento diferenciados y con objetivos diferentes.
Sin embargo aunque Menendez pasa a describir los campos de convergencia entre ambas disciplinas, también reconoce que  se pueden hallar diferentes grados de conflicto que pueden llegar a un franco antagonismo entre los abordajes de la epidemiología y la antropología.
Concluye que si bien ambas disciplinas proponen una concepción multicausal de los problemas sanitarios, la epidemiología coloca el eje en lo biológico, y la antropología en los factores socioculturales, por mencionar solo uno de los aspectos que Menendez integra en el análisis y dificultan la comunicación interdisciplinar.
Como ejemplo de un concepto que remite a las condiciones de vida como causal de padecimientos, el de Estilo de Vida es el que más se ha utilizado por parte de los sanitaristas.
Sin embargo, Menendez nos recuerda estudios que reconocen la incidencia ambiental, en particular del tipo de ocupación laboral sobre el estilo de vida. Critica el modo en que la aplicación biomédica “extrajo” el padecimiento individual del contexto y los constreñimientos sociales donde se desarrolla, e insiste en la capacidad del sujeto para elegir un estilo de vida responsable.
El excelente recorrido que hace Menendez lo lleva a concluir que “Lo que el concepto de estilo de vida nos permite en términos holísticos es entender el comportamiento de un fumador o un alcoholizado en función de su pertenencia a un determinado sector socio-cultural.” La reducción  de hábitos como el fumar o consumir determinadas sustancias en sectores medios o su persistencia en sectores bajos no alcanza entonces a ser explicada a nivel individual, aisladas del contexto socio económico particular.
Colocar en el estilo de vida del sujeto la responsabilidad de su enfermedad constituye una variante de la denominada Violencia Estructural que conduce a  la “culpabilización de la víctima”. 
No solo coloca la responsabilidad de problemas como la desnutrición (o hasta las enfermedades producidas por aplicación de agrotóxicos) en el individuo, mientras reduce correlativamente la responsabilidad de las empresas en la prevalencia de  las diferentes enfermedades. 
El riesgo es colocado exclusivamente en el sujeto como un ser libre, con capacidad para fumar o no fumar, o exponerse o no a determinadas sustancias tóxicas. Menendez nos interpela con la cuestión de definir quién es realmente libre y se encuentra en condiciones de elegir. 
¿Quién puede elegir libremente su trabajo? ¿Quién tiene la posibilidad de elegir un alimento de alta calidad nutricional, cuando se encuentra restringida su capacidad de compra  y lo sustancial no es la capacidad de elegir sino la capacidad de comer?
En última instancia, el concepto de estilo de vida debería quedar limitado a los sectores sociales que cuentan realmente con capacidad de elegir.



                           "Las enfermedades no son solo padecimientos" (Sup.)
  Entrevista que sintetiza algunos de sus principales aportes en Antropología Médica 


A pie de página, se comparte un vídeo de youtube  con el audio de la conferencia dictada por E.Menendez en el Salón de Actos de nuestra querida  facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde se graduó hace décadas y con motivo de celebrarse los 50 años de la creación de la carrera de Ciencias Antropológicas en 2008.
En esta conferencia histórica, Eduardo Menendez recuerda sus años de estudiante y la presentación en 1958 del programa inicial de estudios de una carrera en ciernes. Para quienes solo conocimos de oídas a personajes como M. Bórmida o R.Cortazar, resulta valioso escuchar de primera mano cómo son recordados por graduados ilustres de nuestra facultad.
La conferencia comienza en el minuto 2, precedida de los sonidos de la sala de actos
Así que un poco de paciencia.
 Vale la pena escucharlo hasta el final



Espero que hayan disfrutado del recorrido
Hasta la próxima!

domingo, 8 de noviembre de 2015

¿Historia de la Medicina para Antropología Médica? Entrevista al Doctor Federico Pérgola




Esta entrada del blog está dedicada al doctor Federico Pérgola, médico humanista como pocos que van quedando, y de una optimista lucidez que a sus 84 años resulta francamente envidiable.
Esta presentación constituye asimismo la primera parte de una serie de dos en las que me propongo presentar las similitudes y diferencias entre dos corrientes derivadas de la especialidad conocida como Antropología médica: antropología médica clínica y antropología médica crítica.
Las reflexiones de la antropología médica clínica conciernen a la práctica  profesional y se encuentran dirigidas a médicos que sientan la necesidad de recuperar la mirada humanística en la relación médico-paciente. Las agudas elaboraciones teóricas del profesor Federico Pérgola constituyen una muestra de los esfuerzos de muchos profesionales al seno de la medicina que cuestionan las consecuencias a largo de prácticas biomédicas cuyas pretensiones de objetividad requieren la pérdida de atención respecto de la subjetividad de pacientes asustados y enfermos.


 Gran crítico del Modelo Biomédico actual, como prolífico escritor ha desarrollado una síntesis propia respecto de los alcances de la Antropología Médica para recuperar una mirada humanística en la relación médico-paciente, disponible en "Antropología Médica. Medicina para la persona" presentado en 2005. 
El profesor Pérgola  también es consultor adjunto de la Facultad de Medicina de Buenos Aires, miembro titular de la Academia de Ciencias de Buenos Aires, Subsecretario de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, Director de la Carrera Docente y del Departamento de humanidades Médicas y miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York.
Dirige además publicaciones sobre historia de la medicina en dos versiones, impresa (Médicos y medicinas en la Historia) y otra on-line. Impulsó también la reapertura de los dos Museos que funcionan en la Facultad de Medicina: el de Historia de la Medicina y de la Cirugía, Vicente Risolía [1] y el de Ciencia y Tecnología, Bernardo Houssay.
Mi primer contacto con Pérgola fue leyendo su “Historia de la Medicina desde el origen de la humanidad hasta nuestros días” adquirida hace muchos años en una librería de saldos y usados. El texto me atrapó por su claridad, sistematicidad y sencillez, así que aunque me encontraba iniciando la Carrera  de Antropología, lo elegí como lectura de Verano, por puro placer y curiosidad. La edición en cuestión se encuentra agotada según  me confirmó el mismo Pérgola hace un par de meses cuando le pedí que firmara un ejemplar gastado, marcado, y repleto de notas al margen del que jamás imaginé cuando lo adquirí que muchos años después tendría la oportunidad que me lo firmara su propio autor.
Agradezco también el privilegio que significa que haya aceptado para revisión mi trabajo de Historia de la Psiquiatría. Utilizando el análisis comparativo de diferentes fuentes discuto las razones detrás del término "Universidad Invisible" acuñado por Winkin,. Propongo en cambio que tal término resultó funcional a la invisibilización de las novedosas, creativas  y cruciales propuestas lógicas del antropólogo Gregory Bateson, realizadas en Palo Alto durante en la década de 1950 y cuyo ocultamiento solo puede responder  a mezquinas razones de política académica. 

A continuación  comparto con ustedes la entrevista que Leonardo Moledo realizara al Dr. Pérgola para el diario argentino Página 12 el 7 de diciembre de 2011, seguida de otra nota realizada por Telam sobre el Museo de Medicina y Cirugía. dirigido también por el Dr.Pérgola.



Entrevista a Federico Pérgola

–¿Por qué es importante que los médicos sepan historia de la medicina?
–Voy a empezar con una cita de George Orwell, que más o menos decía que el que no sabe la historia, no sabe su ciencia. Es decir que el conocimiento de la historia siempre tiene un efecto prospectivo. Yo quiero poner esas palabras en el museo que dirijo en la facultad. Quería decir que yo hice la reapertura de los dos museos que funcionan en la Facultad de Medicina: el de Historia de la medicina y de la cirugía, Vicente Risolía; y el de Ciencia y Tecnología, Houssay. Creo que en general se desestima bastante la historia de las ciencias. En particular la de la medicina. Alguien decía que los médicos recién cuando llegan a viejos se ocupan de estudiarla. Y yo creo que ni siquiera de viejos se ocupan de la historia de la medicina, sino que se ocupan de su propia historia. Porque todos los médicos vivimos muchas vidas y tenemos muchas anécdotas, y entonces creemos que vamos a pasar a la posteridad contando lo que ha sucedido en nuestra vida. Pero la historia de la medicina indica otra cosa: indica el gran cambio que hay gracias a la fisiología con Claude Bernard. El comenzó a estudiar sistemáticamente cómo funcionan los órganos, que es obviamente el primer paso fundamental para poder curarlos. Con él empieza la verdadera medicina, que en los últimos 50 años dio un vuelco de 180 grados en el que incluso cambia la forma de atender al enfermo.
–Además se convierte en medicina masiva...
–Eso pasa después de la época de Bismarck en Alemania, debido a que se dan cuenta de que, con el taylorismo, el obrero tenía un valor. La hicieron masiva, entonces, para cuidar el capital de trabajo: si el obrero no trabajaba, el capital perdía. Yo escuchaba el otro día en una audición de tango que en el año 1920, en un café de Buenos Aires, se habían peleado un tal Bianchi con un tal Salerno. Este Salerno le había dado unas cuchilladas al otro, quien, lejos de llamar al SAME o ir a un hospital, se fue a curar a su casa. De hecho, cuando empieza el hospital (que viene del latín hospitium) es un lugar de albergue, de depósito, al que iban los pobres y los locos.
–Además no tenía nada de tecnología...
–Exacto. Ni la enfermería era demasiado necesaria hasta entrado el siglo XX. Así que realmente la medicina ha cambiado de una forma extraordinaria: ha pasado de ser una medicina de la observación, hipocrática (como dice un autor cubano) a una medicina galénica, de la investigación. De todos modos yo creo que no debería llamarse “galénica”, porque lo que hizo Galeno fue una anatomía comparada que atrasó mil años la medicina. Hay un ejemplo típico: Galeno hablaba de “globo histérico” en la mujer, porque Galeno había visto que el útero de los animales (isterus es útero) andaba por el abdomen y entonces creía que el útero era un órgano móvil...
–En honor de Galeno, debemos decir que su intención no era convertirse en el dogma a seguir sino que se avanzara en la investigación. Que después se lo tomara como un dogma no fue su culpa.
–Además está todo el tema de la prohibición de la Iglesia de las autopsias, y todo eso... Es curioso cómo hacían las autopsias los árabes: dejaban macerar un cadáver al costado de un arroyo, y cuando estaba bien podrido lo iban abriendo con un puntero. La prohibición de la autopsia por parte de la Iglesia atrasó muchísimo la investigación sobre la anatomía humana.
–¿Cuál era la justificación de la Iglesia para prohibir eso? ¿La resurrección del cuerpo y del alma?
–Mire, yo no quiero decir nada ahora. Roger Bacon vio que cuando él alargaba un spray con agua y le ponía una luz al lado, la luz hacía una refringencia sin arco iris. El arco iris en ese momento significaba que después de una lluvia no iba a venir el Diluvio Universal. Cuando dio a luz esa investigación, por suerte no lo mataron: sólo tuvo que soportar varios años de cárcel.
– ¿Cuál es la situación de la Historia de la Medicina en la Argentina?
–Yo estoy dirigiendo la carrera docente en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Y tenemos un curso de formación docente pedagógico en Ciencias de la Salud. Y además de módulos pedagógicos y de metodología de la investigación, tenemos un módulo humanístico. Ahí tenemos Historia de la medicina y de la ciencia, y una parte que es Antropología médica. Los que van a ser profesores tienen que pasar sí o sí ese curso. Hice ese curso en el año 1962 y tenía como profesores a Babini y Pucciarelli. Imagínese que para mí, que no sabía nada de filosofía, eso me abrió la cabeza completamente. Creo que es necesario para cualquier médico. Aquel que tiene una idea acabada de cómo fue evolucionando la medicina a lo largo de la historia, tiene más recursos para entenderse con el paciente y para comunicarle las cosas.
–¿Por qué?
–Porque uno baja y sube las etapas de comunicación. No es lo mismo entenderse con un intelectual que con una persona que no pudo completar la escuela primaria, y el médico tiene que acostumbrarse a eso.
–Pero, ¿cómo se engancha eso con la historia?
–Yo creo que la historia enseña en todo sentido. Porque si yo sé historia, conozco más al hombre; lo mismo que si sé de antropología médica. A veces, el enfermo tiene muy incorporado que con ciertas prácticas se va a curar. Por ejemplo, con la culebrilla. Yo en una época atendí a una persona que tenía un herpes espinal. Le expliqué que se trataba de un virus de la varicela que queda en el ganglio nervioso de la médula, y en un buen día, generalmente cuando uno es anciano, vuelve a aparecer. Aunque la gente tiene la idea de que pintando la culebrilla con tinta china, se cura. Pero la lesión que aparece en la piel responde a un nervio que ha perdido trofismo. Si nosotros tenemos la piel bien, es porque el nervio nos está mandando señales de que la piel tiene que estar bien. En el enfermo de culebrilla, que perdió la sensibilidad en la zona, se llena de ampollas. Entonces se pinta con tinta china. La enfermedad se cura sola en una semana, pero lo que a veces puede dejar es una neuralgia post-herpética. El “tratamiento” para el herpes zoster varía de acuerdo con la zona geográfica. En Cuba, por ejemplo, van a orillas del mar, rompen unas botellas y rezan, porque al herpes se le llamaba “Fuego de San Antonio”. Y durante la colonia buscaban polvo de la habitación y telarañas, y lo ponían encima del herpes para que se curara. Y rezaban una serie de oraciones dirigidas a la Virgen María...
–Muy científico todo...
–Sí. Con telarañas y oraciones, es infalible.
–¿La telaraña no tiene algunos antibióticos?
–No creo.
–En este momento, ¿en qué puede ayudar la formación en historia para los diagnósticos?
–Es una pregunta difícil, porque yo creo que, más que ayudar al diagnóstico, ayuda a la formación general. Un español dijo alguna vez que “el médico que solamente sabe medicina, ni medicina sabe”. El médico debe ser una persona instruida y culta, debe poder agarrar libros en su tiempo libre.
–¿Y no hacen eso?
–En general, creo que no. La medicina ha pasado por tres etapas. Rivadavia creó la Sociedad de Beneficencia, y la primera etapa de la medicina fue justamente la medicina de la beneficencia. Con la llegada después del Estado benefactor y de Ramón Carrillo, la medicina pasó a ser una medicina benefactora, estatal: de ahí la gran cantidad de fundación de hospitales, la campaña que hace con Alvarado para erradicar el paludismo. Después viene la tercera etapa, que es la medicina ya organizada en forma de “ayuda social”, que deja mucha gente afuera de esa ayuda social. Es una medicina organizada en forma de sociedades a las que uno aporta para, cuando enferma, ser atendido. Pero ahí hay muchos problemas: al clínico, por ejemplo, le exigen que en una hora vea a cuatro enfermos, por ejemplo, de modo que pueda satisfacer toda la demanda. Y la verdad es que en quince minutos uno no llega ni a saludar al enfermo. Entonces el médico se sienta enfrente del enfermo y le dice lo que tiene que hacer, a veces sin siquiera tomarle la presión o auscultarlo. Esos errores se producen porque el médico no tiene tiempo, literalmente, porque está acuciado por esa nueva medicina. Y a la gente eso le gusta. Por eso se dice que la medicina se deshumanizó. Y es cierto.


                                                             año 2013



Objetos médicos de profesionales relevantes en los Museos de la Facultad  

“La generosidad en algunos casos, la sagacidad para que estos elementos no se perdieran en otros, permitió dotar al Museo Risolía de aparatos de gran valor histórico”, contó su director, Federico Pérgola, durante una visita en la que guió a Télam por el espacio ubicado en la Facultad de Medicina, entre objetos que remiten a una práctica dramática aunque humanitaria.


La referencia de un objeto de la vitrina dedicada a la obstetra Cecilia Grierson remite a una atemorizante pinza usada para extraer el feto muerto durante un parto frustrado.

“Un feto que está muerto, que intoxica a la madre, hay que sacarlo. Y la doctora Grierson usaba un aparato que aplastaba el craneoblasto y un gancho que lo sacaba, porque la cesárea no se había inventado todavía, y era la única forma de salvar la vida de la mujer”, detalló a Télam Adolfo Venturini, curador del Museo.

Hasta entonces, una ley real española prohibía destruir un feto muerto para sacarlo del vientre, aún a costa de la vida de la madre. Grierson fue la primera mujer en la Facultad de Medicina, de donde egresó como médica cirujana en 1889; en 1892 colaboró en la primera cesárea y fundó en 1901 la Asociación Obstétrica Nacional.



Un área registra el combate librado contra la infección: “En 1850, el que tenía una apendicitis aguda se moría, porque no se abría el abdomen; pero cuando pudieron operar, aún no existían los antibióticos y se moría por una infección” indicó Pérgola.

Pérgola continúa: “En 1860 el higienista Guillermo Rawson, docente del Hospital General de Hombres –llamado posteriormente Hospital de Clínicas a partir de 1881- “llamaba a la Sepsis  “podredumbre de hospital”, y al hospital, Cementerio de vivos”

Venturini por su parte apuntó que el cirujano infantil Ignacio Pirovano “ya abría el abdomen en 1870, pero en 1850 Juan José Montes de Oca, una gloria de la cirugía argentina, hacía operaciones externas”, así como sus dos hijos, Leopoldo y Manuel Augusto, que integraron la Academia de Medicina.

“Manuel decía 'Yo prefiero no operar a los enfermos, o si no, ir a las casas privadas', en las que se operaba sobre unas mesas de pino porque tenían menos riesgo de infección en el domicilio” señaló.

Montes de Oca “estaba desesperado, no sabía qué más hacer, y junto con Pirovano fueron los que a partir de conocer a (Joseph) Lister en Londres, que usaba ácido fénico para pulverizar las manos y luego la esterilización con vapor, cambiaron la situación.”

A esa época de discusiones sobre la necesidad de instrumental aséptico remiten dos esterilizadores traídos al Museo por Juan B. Justo y Nicolás Repetto -ambos cirujanos y socialistas-, que hervían el instrumental mediante dos mecheros de alcohol.

También refiere a esos tiempos una película de 1899, la primera en el mundo, de una cirugía en la que Alejandro Posadas está con ropa de calle (práctica común en tiempos donde se discutía el valor de la asepsia quirúrgica)   arremangado, operando tórax directamente con las manos, para extraer de un pulmón un quiste hidatídico.

El "Risolía" fue fundado en 1934 por Guillermo Bosch Arana, creador del equipo quirúrgico organizado, a partir de patrimonio propio y lo que fue recogiendo de otros colegas, constituyéndose en el segundo de los museos de la Universidad de Buenos Aires.

Hay cajas de cirugía de 1870 traídas desde París, pinza para cauterizar hemorroides con mango de madera para que no trasmitiera calor, candelero faringoscópico, caja de ovariotomía, instrumental para amputaciones, fórceps y estilizados microscopios.

Venturini relató que “No había anestesia hasta que llegó el éter a Buenos Aires, en 1847, y en 1848 el cloroformo, que usaban los Montes de Oca para dormir al enfermo”.

Pérgola remite al cirujano Teodoro Álvarez, “que operó a Juan Manuel de Rosas de un cálculo grande como una aceituna pero sin anestesia  porque el entonces líder de la Confederación Argentina no quiso usar cloroformo”.

“Opio, alcohol, vino, eran usados en la batalla de Maipú cuando había que amputar a un enfermo mientras era tenido entre varios” confirma Venturini, especialista anestesista.

Un espacio del Museo reconstruye un consultorio médico de la década del '40 perteneciente a Juan Ángel Devoto, con instrumental original, vitrina de vidrio y bronce, y didáctica calavera.

Aledaño al "Risolía", el Museo "Houssay" de Historia de la Ciencia y la Técnica exhibe un quimógrafo, método electromecánico de registro gráfico inventado en 1847, usado en fisiología animal para registrar movimientos y sus relaciones temporales.

Un cilindro sobre el que gira una pantalla ahumada registra el dibujo de una fina aguja de madera con la frecuencia cardíaca y respiratoria de un perro estudiado por el Premio Nobel de Medicina 1947, Bernardo Houssay; y sus togas reviven los 'Honoris Causa' recibidos al descubrir el rol de las hormonas pituitarias en la regulación de la cantidad de azúcar en sangre.

Vale la pena darse una vueltita por allí, si fuera posible, guiado por el inefable profesor Pérgola.






[1] Ver nota adjunta de TELAM, publicada en marzo de este año.