Hola
amigos. Hoy comienzo a compartir con ustedes la serie sobre fraude científico
que fuera realizada por Joaquín Sevilla, doctor en ciencias físicas especializado en enseñar aspectos
básicos de investigación.
Como
el mismo Sevilla aclaró, la serie “Fraude científico” tuvo su origen en lecciones que impartiera durante el curso “Los demonios de la ciencia: Educando en
(con)ciencia” organizado por la
Cátedra de Cultura Científica dentro del programa de 2015 de los Cursos de
Verano de la UPV/EHU en San Sebastián, España.
También advierto que y tal como como el
autor reconoce, debido a que encontramos una suerte de continuum entre una simple “burrada” (experiencia por la que ha
atravesado todo científico que se precie) y el fraude descarado, me he tomado
la libertad de titular en mi blog la serie de Sevilla como “Mala praxis
científica”, aunque por supuesto, mantenga y respete los títulos originales
para desarrollarlos con cada entrada de mi blog.
En esta primera parte de la serie, Sevilla introduce el cuestionamiento
sobre ciertas representaciones de Verdad y Honradez respecto de la vaca sagrada
de la Ciencia donde el fraude científico es más común de lo que muchos están
dispuestos a reconocer, por lo que pasa a citar varios casos conocidos y de los
que poco se habla.
Y es que abordar un proyecto de ciencia exitoso requiere mucho estudio y
trabajo.
En esta primera entrega, Sevilla describe lo que considera que es la
raíz del problema:
“Lamentablemente no
existe un método científico normativo que proporcione una certificación, un criterio de demarcación definido entre
lo que es científico y lo que no lo es… no disponemos de ninguna criba que nos
separe el grano de la paja: la ciencia bien hecha de la que se ha generado con
mala praxis”
Personalmente tuve ocasión de familiarizarme desde el principio de mi
carrera con el desafío que representaba para todo estudiante de antropología
poder recortar un problema social y desarrollar un problema de investigación que mereciera
culminar en una tesis de licenciatura exitosa. En esos años no se había
establecido aún cierta correlatividad para las materias de grado, por lo que
resultaba habitual que compartiéramos asignaturas con estudiantes que estaban a
punto de completar la carrera y aún no habían encontrado tema para especializarse
y menos aún pensado su tesis.
“Es tan difícil” era la frase que escuchaba vez tras vez. Resultaba habitual que muchos estudiantes que no pudieron integrarse en algún equipo de investigación que correspondiera con sus intereses, optaran por la salida más digna: hacer las materias didácticas para recibirse
como profesores y después con tranquilidad y título en mano dedicarse a pensar
en desarrollar una tesis.
Sin embargo para mí estuvo claro desde esas primeras charlas de pasillo
que una cosa era ser Antropóloga y otra muy diferente ser Profesora de Antropología.
Además, si desde el principio hubiera querido ser profesora de antropología me hubieran bastado tres años en el Instituto Joaquín V. González, en lugar de pasar por el CBC y los más de diez años efectivos que lleva en promedio cumplir con los requisitos de las materias correspondientes a la carrera de Ciencias Antropológicas. Sin duda, y al menos para mí “Ser Antropóloga” ofrecía un entrenamiento y una praxis bastante diferente que ser Profesora de Antropología, de manera tal que el problema de la Epistemología [i] de la Tesis emergió entre mis intereses iniciales: casi sin darme cuenta me encontré realizando el ejercicio cotidiano de pensar, imaginar y comentar con mis compañeros diferentes temas que merecieran desarrollarse en una propuesta original. Por supuesto, muchos abordajes imaginados quedaron en el camino, pero estoy convencida que proporcionaron un entrenamiento valioso.
Además, si desde el principio hubiera querido ser profesora de antropología me hubieran bastado tres años en el Instituto Joaquín V. González, en lugar de pasar por el CBC y los más de diez años efectivos que lleva en promedio cumplir con los requisitos de las materias correspondientes a la carrera de Ciencias Antropológicas. Sin duda, y al menos para mí “Ser Antropóloga” ofrecía un entrenamiento y una praxis bastante diferente que ser Profesora de Antropología, de manera tal que el problema de la Epistemología [i] de la Tesis emergió entre mis intereses iniciales: casi sin darme cuenta me encontré realizando el ejercicio cotidiano de pensar, imaginar y comentar con mis compañeros diferentes temas que merecieran desarrollarse en una propuesta original. Por supuesto, muchos abordajes imaginados quedaron en el camino, pero estoy convencida que proporcionaron un entrenamiento valioso.
Luego de varios años de lo que llamaba jocosamente “desvaríos
intelectuales” aún recuerdo la enorme satisfacción que me proporcionó
encontrar un tema (luego de muchas
lecturas y escrituras así como de relecturas y reescrituras) donde finalmente confluyeran
mis intereses vitales: desarrollar un modelo formal sobre la Ecología de la
Mente de Gregory Bateson que articulara con los novedosos avances de Neurociencias de la Ética según Antonio Damasio
de manera que tal que el modelo siguiera con rigor los principios de la
Teoría General de Sistemas según Bertalanffy. Y por supuesto, luego de diseñarlo y desarrollarlo, demostrar su operatividad aplicándolo sobre un caso dado. (ver Salvetti 2013 entre las referencias bibliográficas al pie)
Pero tuvieron que pasar más diez años de búsqueda y cavilaciones para
que encontrara mi veta.
No fue sencillo.
O como reza una frase que está de moda, sin duda alguna les puedo
asegurar que “No fue Magia”.
Que disfruten de la serie
Vivina P. Salvetti
Fraude científico (I) - Una primera aproximación
Por Joaquín Sevilla
De vez en cuando salta a los medios de
comunicación un caso de fraude científico y siempre resulta sorprendente. Claro
que sabemos que las personas que se dedican a la ciencia son humanas y por
tanto sujetas a las mismas debilidades que cualquier otra persona, pero hay
cierto tipo de debilidades que resultan especialmente incómodas. Nos resulta especialmente repulsivos
las violaciones relacionadas con la profesión del delincuente: un pirómano de
profesión bombero, un delincuente sexual sacerdote o, el caso que nos ocupa, un
mentiroso de profesión científico.
Figura 1. Desde Ptolomeo hasta este
mismo año, pasando por casos clásicos como el “hombre de Pitdown”, el fraude
científico ha existido siempre.
El fraude científico existe, existe
desde siempre y hay casos entre los científicos más famosos. Hay fundadas
sospechas de que Ptolomeo hizo pasar por suyos datos astronómicos que en
realidad eran de Aristarco de Samos ([i]).
Recientemente ha ingresado en prisión Dong-Pyou Han, un investigador en
vacunas, condenado por inventar datos en experimentos sobre la vacuna contra el
VIH ([ii]
[iii]
)Los casi 2000 años que separan estos sucesos han estado salpicados de otros
muchos casos. Parece ser que Millikan eliminaba de su cuaderno de laboratorio
las observaciones que no le interesaban, Mendel y sus guisantes también han
resultado polémicos, incluso hay dudas sobre si Galileo realizó realmente los
experimentos que relata en sus textos. Hay casos clásicos, como el del hombre
de Piltdown, un fósil que se hizo pasar por el eslabón perdido en la evolución
entre el hombre y el mono cuando realmente era un engendro creado con trozos de
cráneo humano y de chimpancé (Kuper 1996 [iv]).
Hay multitud de casos bien documentados, así como diversas compilaciones
(Trocchio 1993, Schulz y Katime 2003)
Repuestos
de la sorpresa inicial y convencidos de que de vez en cuando aparecen casos de
fraude científico, el siguiente paso es suponer que esos casos son
relativamente anecdóticos. Probablemente se trate de unas pocas manzanas
podridas en un ambiente fundamentalmente honesto. Sin embargo la evidencia
empírica parece dejar claro que no es este el caso. Según algunos estudios [v] un tercio de los científicos admite realizar
algún tipo de malas prácticas y uno de cada 50 admite falsificar o inventar
resultados, una de las peores prácticas imaginables.
Estos resultados están en la misma
línea de otros publicados con anterioridad (Fanelli 2009) en los que se elevaba
al 72% el nivel de incidencia de algún tipo de malas prácticas científicas. Es
interesante notar que cuando se pregunta por las malas prácticas que uno conoce
de los compañeros los números salen bastante más altos que cuando se pregunta
por las propias.
Con independencia de los detalles
finos, este tipo de estudios deja claro que el modelo de unas pocas manzanas
podridas en un entorno fundamentalmente honesto no se sostiene. Unas prácticas
en las que incurre entre el 66% y el 72% de un grupo no se pueden considerar
una rareza; esos números más bien sugieren que estamos más ante una
característica que ante una enfermedad. Sin embargo, habrá quien piense que no
puede haber una zona de incertidumbre tan grande ya que la ciencia bien hecha
sigue un proceso establecido bien definido como es el método científico. Según
esa imagen el método científico es como una máquina de hacer chorizos que, si
se alimenta con el material adecuado (observaciones y experimentos) y se le da
vueltas correctamente a la manivela (hipótesis, deducción, comparación, y
vuelta al comienzo), lleva inexcusablemente al resultado deseado: conocimiento
científico certificado. Esa visión del método científico es demasiado simplista
y fundamentalmente incorrecta.
Figura 2. Modelo naïve (o naif) del
método científico ejemplificado con una máquina de hacer chorizos. Según el
modelo, dándole vueltas al ciclo de la hipótesis, deducción, comparación con el
experimento, se obtiene conocimiento científico certificado. Tal método no
existe.
Lamentablemente no existe un método científico normativo que proporcione una
certificación, un criterio de demarcación definido entre lo que es científico y
lo que no lo es (ver López 2014) Tampoco se puede recurrir a otros
criterios sencillos del tipo “es ciencia lo que haya sido publicado en revistas
de alta calidad con revisión por pares”. Los pares que revisan los artículos
vigilan un cierto tono general de sensatez de lo que se publica pero no repiten
con rigor sistemático los resultados propuestos para publicación. De hecho, como
veremos más adelante, se publican por estos cauces “oficiales” de la ciencia
multitud de errores y falsedades.
Queda pues planteado el problema, no
disponemos de ninguna criba que nos separe el grano de la paja: la ciencia bien
hecha de la que se ha generado con mala praxis. Por otro lado, comportamientos
calificables como mala praxis en algún sentido u otro afectan a la mayoría absoluta
de los científicos. Para comprender como es esto posible, y por qué no elimina
la validez de la ciencia (o en qué medida si lo hace) necesitamos un modelo más
complejo de la actividad científica y de la mala praxis en la misma. Esto es lo
que se pretende desarrollar en los próximos capítulos de esta miniserie sobre
el fraude científico.
Referencias:
Fanelli Daniele (2009) “How Many Scientists
Fabricate and Falsify Research? A Systematic Review and Meta-Analysis of Survey
Data” Disponible en http://journals.plos.org/plosone/article?id=10.1371/journal.pone.0005738
Kuper Adam (1996) El primate elegido. Naturaleza humana y diversidad cultural. Drakontos
Salvetti, Vivina (2013) “Abordaje sistémico sobre emergencia de Memoria en contextos de
inclusión cultural: cambios cognitivos observables en la comunidad de Puelches
(prov. de La Pampa)” Tesis de Licenciatura 2013. (UBA)
Schulz Pablo y Katime Issa (2003) “Los fraudes científicos” Revista
Iberoamericana de polímeros Vol 4(2), Abril 2003
Tomé, César (2014) “Ni las teorías son falsables, ni
existe el método científico” Conferencia del 2 de octubre de 2014. Disponible
en el sitio http://edocet.naukas.com/2014/10/02/ni-las-teorias-cientificas-son-falsables-ni-existe-el-metodo-cientifico/
Trocchio, Federico di (1993) Las Mentiras de la Ciencia. Editorial
Alianza
[iii] “Ex-scientist sentenced to prison for academic fraud” (USA Today July 1, 2015) Es interesante como en este
titular “expulsan” al condenado de la profesión
de científico, como si el fraude fuera incompatible con el título de
“científico”.
[iv] Entre las referencias originales
respecto del hombre de Piltdown, Sevilla dirige a la Wikipedia. Debido a la
libertad que tal sitio permite respecto de los contenidos, me atrevo a añadir
como fuente de material el texto de Kuper donde el antropólogo describe
detalladamente la historia del caso.
[i] Epistemología: Rama de la filosofía
que distingue lo que es ciencia de lo que no lo es.