Hace unos cuantos años, en medio de una conversación informal
con otros estudiantes, se armó un debate respecto de si la antropología es realmente una ciencia y
nosotros por tanto, científicos. (Nuestra carrera está clasificada como “Ciencias Antropológicas”) Recuerdo que
uno de los presentes confesó que a él no le agradaba que lo vincularan con los
científicos, que no podía identificarse con laburantes de laboratorio, después
de todo, las materias se dictan en los claustros de Filosofía y Letras, no de
Exactas.
Lo bueno de todo debate, es que ofrece la oportunidad de
revisar lo que uno siente y piensa respecto de determinados temas, de confirmar
o ajustar lo que pensamos, en este caso sobre vocaciones, que no es poco.
Creo que la discusión me incitó a pensar que quizás la
confusión se deba a la asociación entre técnicas de laboratorio y racionalidad
científica. Es decir, muchos asocian lo científico con un abordaje frío y
racional de los fenómenos que deja fuera toda emoción para su resolución
exitosa. Si fuera así, yo tampoco quisiera ser antropóloga científica. De
hecho, como saben mis amigos, mi Tesis abordó emociones vinculadas a un determinado espacio que
movilizaron cambios sociales sobre una
comunidad dada.
Si de algo sirvió tal debate informal fue para darme cuenta que
desde hace muchos años vengo asociando el ser científica más con una actitud de
curiosidad insaciable sobre cosas y
fenómenos que me rodean que con un pensamiento mecánicamente racional.
Aún desde la infancia y cuando la única continuidad personal
en medio de tantas mudanzas y cambios de colegio la encontraba en mis queridos
libros y en mi hermano menor como
compinche incondicional, ambos comenzamos a jugar sin darnos cuenta que éramos
científicos famosos por haber descubierto algo bueno para la humanidad.
Acompañados cotidianamente por series tales como Perdidos en el Espacio o el Túnel
del Tiempo, jugábamos llegar a otro planeta o descubrir un dinosaurio. O quizás la
revolución doméstica provocada por la instalación del pequeño laboratorio de
especialidades medicinales por parte de mi padre nos sumergió a todos en su
empresa personal que requería necesariamente del apoyo familiar.
Estoy convencida que mi hermano, continuó jugando limpiamente en el diseño de
absolutamente novedosos y
revolucionarios Programas de Computación elaborados en Venezuela durante
fines de los setenta y principios de los ochenta, en una época en que la
carrera de Analista de Sistemas ni siquiera estaba imaginada. En cambio en mi
caso, debo reconocer que esta actitud
curiosa y lúdica que procura al mismo tiempo una descripción racional de
los fenómenos sociales o naturales me trajo bastantes problemas en la vida. De
hecho, he tenido que soportar el disparate que falsas amistades me trataran literalmente de
bruja y llevaran a la Hoguera por darme cuenta solita de ciertas cosas que
según parece no eran convenientes que
supiera, ni menos que las comentara en voz alta.
Por esto el libro del Dr Pérez Tamayo escrito a sus 88 años
sobre Las diez razones para ser
Científico creo permite arrojar
alguna luz sobre lo que básicamente significa serlo, en un texto escrito con un
poco de ingenuidad, una buena dosis de humor y la necesaria pizca de ironía.
Comparto a continuación un punteo de sus ideas principales porque
creo reúne recomendaciones valederas no
solo para médicos o investigadores de
laboratorios sino también para todo antropólogo, en tanto invitan a mirar la Vida
como un misterioso y estimulante desafío
cotidiano.
Diez razones para ser científico según el Dr Ruy Pérez Tamayo
1-
Para
hacer siempre lo que me gusta
2-
Para
no tener un Jefe en el trabajo. En este punto el autor aclara que remite a la independencia intelectual indispensable en
la vida de todo científico, en tanto cada uno decide en qué problemas trabajar,
qué preguntas desea contestar y cómo lograrlo.
3- Para no tener un horario de trabajo.
Aclara que trabajar sin un horario preestablecido quiere decir que el
científico tiene toda la libertad para cavilar sobre el tema de investigación
durante todo el día ya que “una parte muy importante de la ciencia es
pensar, darle vueltas al asunto, imaginarse cómo podría ser la solución al
problema que quiere resolverse, pensar y pensar. Y para eso no hay horario, no
se empieza a las 08:00 a.m. y se termina a las 17:00 p.m.”
4- Para no aburrirse en el trabajo. La
actividad científica está llena de sorpresas. Continuamente surgen nuevas
preguntas, de tal manera que no hay aburrimiento. Se podrá estar cansado,
frustrado, preocupado, inquieto,
curioso, estimulado, o hasta asombrado y feliz, pero nunca aburrido. Tamayo nos
recuerda ciertas “reglas del juego” de la ciencia que deberían seguir la
mayoría de los investigadores en su trabajo la mayor parte del tiempo: no decir
mentiras, no ocultar verdades, no apartarse de la realidad, cultivar la
consistencia interna, no rebasar el conocimiento disponible y aprender de los
errores.
5- Para usar mejor el cerebro. Para que
haya creatividad científica es indispensable y
fundamental el buen uso del cerebro (no es concebible que un investigador sea
débil mental). Tener ideas y ponerlas a prueba es una forma de describir el
trabajo del científico y no hay fórmula mágica para tener buenas ideas.
6- Para que no me tomen el
pelo. Una parte importante del espíritu de la ciencia es el escepticismo, esto
es, cuando no hay una demostración clara, objetiva y en lo posible,
replicable, entonces no es creíble la información, nota o publicidad. La
actitud crítica es otro aspecto indispensable,
que implica no solamente pedir razones y pruebas antes de aceptar una
afirmación como real, sino poder analizar
y evaluar la misma críticamente.
7- Para hablar y discutir
sus avances con otros científicos, en foros, congresos y reuniones académicas
8- Para aumentar el número
de científicos en el ámbito local
9- Para estar siempre
contento. El mismo autor sintetiza sus vivencias en el siguiente párrafo: “Yo he vivido siempre bien contento como investigador
científico porque nunca me interesó hacer mucho dinero ... Siendo muy joven me
encontré con la investigación científica, me encantó y he trabajado en ella
toda mi larga vida. Mi trabajo es estimulante, divertido, muy variable, siempre
hago lo que me gusta, no tengo jefe ni horario de trabajo, nunca he estado
aburrido en mi laboratorio, hago el mejor uso que puedo de mi cerebro, no de
dejo que me tomen el pelo ni empresarios ni políticos, casi todos mis amigos son
científicos, hablo con ellos en su mismo lenguaje, y he sido profesor de muchos
científicos.”
10-
Para mantenerse eternamente joven. Se aprecia
que la investigación científica es una actividad a través de la cual se puede
conservar la “eterna juventud” debido
a que no hay una fecha límite para hacer
descubrimientos significativos. Los científicos que siguen participando
activamente en sus investigaciones no es que no han envejecido, sino que su
dedicación a la ciencia contribuye a mantener la vitalidad.
(Del libro Diez razones para ser científico, por el
Dr Ruy Pérez Tamayo, investigador mexicano que actualmente cuenta con más de noventa jóvenes
años)
Felicidades en la elección vital, queridos amigos!!!