Hola amigos.
En esta ocasión me
pareció adecuado invitar al blog un artículo del filósofo francés Jacques
Derrida publicado por Le Monde en 2004, a pocos días después de su muerte acaecida el 8
de octubre del mismo año.
En este artículo el
filósofo procura defender los alcances del término Deconstrucción, que tantos
malentendidos ha originado como su autor aclara aquí. Para empezar, nunca quiso
proponerlo como un método, ni tiene reglas fijas.
Para definir el uso del término hay que contextualizarlo con otro. “logocentrismo”,
definido en De la gramatología (1971:
7) como “etnocentrismo más original”, que "desde hace veinte siglos viene
literalmente desplazando todo lo referido al lenguaje natural bajo el nombre de
escritura."
El filósofo se sirve del concepto para discutir los procesos
históricos conducentes a toda una “metafísica de la escritura”, como aquel
proceso racional derivado del ejercicio de la lectura, que deviene en la
fetichización del signo escrito y el subsiguiente desplazamiento del carácter
subjetivo de toda voz humana.
Es
decir, ya desde las primeras páginas de su obra fundamental, Derrida establece
una diferencia entre Oralidad (que aquí es referida como “lenguaje natural”) y la Escritura mediante signos que devienen en fetiches.
Esta
confusión sobre los alcances de un término para recuperar el sentido oral y
subjetivo de la comunicación humana, que no obstante resulta aplicado sobre los
textos escritos, es criticada aquí por su autor.
La
confusión sobre si acaso tal deconstrucción (un separar los elementos
fundamentales para generar una mirada diferente sobre las cosas) merece
aplicarse sobre las estructuras cerrada del lenguaje escrito, quizás pueda
aclararse teniendo en cuenta que la Oralidad (o lenguaje natural según Derrida) precedió a la Escritura durante
miles y miles de años. Sin embargo, la introducción de la Escritura, como
sabemos, marcó una divisoria de aguas entre la Historia y la Pre-historia,
introduciendo así un modo de ver las cosas que es definido por el filósofo como
una suerte de Etnocentrismo de la palabra escrita.
Esta
idea respecto de una deconstrucción que “se sale de la historia” para volver a las
fuentes orales de la filosofía está presente en este artículo.
Espero
que lo disfruten, así como de las imágenes escogidas para acompañarlo.
Elegí
estas imágenes porque, si hubo un ámbito donde el término Deconstrucción
resultó fructífero fue en Artes plásticas. Acompaño el artículo de Derrida publicado en
Le Monde con una serie de imágenes donde Malena
Valcárcel y Damián Ortega parten de textos impresos como material para
reflexionar sobre aspectos cotidianos de la Vida que exceden toda escritura.
¿Qué es la deconstrucción? Por Jacques Derrida
Hay que entender este término, “deconstrucción”, no
en el sentido de disolver o de destruir, sino en el de analizar las estructuras sedimentadas que forman el elemento
discursivo, la discursividad filosófica
en la que pensamos. Este analizar pasa por la lengua, por la cultura
occidental, por el conjunto de lo que define nuestra pertenencia a esta
historia de la filosofía.
La palabra “deconstrucción” existía ya en francés,
pero su uso era muy raro. A mí me sirvió en primer lugar para traducir un par
de palabras: la primera que viene de Heidegger, quien hablaba de “destrucción”,
la segunda que viene de Freud, quien hablaba de “disociación”. Pero muy pronto,
naturalmente, intenté señalar de qué modo, bajo la misma palabra, aquello que
llamé deconstrucción no se trataba simplemente de algo heideggeriano ni
freudiano. He consagrado no obstante bastantes de mis trabajos para marcar una
cierta deuda tanto con Freud como con Heidegger, y al mismo tiempo una cierta
reflexión sobre aquello que llamé deconstrucción.
Es por
esto que soy incapaz de explicar lo que
es la deconstrucción, para mí, sin recontextualizar las cosas. Fue en el
momento en que el estructuralismo era dominante cuando yo me comprometí en mis
tareas, y con esa palabra.
La
deconstrucción se trataba también de una toma
de posición con respecto del estructuralismo. Por otro lado, fue en el
momento en que las ciencias del lenguaje, la referencia a la lingüística y el “todo es lenguaje” eran dominantes.
Es aquí, hablo de los años 60, que la
deconstrucción comenzó a constituirse como… no diría antiestructuralista, sino,
en todo caso, desmarcada con respecto del estructuralismo, y protestando contra dicha autoridad del lenguaje.
Es
por esto que siempre me he sorprendido y
a la vez irritado ante la asimiliación tan frecuente de la deconstrucción a
¿cómo decirlo? un “omnilingüistismo”, a un “panlingüistismo”, un
“pantextualismo”.
La
deconstrucción emerge de lo contrario.
Yo comencé protestando contra la autoridad de
la linguística y del lenguaje y del logocentrismo.
Siendo
que para mí todo comenzó, y ha continuado, por una protesta contra la
referencia lingüística, contra la autoridad del lenguaje, contra el “logocentrismo” palabra que he repetido y recalcado, ¿Cómo puede ser entonces, que se acuse tan a
menudo a la deconstrucción de ser un pensamiento para el que sólo hay lenguaje,
texto, en un sentido estrecho, y no realidad?
Es un contrasentido incorregible,
aparentemente.
Yo no
he renunciado a la palabra “deconstrucción”,
porque implica la necesidad de la memoria, de la reconexión, del recuerdo de la historia de la filosofía en la
que nosotros nos ubicamos, y no obstante, pensar en salir de dicha historia.
Por
otro lado, lleve a cabo ya muy temprano la distinción entre la clausura y el
fin. Se trata de marcar la clausura de
la historia, no de la metafísica globalmente — nunca he creído que haya una
metafísica; esto también, es un prejuicio corriente. La idea de que haya una
metafísica es un prejuicio metafísico. Hay una historia y unas rupturas en esta
metafísica. Hablar de su clausura no conduce a decir que la metafísica haya
terminado.
Así entonces, la deconstrucción, la experiencia deconstructiva, se coloca
entre la clausura y el fin, se coloca en la reafirmación de lo filosófico, pero
como apertura de una cuestión sobre la filosofía misma. Desde este punto de
vista, la deconstrucción no es simplemente una filosofía, ni un conjunto de
tesis, ni siquiera la pregunta sobre el Ser, en el sentido heideggeriano. De
cierta manera, no es nada. No puede ser una disciplina o un método. A menudo se
la presenta como un método, o se la transforma en un método, con un conjunto de
reglas, de procedimientos que se pueden enseñar, etc.
No es una técnica, con sus normas y procedimientos. Desde luego pueden existir
regularidades en las formas en que se colocan cierto tipo de cuestiones de
estilo deconstructivo. Desde este punto de vista, creo que esto puede dar lugar
a una enseñanza, tener efectos de disciplina, etc.
Pero en su principio mismo, la deconstrucción no es
un método. Yo mismo he intentado interrogarme sobre aquello que puede ser un
método, en el sentido griego o cartesiano, en el sentido hegeliano. Pero la
deconstrucción no es una metodología, es decir, la aplicación de reglas.
Si yo
quisiera dar una descripción económica, elíptica, de la deconstrucción, diría
que es un pensamiento del origen y de los límites de la pregunta “¿qué es…?”,
la pregunta que domina toda la historia de la filosofía. Cada vez que se
intenta pensar la posibilidad del “¿qué es…?”, plantear
una pregunta sobre esta forma de pregunta, o de interrogarse sobre la necesidad
de este lenguaje en una cierta lengua, una cierta tradición, etc., lo que se
hace en ese momento sólo se presta hasta un cierto punto a la cuestión “¿qué
es?”
Y esto es la diferencia de la deconstrucción. Ésta
es, en efecto, una interrogación sobre
todo lo que es más que una interrogación.
Es por ello que vacilo todo el tiempo en servirme
de esta palabra. Lleva consigo sobre todo aquello que la pregunta “¿qué es?” ha
dirigido al interior de la historia de Occidente y de la filosofía occidental,
es decir, prácticamente todo, desde Platón hasta Heidegger.
Desde este punto de vista, en efecto, uno ya no
tiene absolutamente el derecho a exigirle responder a la pregunta “¿qué eres?”
o “¿qué es eso?” bajo una forma corriente.
Jacques
Derrida
(Le
Monde, 12 de octubre de 2004)
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